Las dos caras de la cuarentena

Las dos caras de la cuarentena

Mientras unos viven holgadamente el aislamiento, otros no tienen dinero con qué comer, ni mucho menos pagar las multas por salir a rebuscar. Se viene un estallido social

Por: José Luis Mayorga G.
abril 20, 2020
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Las dos caras de la cuarentena

"La solución para vencer el COVID-19 depende de nosotros, por eso debemos estar tranquilos en casa sin salir para nada", se escucha decir desde los diferentes estamentos gubernamentales, sean distritales, regionales o nacionales. Según ellos, el mundo necesita del sacrificio de todos para que mañana podamos volvernos a abrazar sin temor a contaminarnos. Ahora bien, esto sería lo ideal y podría ser posible en un país sin miseria, hambre y desigualdad social. Lamentable, acá no es así.

Por supuesto que es fácil para los señores que ostentan el poder —que nunca han sabido lo que es acostarse con el estómago vacío porque no hubo dinero para comprar una panela y prepararles a sus hijos una simple agua de panela para que se duerman con la barriga caliente— decretar cuarentenas, aislamientos obligatorios o voluntarios...

Esta situación está dejando ver en Colombia las dos caras de la cuarentena. Mientras los gobernantes dan instrucciones, sacan decretos y elevan promesas —que manifiestan públicamente para quedar bien y demostrar que están trabajando en beneficio de las clases menos favorecidas—, la otra parte de la población —conformada por más de un sesenta por ciento que vive del día a día— no ve llegar a sus manos las ayudas prometidas. Por ende, su problema no el encierro, ni la irresponsabilidad que le endilgan, es el cansancio de que una vez más las tragedias sirvan para que los politiqueros de siempre prometan y no cumplan, y que aquellos empresarios de las desgracias y los corruptos de siempre se queden con el poco dinero que debería ser distribuido entre la gente que realmente lo necesita.

Bogotá, en especial, se está convirtiendo en una bomba de tiempo. Ya es hora de que el gobierno distrital y el nacional tomen con seriedad los brotes de rebeldía que empiezan a presentarse en las diferentes localidades de la ciudad capital. Ciudad Bolívar, una de las localidades con mayor población —el ochenta por ciento de sus pobladores llegaron desplazados de sus regiones por los grupos armados al margen de la ley o por las mismas fuerzas militares—, es un ejemplo de ello.

Hoy, en esta cuarentena, la gente de este lugar está viviendo uno de sus más difíciles momentos. “Nos está tocando decidir entre la posibilidad de enfermarnos de coronavirus por salir a buscar la comida para nuestras familias o ver día a día cómo nuestros hijos lloran al sentir hambre. Esa es nuestra angustia y es lo que nos va llevar a hacer lo que sea necesario por sobrevivir", manifestó una habitante del sector conocido como la invasión de los costeños.

Sin embargo, en nuestro recorrido por esta localidad fueron muchos los hombres y mujeres que se mostraron decepcionados por el engaño del que han venido siendo objeto por parte de la administración. “A nosotros no nos ha llegado ni un grano de arroz. Aquí todos vivimos del rebusque diario. Además, no estamos en ninguna de esas listas de personas a las que les van a entregar de a $160.000 pesos, ni mucho menos tenemos cuentas en bancos. Aquí nos tratan como si fuéramos lo peor únicamente porque somos gente humilde que ha llegado a esta localidad por diferentes situaciones”, indicó Andrea, una joven madre de la invasión El Espino. Ella, orgullosamente y a pesar de su difícil situación, mostraba cómo en su casa de seis metros cuadrados —elaborada en tejas de zinc, palos y algunos cartones— viven seis personas, de las cuales ninguna puede salir a trabajar por culpa de la cuarentena. Ya se les agotó lo poquísimo que tenían, ahora no saben cómo van a sostenerse.

Por otro lado, mientras en estas zonas del sur se siente el hambre en el ambiente, al otro extremo de la ciudad —donde siempre han vivido las familias que históricamente han dominado económica y políticamente el país— se refleja una tranquilidad pasmosa. Allí no se ve un alma en la calle. Todo es silencio, únicamente interrumpido por el ruido de las motos o carros que traen los grandes domicilios con mercados que servirán para abarrotar las neveras que ocupan casi el mismo espacio de las casa de aquellos seres humanos que han sido golpeados por el destino, el Estado y la guerra. Definitivamente, en la capital colombiana se dan los más grandes contrastes.

Ante esta tragedia, hora a hora, las calles de diferentes barrios bogotanos se están llenando de hombres, mujeres, niños y ancianos que reclaman que ya que no les hacen llegar las ayudas prometidas, tampoco los sancionen por salir a buscar el alimento de sus familias. Es que si es cierto que es importante protegerse para evitar el contagio del COVID-19, no es menos cierto que las sanciones que les están imponiendo por salir de sus casas son impagables: si no tienen mil pesos para comprar una libra de arroz, menos un millón de pesos para cancelar el comparendo. Frente a esta situación de reclamo, el gobierno no puede salir a reprimir con gases lacrimógenos o a bala, como sucedió en días pasados, cada que se presente una manifestación por hambre o porque los corruptos de siempre se roban el dinero de las supuestas ayudas. Si esto continúa ocurriendo llegará el momento en que la gente no soporte más abusos y estalle la bomba social que existe en Colombia.

La rebeldía social se está convirtiendo en una bola de nieve que parece no detenerse. Al son del ritmo de tambores, gritos en contra del gobierno distrital y nacional, plantones frente a las alcaldías locales, personas de las diferentes comunidades solo esperan escuchar si la cuarentena se prolonga o no, si se les va a dejar salir a rebuscarse la vida o los seguirán multando, porque de esto depende la decisión de qué haremos. “De ser necesario caminaremos con nuestros niños y abuelos, y dormiremos en la Plaza de Bolívar, frente a la alcaldía de la doctora Claudia y cerca del palacio donde vive el presidente Duque”, señaló una mujer de sesenta años, quien pidió no ser nombrada por temor a represiones. Ella terminó señalando: “para nosotros el virus puede ser o no ser, en cambio el hambre es una realidad que nos toca todo el tiempo, por eso los ricos ven esta pandemia diferente a los pobres”.

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