Las damas del ajedrez

Las damas del ajedrez

Las hermanas Polgár revolucionaron lo que muchos pensaban sobre el desempeño de las mujeres en este juego. Su talento desafió expectativas y prejuicios

Por: Sergio Alejandro Gómez Velásquez
mayo 09, 2019
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Las damas del ajedrez
Foto: R. Cottrell - CC BY-SA 3.0

El ajedrez ha traspasado todas las fronteras terrestres. Su origen milenario todavía suscita debates y dudas, pero la realidad es que ha trascendido el ámbito deportivo y lúdico para convertirse en aquella disciplina que ha cambiado el mundo. Sus más de 68 millones de practicantes originarios de todos los continentes han hecho que un tablero de 64 casillas con 32 piezas sea un lenguaje universal que, si bien no ha distinguido culturas, edades, razas o nacionalidades, si ha forjado entornos de discriminación a las mujeres.

Es innegable la presencia del machismo en los círculos profesionales y amateurs del “deporte ciencia”. Las mujeres han sido objeto de rechazo, palabras ofensivas y comportamientos que han puesto a este género como el sexo débil e inferior. Esto dentro de un contexto hostil alimentado por las referencias de grandes campeones nacionales y mundiales. No solo en medio de la paranoia del mítico Bobby Fischer (1972-1975) se denigró a la mujer, el excampeón mundial soviético Gari Kaspárov (1985-1993) alardeaba que podía vencer a cualquier mujer con un caballo de menos. Así mismo, mostraba su aparente imbatibilidad describiendo a Judit Polgár, la mejor jugadora de todos los tiempos, con estas palabras: “tiene un fantástico talento, pero, después de todo, es una mujer”.

En la batalla en la que dos bandos se enfrentan por la captura del rey contrario, es innegable que el buen cálculo, la anticipación, la resistencia física y mental —muchas veces afectada por varias partidas consecutivas o el nivel de presión que se maneja—, la capacidad intelectual, la concentración, “el talento” y el esfuerzo en el estudio de la teoría son claves para ganar las partidas; pero, ¿acaso todos estos factores están más desarrollados por los hombres?, ¿el sexo femenino realmente puede considerarse inferior en este juego?

Resulta innegable que los únicos 20 campeones mundiales absolutos de ajedrez han sido hombres. Así mismo, las mujeres no han llegado a disputar finales del mundo y tampoco han tenido figuración consecutiva en el top 10, siendo Judit Polgár la única mujer en la historia en entrar a este selecto listado. Pero, a pesar de la contundencia de estos datos, estos por sí solos no hablan de una superioridad intelectual de hombres sobre mujeres. Mucho menos justifica los comentarios machistas de muchos campeones o personalidades del ajedrez contra ellas y no son consecuencia de defectos físicos y psicológicos. La distancia entre cada género en el rendimiento del deporte está influenciada en gran parte por las condiciones exógenas del tablero. Un estudio de la profesora de la Universidad de Barcelona, María Cubel, determinó que las probabilidades de éxito en una partida para las mujeres disminuyen en la medida en que estas saben que están jugando contra oponentes masculinos. Tanto es así que cuando un hombre y una mujer con las mismas habilidades o puntaje ELO se enfrentan entre sí, la mujer solo tiene una probabilidad de ganar del 46%. Pero, como pasa en torneos y partidas relámpagos y virtuales en que no se conoce el sexo del contrincante, los porcentajes se igualan en un 50% entre géneros dando en muchos casos el saldo favorable hacia las mujeres.

En un juego en el que por cada 14 practicantes hombres hay una jugadora, la presión y estigmatización resulta ser avasalladora. Esto revalida la teoría del stereotype threat, la cual plantea que cuando un colectivo sufre un estereotipo negativo, la ansiedad experimentada para evitarlo o simplemente por el hecho de saber que existe, reduce las capacidades intelectuales y aumenta las posibilidades de revalidar este estereotipo. Mirándolo en términos prácticos, cuando una mujer con unas capacidades destacadas en el deporte ciencia llega a una sala abarrotada de hombres, instantáneamente se convierte en el centro de atención.

Con estos y más factores en su contra, la historia del ajedrez ha tenido varios capítulos dorados y oscuros protagonizados por mujeres excepcionales. El caso más conocido es el de las hermanas Polgár: Susan, Sofía y Judit. Desde muy temprana edad, su padre, el pedagogo y profesor de ajedrez húngaro, László Polgár, organizó para ellas un programa educativo innovador en casa donde el aprendizaje de idiomas y el ajedrez eran los focos centrales de su proceso de enseñanza.

Susan Polgár (1996-1999) fue Gran Maestra Internacional (GM) a los 23 años y ganadora del título mundial femenino en 1996. Ella al igual que sus dos hermanas menores, rechazaban la idea de jugar exclusivamente torneos femeninos, pero, por títulos mundiales o presiones políticas tuvieron que competir —o hasta no competir— representando a su país. En 1985, la Federación Húngara de Ajedrez no le permitió viajar a jugar torneos en el extranjero por su negativa a jugar torneos femeninos. Esto la privó de la posibilidad de participar en el Campeonato Mundial Absoluto de Ajedrez al que había logrado clasificarse meses antes.

Por su parte, Judit, para muchos la mejor jugadora de ajedrez de la historia, obtuvo victorias sobre casi todos los campeones mundiales de finales de siglo. No solo fue el renombrado éxito contra Kasparov en el 2002, también derrotó al soviético Anatoli Kárpov (1975-1985) y a Boris Spassky (1969-1972) en Hastings (Inglaterra) en un duelo a 10 partidas durante 1992. Al igual que a sus dos hermanas, el gobierno comunista de Hungría la obligó a participar en la Olimpiada de Ajedrez de 1988 en Salónica (Grecia). Allí fue la vencedora absoluta con 12 triunfos y un solo empate.

Tal como las hermanas Polgár, otras campeonas mundiales femeninas como Vera Menchik (1927-1941) o la georgiana Maia Chiburdanidze (1962-1978) se rehusaron a jugar solamente campeonatos femeninos. Su talento y trabajo les permitió competir en los torneos absolutos, crear escuelas de formación en ajedrez y fomentar el ejercicio de este deporte en sus países.

Actualmente, la ajedrecista ucraniana Anna Muzychuk, además de su destacada carrera, ha sido una acérrima activista por la igualdad de la mujer en este deporte. Tanto así que prefirió perder sus títulos de Campeona del Mundo de Ajedrez Rápido y Relámpago por negarse a jugar un campeonato en Arabia Saudita. En este país, como parte de la discriminación y el machismo del que son víctimas muchas mujeres, las autoridades exigieron para el torneo que las jugadoras debían vestir el hiyab o ir acompañadas por hombres al salir a la calle.

Otro episodio similar sucedió durante el Campeonato Mundial Femenino de Ajedrez del 2017 disputado en Irán. Allí las jugadoras tenían que jugar obligatoriamente con velo islámico puesto. En este caso, la campeona ucraniana había decidido participar, pero, otras grandes jugadoras como Nazi Paikidze declinaron su participación. La jugadora estadounidense sentenció ante los medios de comunicación: “No usaré un hijab ni apoyaré la opresión de las mujeres. Incluso si esto significa perder una de las competencias más importantes de mi carrera”

Estos hacen parte de los constantes episodios de machismo y discriminación que sufre el ajedrez femenino hoy en día. Los torneos masculinos tienen premios 10 veces mayores que los torneos exclusivamente femeninos. Así mismo, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) otorga los títulos de Gran Maestro Absoluto (GM) a los jugadores que alcanzan cierto nivel de excelencia, mientras que a las mujeres se les otorga el título de Gran Maestra Femenina (WGM), una antesala y mención significativamente menor al título de Gran Maestro Absoluto otorgado a los hombres y que, en términos prácticos ha sido esquivo para las mujeres.

Ese machismo ha estado aún más influenciado por las altas esferas políticas y las presiones gubernamentales a las jugadoras de ajedrez, las cuales además de ser obligadas a participar en los torneos, han recibido denigrantes tratos. Durante una sesión del parlamento de la Unión Europea en marzo de 2017, el eurodiputado polaco de extrema derecha Janusz Korwin, declaró en plena sesión “¿Sabe usted cuántas mujeres hay en los primeros cien jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguna. Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes”.

Nada justifica los maltratos y las discriminaciones hacia las mujeres en el ajedrez, aquel símbolo milenario de sabiduría y nobleza que ha trascendido lo deportivo y territorial. La valentía y habilidad de muchas de ellas sobre los imperantes entornos machistas han registrado capítulos destacables en la historia porque al final ellas no son el sexo débil o las víctimas de una regresión intelectual. Se han constituido en el recorrido de los siglos en las reinas del tablero y del capo de batalla. Reinas como Isabel de Castilla (1461- 1504), Isabel I de Inglaterra (1533-1603) y Catalina la Grande de Rusia (1729-1796) jugaban este arte. Fueron las sucesoras occidentales de emperatrices árabes que en tiempos milenarios conocían grandes secretos del juego más enigmático del mundo. Su legado está presente e invito a todos los incrédulos que se resisten a creer en el poder que tienen las mujeres a que observen su tablero y vociferen a los cuatro vientos cual es la pieza más poderosa de todo el “reino”.

 

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