Las cicatrices, un año después del cierre fronterizo

Las cicatrices, un año después del cierre fronterizo

Nicolás Maduro decidió cerrar la frontera con Colombia con el argumento de "frenar el contrabando y la violencia que asechaban a su territorio"

Por: Angélica Rojas Cárdenas
agosto 24, 2016
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Las cicatrices, un año después del cierre fronterizo

El 19 de agosto de 2015 el presidente Nicolás Maduro anunció el estado de excepción en diferentes estados fronterizos de Venezuela y Colombia, desencadenando una ola de conflicto que afectó a miles de ciudadanos de ambos países.

Nicolás Maduro tomó esta decisión basándose en acabar la violencia en su pueblo que ocasionaban, según él, los colombianos que cruzaban cuantas veces se le daba la gana su territorio. Sus medidas buscaban frenar el contrabando y violencia que asechaba a su territorio, por eso ordenó la expulsión y detención de miles de colombianos que encontraron en Venezuela la segunda oportunidad que les negó su país natal, Colombia.

Según Nicolás Maduro, una enorme plaga de paramilitares colombianos invadió su país, lo carcomieron con los delitos que cometían, pero su decisión detendría a tiempo la invasión criminal que estaba acabando lentamente a Venezuela. Fue así como este líder presidencial usó su poder e impuso medidas en las zonas de frontera, que después de un año no se recupera de aquel golpe que dividió a dos naciones que ni un puente y ni un río había separado por décadas.

Es innegable la realidad que estaba mostrando Maduro, es innegable refutar que el paramilitarismo estaba azotando la frontera, pero es innegable ocultar el daño que ocasionó este líder político a una zona de frontera que se ha caracterizado porque sus habitantes dependen económicamente de ella.

Con la expulsión de miles de colombianos del país venezolano, se dio a conocer la localidad de La Parada, testigo directo de la tragedia humanitaria que ocurría, testigo del abandono por parte de ambos estados que por más de 50 años olvidaron la frontera que fue tomada por el contrabando, la ilegalidad, la presencia de bandas criminales, extorsiones, y  asesinatos  que día a día acaban con la poca institucionalidad que quedaba en la tierra de frontera, donde el viento se llevó la legalidad que cientos de políticos se atreven a divulgar, pero que hasta el día de hoy sus habitantes no han vuelto a presenciar.

Es así como cientos de rosarienses ubicados en La Parada se dirigían al Puente Internacional Simón Bolívar y veían cómo sus hermanos colombianos llegaban sin nada a la tierra que los olvidó. Fueron más de mil  colombianos deportados que dejaban sus hogares. Todo lo que habían construido en años fue arrebatado en minutos, otros fueron detenidos brutalmente por tener nacionalidad colombiana; madres veían cómo demolían sus casas construidas en invasiones que eran penetradas por paramilitares, en la que la presencia de la GNB ( Guardia Nacional Bolivariana), era cómplice de los delitos que se cometían en la frontera.

Las grandes mafias no sufrieron, ni vivieron en carne propia la humillación de ser saqueados de sus lujosas casas. Aquellos que ocasionaron el cierre de frontera solo huyeron para no ser atrapados, mientras que los pobres vivían la humillación. Otros temían perder el trabajo por el que dependían del movimiento fronterizo.

La localidad de La Parada, ubicada a 150 metros del Puente Internacional Simón Bolívar, les ofreció hogar a los miles de colombianos deportados. Muchos se caracterizaron por su espíritu filántropo, como la señora Rita, que prestó su casa para que muchos de los expulsados tuvieran donde dormir. Además cocinó para ellos, por eso es conocida como el ángel de los deportados. Pero la realidad es que en La Parada también se vivía una crisis que estaba a punto de explotar en la que sus habitantes veían la oportunidad para que el gobierno colombiano les ofreciera la ayuda que por años había sido negada.

La zona de La Parada al fin estaba cubierta por medios de comunicación que cubrían el rastro de la tragedia que atravesaba la frontera, pero los medios de comunicación nunca antes asomaban sus cámaras. Lastimosamente estas cámaras no registraban el desempleo que cientos de habitantes de La Parada atravesaban. Fueron decenas de casas de cambio que cerraron sus puertas, restaurantes y locales comerciales despedían a sus empleados porque La Parada depende de la frontera.

El sabor amargo se impuso en el sentimiento patriótico que se despertaba en Colombia, porque al parecer la diplomacia por parte del gobierno no fue suficiente para sus ciudadanos: algunos deseaban estar en los zapatos de la canciller, María Ángela Holguín, para defender a capa y espada a aquellos que pasaban por momentos de angustia y humillación, porque así se sintieron tras ser expulsados de Venezuela. Pero la humillación siempre ha sido el pan de cada día de los habitantes de frontera.

A La Parada llegaron ayudas. Eso sí se tardaron en llegar. Ni el exalcalde Carlos Socha entendía la magnitud de lo que se veía en la frontera: fueron los habitantes de este sector los que entendieron la situación, por eso proclamaban a grito y pulmón que defendieran a sus ciudadanos. Pero no fue así: en menos de un mes se olvidaron de aquellos pobres que vivían la tragedia de pertenecer a la frontera. Las ayudas humanitarias se iban acabando, pero no hubo ayuda para aquellos que quedaron desempleados tras el cierre fronterizo. A ellos no se les ofreció atención, los medios de comunicación sólo enfocaban sus lentes en captar las supuestas ayudas que se encontraban en la zona de La Parada, pero ni las promesas políticas llegaban, pero las deudas y el hambre estaba presente en esta zona.

El Sena ofreció cursos de capacitación de repostería, panadería y demás, pero nunca hubo financiación por parte del gobierno para que se crearan las microempresas, al parecer no entendían, ni entienden que en La Parada no se tiene la capacidad económica para esto, es así como hasta el día de hoy estos habitantes han tenido que resurgir de la poca esperanza que queda para ellos. El gobierno colombiano no entendió que esta zona también fue víctima del cierre fronterizo, no comprendieron la angustia de quedar sin empleo y dejar de llevar el sustento a sus hogares.

Después de un año de cierre fronterizo aún quedan las secuelas del desempleo, del olvido por parte del estado a esta zona, no hay secuelas del contrabando y la ilegalidad, porque el contrabando no se exterminó con la medida tomada por Nicolás Maduro, al contrario, bandas criminales acompañadas de la institucionalidad sacaron provecho, se tomaron las trochas fronterizas, cobrando impuestos, untaron de criminales a los habitantes de La Parada, por eso son catalogados por la policía como contrabandistas, bandidos y criminales. De los subsidios de arriendo que el gobierno aún envía a los colombianos expulsado del país vecino, muchos sacaron provecho, gente que ni conocía Cúcuta cobra dinero a costillas del sufrimiento de los deportados, pero eso sí, no hubo ayudas para los desempleados en La Parada y demás sectores fronterizos. Lo único que se cerró tras la orden de Maduro fueron los puentes que unían a ambas naciones, porque la frontera siempre estuvo abierta para la ilegalidad y criminalidad que es  permitida por la supuesta institucionalidad que protege a los habitantes de frontera.

Al igual que La Parada, decenas de sectores fronterizos colombianos intentan recuperarse de las cicatrices que sufrieron; hoy encuentran un viento de esperanza tras la apertura peatonal de la frontera, aunque lo cierto es que la frontera se reabrió porque a ambos gobiernos les estaba doliendo lo que ellos más aman: la economía porque a sus ciudadanos los dejan en el olvido.

 

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