Las Antígonas colombianas
Opinión

Las Antígonas colombianas

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julio 23, 2013
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Antígona era la hija de Edipo y Yocasta y hermana de Ismene, de Eteocles y de Polinices. Antígona acompañó a su padre cuando éste, al descubrir el crimen de su propio padre y el incesto que había cometido con su madre, partió hacia el exilio después de arrancarse los ojos. Se refugiaron en Colono, un pueblecillo de Ática, donde la muerte trajo finalmente la paz a Edipo. Antígona regresó entonces a Tebas.

Eteocles y Polínices, los dos hijos varones del desterrado Edipo, mueren peleando frente a frente en las afueras deTebas. Eteocles del lado de la ciudad; Polinices del lado de los sitiadores.

Creonte, el nuevo gobernador de Tebas, decreta, según las leyes, que Eteocles sea enterrado con los honores que correspondían a los héroes que mueren por la patria; y que Polínices, que murió defendiendo el bando de los sitiadores, sea dejado insepulto sobre la tierra, para que, en memoria de su enemistad con los tebanos, se pudra al sol y sea devorado por los buitres. Las tradiciones establecían el deber sagrado de sepultar a los muertos, señalando que en caso contrario el alma del difunto vagaría eternamente sin reposo y nunca podría acceder al reino de las sombras.

Es allí donde Antígona se rebela y desobedece a las leyes de la ciudad y aunque esto le signifique la muerte, le da un entierro digno a su hermano.

Con esta tragedia Sófocles inauguró muchas nociones y debates, uno de ellos el de la objeción de conciencia a leyes que se consideran injustas.

Por estos días en Cali, el Teatro La Máscara, un grupo de teatro de género que lleva cuarenta años resistiendo a la marginalidad, al silencio y la asfixia presupuestal, así como a los prejuicios, ha hecho un montaje contextualizado de Antígona en la Colombia contemporánea. Además de repetir la denuncia sobre las atrocidades de las guerras, el daño a las vidas de las mujeres, el irrespeto al río Cauca, tan mancillado como los cuerpos de las mujeres y convertido en cementerio, permite hacer sentir una vez más la fuerza de las voces y las valentías de las mujeres víctimas, sobrevivientes, denunciantes, resistentes.

Nos recuerdan que en todo el mundo se repiten las Antígonas y en Colombia, azotada por el conflicto armado, son miles los ejemplos de mujeres que enfrentan y desafían mandatos patriarcales y guerreristas.

Otro ejemplo protagonizado por colectivos feministas en Cali fue la acción colectiva, enmarcada en los repertorios de la noviolencia del 20 de julio. Su consigna central:

sangre

Un grupo de niñas y mujeres jóvenes hizo una instalación en la puerta del Cantón Militar Pichincha: vestidas de blanco hicieron una “parada antimilitar”, en la que empezaron por ensangrentar sus entrepiernas, llamando la atención sobre la paradoja que existe entre la sangre menstrual y la sangre derramada en la guerra.

Así explicaron su simbología: “La dicotomía primaria entre la sangre del guerrero y la sangre de las mujeres hace parte de la matriz ideológica que sustenta la diferencia social de los sexos, o sea el patriarcado. La primera aparece fundante y civilizatoria, la segunda pasiva y natural. La primera deviene del odio, la guerra y la violencia, la segunda de la vida, la armonía y la paz”.

Sin duda, un mensaje contundente, que declara sin ambages que la guerra es el peor invento patriarcal y que las mujeres feministas no le hacen el juego ni tampoco guardan silencios confusos.

En la preparación de la acción se dieron cuenta de otra perla de la mecánica de la guerra: En Cali no hubo desfile militar porque el 3 de julio en el aniversario de la “independencia de la ciudad” se había realizado uno y la ciudad hubiera tenido que destinar miles de millones para mover a los cuerpos de las fuerzas armadas de nuevo. La inmensa tajada que se destina del presupuesto nacional a la guerra no basta. Además, los municipios tienen que financiar los desfiles en los que hacen apología de los guerreros y del desbordado gasto militar. No hay derecho.

Por eso las ciudadanas de hoy, como aquella ciudadana que hace siglos desobedecía los mandatos injustos e indignos, salen a cumplir con el sagrado deber de la desobediencia vital.

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