Durante más de una década, Paola Holguín ha sido una de las voces más reconocibles del uribismo en el Congreso. Llegó a la política de la mano de José Obdulio Gaviria, el ideólogo más cercano al expresidente Álvaro Uribe, y desde entonces se convirtió en una de sus escuderas más disciplinadas. En tres periodos legislativos ha consolidado un perfil de mujer combativa, de discurso fuerte, que defiende con vehemencia las banderas de seguridad democrática, autoridad y defensa de la fuerza pública, pero que también busca proyectarse como una figura más cercana a las bases conservadoras y a los votantes inconformes con la actual dirección del país.
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Holguín representa una generación de uribistas que, aunque surgieron a la sombra del expresidente, quieren demostrar que el proyecto político puede renovarse sin perder su esencia. Con una trayectoria marcada por la lealtad y por su presencia constante en debates de control político y en los medios, ahora quiere dar el salto más alto de su carrera: ser candidata presidencial. Dice estar preparada para liderar al país desde una visión de orden, austeridad y patriotismo, pero también desde una mirada más social que conecte con las necesidades cotidianas de los colombianos.
En la competencia interna del Centro Democrático, Holguín se mide con nombres de peso: Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Andrés Guerra y Miguel Uribe Londoño —quien recogió las banderas de su hijo, el recientemente asesinado Miguel Uribe Turbay—. Entre ellos se libra una disputa que definirá no solo al candidato del partido, sino el futuro del uribismo mismo, que Holguín confía en representar
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