La visita del papa y el triunfo de los victimarios

La visita del papa y el triunfo de los victimarios

"Viene ahora el patrón de los mismos curas que nunca pidieron perdón por la barbarie que provocó su cruzada, a honrar la memoria de uno de los victimarios"

Por: David Marin
septiembre 05, 2017
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La visita del papa y el triunfo de los victimarios

El presidente de la franquicia católica viene como epígrafe del "proceso de paz" y entre los actos que va a realizar, en medio de la absorta devoción de los borregos de su rebaño, va a subirle el rango a uno de sus militantes ya fallecido.

El tipo, que murió como otros cientos de miles, a machetazos, en pleno parque central de Armero (la misma ciudad de la avalancha, la misma de la arrodillada del otro papa que también vino por acá), era uno más de una inmensa mayoría de curas que desde sus tarimas se dedicaban a instigar el asesinato de campesinos colombianos que tenían la mala fortuna de creer en y votar por políticos liberales.

Era su forma de pelear la guerra santa en contra del fantasma comunista. Aunque en realidad eran apenas instrumentos de un sector de la sociedad muy interesado en hacer una contrarreforma agraria que les permitiera acumular las tierras de la nación. Esos empresarios de bien, corredores de cercas, le daban unas moneditas al cura, le regalaban una vaquita, le pintaban la choza en la que daba misa, y el cura procedía, desde el púlpito, a señalar, muchas veces con nombre propio, a quienes deberían morir.

El pueblo, su rebaño de borregos, procedía a tomar la obra de Dios en sus manos y picaba en cientos de pezados a los señalados. No sin antes violar a sus mujeres e hijas, robarse sus vacas, saquear sus negocios y quemarles la casa. Generalmente, dejaban vivas a las mujeres, para poder prolongar el martirio en una eternidad de viudez y desprestigio, que luego los borregos del rebaño, los más piadosos, aliviaban casándose con ellas. Y, claro, al mismo tiempo llegaba el gamonal a comprar barata la parcela.

Esa violencia desatada entre vecinos, conservadores y liberales, todos católicos, todos tan madrugadores a rezar el rosario en la penumbra de los gallos, entre el ordeño y el desayuno, provocó la reacción, violenta, sí, de unos muy pocos. Esos pocos se defendieron, a veces, y huyeron, casi siempre, a asentarse en zonas libres de sus enemigos. Se iban a salvar la vida, abriendo monte en el Caquetá, en La Macarena, en el sur del Tolima. Fue contra esos colonizadores de baldíos que se instauró la guerra que se acabó con el plebiscito imbécil de hace un año, y la doble firma de un mamotreto que nadie leyó y al que nadie le hará caso.

Y, entonces, viene ahora el patrón de los mismos curas que nunca pidieron perdón por la barbarie que provocó su cruzada, a honrar la memoria de uno de los victimarios. Porque su acto, violentamente simbólico, aterradoramente victorioso, tiene precisamente esa intención: recordarle a sus adscritos que, tarde o temprano, hagan falta cientos o millones de muertos y océanos enteros de sangre fertilizando latifundios mal acumulados, ellos, desde sus alturas, están dispuestos a diezmar el rebaño, si es necesario, para mantenerlo siempre dócil.

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