La versión de Petro de la toma del Palacio de Justicia que califica como una genialidad del comandante Luis Otero

Hace 20 años el presidente contó con detalles de cómo se planeó el ataque craneano por el excomandante que también planeó la toma de la embajada dominicana

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noviembre 04, 2025
La versión de Petro de la toma del Palacio de Justicia que califica como una genialidad del comandante Luis Otero

Luis Otero, el líder del comando del M-19 Iván Marino Ospino, fue quien durante varios meses atrás se inclinó sobre los mapas del Palacio de Justicia y sus alrededores para indicar cómo se tendrían que mover cada uno de los 34 guerrilleros que se tomaron el Palacio. Él fue la mente maestra de la toma y también de otras operaciones del M-19, como el robo de la espada de Simón Bolívar, el robo de 5 mil armas de un batallón de Ejercito y de la toma de la Embajada de la República Dominicana.

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Otero midió distancias, calculó rutas de escape, estimó tiempos y reacciones. Sabía que no era una operación cualquiera: en ese edificio, donde se concentraba el poder judicial del país, se jugaba algo más que un golpe militar. Era una apuesta simbólica.

Otero, veterano de operaciones de inteligencia, concibió el ataque como un acto de impacto político. En su cabeza, el Palacio era un espacio donde el país entero sería obligado a mirar de frente al M-19. Era una operación de precisión, pensada para ejecutarse en cuestión de horas. Entrar, dominar el edificio, retener a los magistrados, transmitir un mensaje: el M-19 exigía diálogo, reconocimiento, protagonismo.

Años después, Gustavo Petro —entonces un joven exguerrillero convertido en político— lo recordaría como una genialidad. Entrevistado por Caracol Televisión, narró que la mente detrás de la toma había sido Otero, un hombre que ya había participado en operaciones tan arriesgadas como la del Cantón Norte o la del túnel que en 1979 permitió a la guerrilla robar cinco mil armas del Ejército. Para Petro, la de Otero fue una muestra de planificación, de cálculo, de inteligencia militar. Un golpe pensado para hacer ruido sin pretender destruirlo todo.

El plan de Otero se fue desarrollando tal como lo había previsto. El 6 de noviembre, poco después de las once de la mañana, los camiones con los guerrilleros llegaron al Palacio. Entraron por el sótano. De allí se desplegaron por los pisos, buscando a los magistrados que debían servir de rehenes. Afuera, la ciudad tardó apenas unos minutos en entender lo que estaba pasando. Bogotá se congeló. En los alrededores, los soldados tomaron posiciones. Desde los primeros disparos, ya estaba claro que no habría salida fácil.

El Ejército respondió con fuerza. Petro, en su relato posterior, dice que el M-19 estaba preparada para resistir durante días o semanas. Que los guerrilleros pensaron que la respuesta sería una operación de infantería. Pero el Ejército eligió otro camino: la contundencia. Llegaron tanques de la Escuela de Caballería, se apostaron frente a la entrada principal y abrieron fuego. Las llamas empezaron a subir por las ventanas. El edificio, un símbolo de la justicia, se convirtió en un campo de batalla.

El fuego cruzado duró casi dos días. En el interior, los magistrados de la Corte Suprema intentaban negociar, mientras los guerrilleros mantenían posiciones. Afuera, el Ejército no se detenía. El resultado fue una tragedia: más de cien muertos, once magistrados desaparecidos o asesinados, decenas de cuerpos calcinados. Una parte del país culpó al M-19. Otra, al Estado. Nadie salió limpio.

Petro ha mantenido desde siempre que ningún magistrado fue ejecutado por la guerrilla. Que el fuego que acabó con ellos vino del Ejército. Su afirmación contradice testimonios, investigaciones judiciales y relatos de sobrevivientes. Pero él insiste. En su versión, el M-19 planeó una toma política, no un baño de sangre. Y lo que siguió fue, según su lectura, una masacre provocada por la respuesta del Estado.

Lo que llama “genialidad” no es el resultado, sino la idea. El diseño militar, el cálculo del golpe, la manera en que Luis Otero transformó un acto armado en una escena de poder. Para Petro, en ese tiempo todavía un hombre que buscaba sentido a la rebelión, el plan fue una demostración de estrategia. Para la historia, en cambio, fue una tragedia nacional.

Luis Otero fue uno de los tantos que no salieron vivos del Palacio. Pero su nombre, asociado a la planeación, sigue siendo una sombra sobre lo ocurrido. La operación, que él imaginó como un acto de fuerza simbólica, se convirtió en un desastre total. Y cada aniversario del 6 y 7 de noviembre, Colombia revive ese dolor.

El Palacio de Justicia sigue siendo, cuatro décadas después, una ruina simbólica. Entre los escombros, quedaron enterrados los nombres de 11 magistrados, secretarias, aseadores, vigilantes. Lo que para unos fue estrategia, para otros fue horror.

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