La verdad sí existe

La verdad sí existe

En este mundo en el que prima el relativismo y las posverdades es sencillo caer en falsedades y dejar de lado la objetividad

Por: Leila Delgado
agosto 29, 2018
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La verdad sí existe
Foto: Pixabay

La frase que Rudolph Giuliani, abogado de Donald Trump, resume esta época de desinformación, verdades a medias, posverdades e imposturas intelectuales. ¿Cómo así que “la verdad no es la verdad”? Eso me hace recordar una frase de antología que espetaba a cada momento un dirigente sindical nacional de los 80 para ocultar sus desafueros que decía así “las cosas no son como son, sino como terminan siendo” o la de una profesora de la Universidad del Atlántico cuando parodiando a Fabio Jurado (profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, apóstol del constructivismo en educación, de generación del pensamiento del pedagogo Piaget) decía que la verdad “era un constructo social”, por lo tanto no se podía enseñar y cada niño la tenía que “construir”.

Otra forma de falsear la verdad, pretendiendo validar exabruptos, son expresiones como las de la asesora Kellyanne Conway sobre la alternatividad de los hechos. Sin embargo, quiero resaltar aquí que una de las causas, por lo menos en Colombia, es la expansión por el entorno educativo de acciones alternativas para “construir conocimiento”.

Eso generó que las leyes generales y específicas que la humanidad ha descubierto del desarrollo del mundo y la sociedad sean meros hechos por inventar en cada generación, partiendo de cero. Considero que ello —aparte de la actitud de los medios masivos de comunicación— ha generado ingenieros que construyen puentes que se caen, gente que crea medicinas alternas que no curan, demagogos de la palabra denunciados por el cantautor argentino Piero en el coro de su canción sobre la tragedia de Armero.

¿Cómo no van a existir verdades objetivas? Las leyes generales y específicas de la naturaleza y del desarrollo social claro que lo son. Ellas originan la tecnología y las técnicas precisas con las que nos enfrentamos al mundo. Si no fueran objetivas, ¿cómo estaría yo escribiendo este antieditorial para enviárselo a ustedes y que ustedes allá en sus oficinas puedan leerlo?

No obstante, llegar a un lugar común sí es imposible en materia de creencias religiosas, posturas ideológicas y todas aquellas que tienen un substrato de intereses particulares que defender. Toca más bien que el Estado asuma una educación de alta calidad con lo más avanzado del conocimiento humano, de modo que los distintos sectores de la población tengan criterios científicos con los que puedan ponderar los hechos. Esto vale para todas las profesiones, especialmente para educadores y comunicadores.

Con eso en mente, la pregunta existencial para quienes influyen en la opinión pública sería: ¿qué rol estamos asumiendo periodistas —y maestros— llamados a informar —y enseñar—?

Ahora bien, que 300 medios estadounidenses publicaran editoriales rechazando la violencia de Donald Trump contra el periodismo me hace cuestionar cuándo harán lo mismo con los docentes y su misión de ayudar a acceder a la verdad en sus cátedras. La defensa del periodismo y de la libertad de cátedra para un periodismo objetivo y una cátedra científica es lo mínimo que se puede aspirar para que amplios sectores de la población tengan herramientas para optar con leal saber y entender la posición más acorde con el desarrollo humano y social.

A las corrientes filosóficas idealistas redivivas que no aceptan una realidad por fuera de sus preconceptos y juicios, intereses y negocios —que esconden sus propios hechos para pelechar en el poder— debe oponerse la formación ciudadana del más alto nivel, laica y científica, además del periodismo objetivo —por lo menos con información de las diversas posiciones de los hechos y de variadas fuentes, y no solo a partir de  “comunicados de prensa oficiales”—.

"Y que vengan esos ángeles y sabios/los brujos y hechiceros, denunciantes, los que dicen leer entre los vientos/si el volcán está en paz o está violento” como dice la canción Por ti Colombia de Piero.

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