¿La tecnología nos está reemplazando?

¿La tecnología nos está reemplazando?

"Ya no somos necesarios. Hay funerales sin gente, fiestas sin gente, sexo sin gente... solo espectadores y tendencias cifradas"

Por: Samuel Astor Bahos
junio 16, 2020
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¿La tecnología nos está reemplazando?
Foto: Pexels

Hemos entrado en tregua con los dispositivos comunicativos porque conviene responder publicaciones, hablar lo que la gente padece, insultar al coronavirus y significar el valor de vivir. En las pantallas recibimos más de lo que podemos resistir. Allí nos convencemos de ocurrencias como que virtualmente uno todavía está, es sujeto pensante y presa de las transmisiones en vivo; un constructor de eventos multitudinarios para combatir la desolación de la realidad material.

Es agonía lenta la que se da siendo espectadores de la gran miseria humana, obligados a adaptarnos a la contemporaneidad, asociándonos con todos y con nadie que esté dispuesto a visitarnos con un vestido de protección biodegradable para darnos una palmada en la espalda o su hombro para llorar. Volteamos de la computadora al baño y tarde de la noche, de la computadora a la cama; lo más parecido a las ánimas en pena en el purgatorio.

El horror recrudece con la forma impersonal de interactuar, somos socios y usuarios, avatares y recordatorios de reuniones, somos casi familia, miembros de un club de fantasmas mientras los féretros solo pueden tener a su alrededor cinco personas que sepan guardar la distancia exigida de metro y medio. Mientras en las redes somos multitud encorvada en sillas que sostiene las posaderas obstinadas en línea, casi nada se hace atractivo, a lo mejor el sexo distrae si tienes fondos suficientes, pero en general la pesadumbre es fría como las estadísticas que la miden.

Es desconcertante recurrir a comer helado con tu pareja online o dar un paseo en un museo virtual para sentir la experiencia de estar vivo; frustra que las ideas brillantes se den a expensas de los pocos asistentes que arriesgan el pellejo para enviar imágenes en directo, mientras los participantes envían comentarios sincronizados reconociendo que allí la tecnología nos está reemplazando. Ya no somos necesarios. Hay funerales sin gente, fiestas sin gente, sexo sin gente... solo espectadores y tendencias cifradas.

Morirse en pandemia es reconocer que no hay opciones para decidir algo distinto, la coacción es tremenda y el aislamiento tortura como la obligación de imaginar haciendo aquello que está prohibido. Síndrome de abstinencia mortal y doloroso que pervierte el concepto de obediencia y acongoja la esperanza mínima de movilizarse a los brazos de los ancianos, a la camilla del enfermo, a la casa del deprimido y al cuerpo del que le falta una caricia.

La gratitud aquí es un acto de fe porque el sentimiento de ofensa nace de acatar las medidas preventivas, sin celular es imposible sobreponerse a la agorabia que producen los espacios arruinados, es la medicina ante la pequeñez que se experimenta en esta selva de cemento.

Todo se resume en desear y no poder hacer, armarnos de coraje para caminar disfrazados como si hiciéramos parte de una obra de teatro permanente. A riesgo de no ser reconocidos, solo contados; a riesgo de desfallecer por cualquier otra causa que no sea la muerte que está de moda. Interrumpir para contestar las demandas de mensajería en la que cientos de gentes aparecen sin estar presentes y desconociendo la verdad de los sucesos.

No se entiende qué nos pasa cuando la batería se agota, yo opino que es morirse de repente, las cosas pierden sentido cuando no logramos imaginar la emoción que produce en los demás aquello por lo cual trabajamos en la fantasía de responder mensajes, enviar información y comunicar una idea en cualquiera de los formatos disponibles, podríamos pensar así que el mundo no se ha acabo felizmente, pero muerto el celular sabemos que el silencio es el mismo que se escucha tres metros bajo tierra.

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