La sonrisa de mamá y los tiempos idos tan de prisa
Opinión

La sonrisa de mamá y los tiempos idos tan de prisa

Refiero todo esto al borde de fin de año, pues creo que mujeres como ellas merecen el homenaje de contarle al mundo que existen

Por:
diciembre 30, 2022
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Mamá es una mujer de 89 años, acosada por el Alzheimer y los dolores en la cadera y las articulaciones. Tampoco oye muy bien, así que para conversar con ella hay que elevar un tanto la voz, esforzándose por no parecer que se grita, y esbozando siempre una sonrisa que descarte la mínima intimidación. Pese a que olvida las cosas más inmediatas, aún conserva el recuerdo de las personas y lugares donde creció en su infancia al norte del Tolima.

Echa de menos a papá, fallecido hace ya 17 años, con quien compartió 54 años de su vida. Y a mi hermano Luis Armando, a quien el cáncer de pulmones le arrancó la vida hace algo más de dos años. No puede explicarse por qué la vida tiene que golpear de ese modo, pero, contra todo pronóstico, logró superar esas terribles pruebas, sin dejar de lamentar su partida. Tiene un sillón en la sala, donde recibe las visitas y pasa leyendo algunas horas del día.

Pasar leyendo es un decir. En realidad sostiene un libro abierto en sus manos, sin superar nunca la página que tiene ante sus ojos. Prefiere libros de carácter religioso, que contengan imágenes coloridas, historias bíblicas, de ángeles y mensajes bonitos. Como es apenas de esperar por su enfermedad, su carácter se ha tornado tozudo, lo cual, sobre todo, debe soportar mi hermana, quien cercana ya a los setenta años, se encarga de acompañarla y cuidarla.

A veces parecen más un par de hermanas, que se quieren, discuten, se contradicen y encuentran al final fórmulas de acuerdo. No es fácil para mi hermana. Mamá acaba de almorzar y se sienta en su silla de la sala, donde a los pocos minutos pregunta si no le van a dar almuerzo, pues tiene hambre. Cuesta trabajo convencerla de que ya almorzó. Igual es complicado pedirle que se acueste de nuevo, luego de que se levanta varias veces en la noche con cualquier pretexto fútil.

En días pasados, tras una de esas intempestivas levantadas nocturnas, se tropezó y cayó al suelo, con tan mala fortuna que se fracturó un brazo, el derecho, el de todo. Así su cuidado se volvió más exigente. Hay una estudiante, J, quien se encarga por días de acompañarla y lidiarla. Sorprende un tanto la química que ha conseguido con mamá, sobre todo cuando tiene que demostrarle que no tiene la razón en algo. En definitiva hay seres con mucha paciencia.

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A veces, en las tardes soleadas, mi hermana invitaba a mamá a salir a la calle, a caminar una o dos cuadras. Ahora el procedimiento implica usar una silla de ruedas

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A veces, en las tardes soleadas, mi hermana invitaba a mamá a salir a la calle, a caminar una o dos cuadras. Ahora el procedimiento implica usar una silla de ruedas. Mamá ya no puede llevar bastón para apoyarse y mucho menos usar su odiado caminador. Por fortuna, hasta hoy, su estado de salud, dentro de sus inconvenientes, ha estado bueno. El año pasado, para esta temporada, estuvo hospitalizada, seriamente afectada por una infección urinaria y otros problemas.

Como su respirar es en ocasiones dificultoso, debe usar un tanque de oxígeno y hay que estarle midiendo la saturación de rato en rato. Al cruzar cierto límite hacia abajo, había que llevarla corriendo al hospital. La escena se tornó tan repetida que fastidiaba hasta le exasperación. Apenas en urgencias, el médico y las enfermeras de turno le diagnosticaban Covid, lo que implicaba su aislamiento inmediato en el pabellón de infectados. El verdadero riesgo era ese.

Tres días más tarde se conocía el resultado negativo de la prueba, entonces había que sacarla de ese pabellón, si es que había un cuarto disponible. Cuando no sucedía que alguna doctora ordenaba repetirle la prueba,  pues a su juicio todos sus síntomas indicaban Covid, lo que implicaba otros días más de aislamiento, hasta conocer el nuevo resultado negativo. Entonces sí empezaban a tratarle la infección urinaria. No era difícil pensar que la infección la había adquirido allá.

En fin. Mi hermana aprendió viendo el personal médico del hospital, los métodos de reacción frente a la baja saturación de oxígeno en la sangre, y por eso no corre con mamá al hospital. Junto con el médico que llega a atenderla, le aplican los procedimientos que hasta el momento han servido para evitarle otra hospitalización. La fractura requiere al parecer de cirugía, pero con total franqueza el especialista le recomendó a mi hermana no operar a mamá.

Refiero todo esto al borde de fin de año, pues creo que mujeres como mamá y mi hermana merecen el homenaje de contarle al mundo, que existen y que luchan contra la adversidad. La sonrisa de Chavita y oírla preguntar de nuevo cómo se llaman mis hijas y mis nietos, transmiten la alegría de tiempos mejores y el dolor por el paso de los años. Y la devoción de Cilita al cuidarla, retrata, sin ambages, el valor del amor y una suprema calidad humana.

 

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