En Colombia ya no sorprende que los discursos de “paz” terminen convertidos en escudos para encubrir alianzas peligrosas. Lo que sí indigna es la manera descarada en que ciertos políticos progresistas —que se autoproclaman adalides de la reconciliación— usan ese discurso como fachada para tejer redes de poder con quienes, desde hace años, mantienen a Medellín entre el miedo y la extorsión.
El ejemplo más claro de esta nueva “paz con impunidad” es la senadora Isabel Zuleta, del Pacto Histórico, quien desde hace meses viene realizando “mesas de diálogo” dentro de la cárcel de Itagüí. Según ella, se trata de encuentros para promover la convivencia y la resocialización. Pero basta escuchar a los internos o mirar el mapa político reciente para notar que esas reuniones han servido, más bien, como terreno fértil para sembrar lealtades políticas y cosechar votos.
¿Coincidencia? No lo creo. Dentro de la misma prisión está recluido el grupo conocido como La Oficina de Envigado, una organización que —a pesar de las rejas— sigue manejando negocios, territorios y, ahora, al parecer, campañas. De hecho, en las elecciones locales de 2023 promovieron a Farley Macias, un joven liberal que terminó ganándose un escaño en el Concejo de Medellín gracias a la maquinaria que opera desde los barrios más controlados por esa estructura.
Los números no mienten: Farley obtuvo más del 80 % de sus votos en las mismas comunas donde el grupo ejerce influencia. Y curiosamente, son esos mismos barrios donde la senadora Isabel Zuleta sacará votos en las próximas consultas internas del Pacto historico del próximo 26 de octubre. Será evidente los votos de la senadora en El Popular, Santa Cruz, Manrique y Aranjuez, donde Farley obtuvo su mayoría de votación.
La izquierda nos vendió la idea de que todos merecen una segunda oportunidad. Pero, ¿qué pasa cuando esa oportunidad se convierte en poder político? ¿Cuándo los mismos que antes controlaban el territorio con armas, ahora lo controlan con votos y contratos?
Medellín merece transparencia, no pactos bajo la mesa. Si las mesas de diálogo de Itagüí terminan convirtiéndose en mesas de campaña, entonces el país debería preguntarse: ¿estamos construyendo paz o simplemente cambiando de patrón?
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