La secta del emprendimiento
Opinión

La secta del emprendimiento

Desafortunado y quizá frustrante el más popular y reciente credo religioso, el emprendimiento: hacer empresa se ha trivializado y vendido con una idea de libertad instantánea y consumible

Por:
marzo 24, 2019
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El joven soldado quería ser alguien -o algo más- en su vida. Por lo tanto, empezó a escribirle cartas al viejo y entristecido poeta en búsqueda de alguna luz; de cualquier esperanza. El poeta, a sabiendas de lo que aconsejaba, lo instruyó por meses en el esquivo arte de vivir con franqueza; jamás faltaron palabras de aliento y curiosidad al referirse a la inquieta vida que el joven parecía anhelar. Con el paso de los días, las cartas dejaron de llegar. El soldado siguió siendo soldado y el poeta, poeta. Fue su destino y su voluntad. Años después, Reiner Maria Rilke, el grandioso autor alemán, recopilaría esas diez epístolas y así nacería el imprescindible libro  Cartas a un joven poeta, una bitácora precisa y humana necesaria para todo aquel que quiera descubrirse -o extraviarse- a sí mismo. Sin duda, uno de los aciertos del poeta consistió en evitar ofrecer, al aburrido soldado, una fórmula mágica e irreversible para dar consigo mismo. Su tarea se restringió a sugerir al joven un ejercicio contemplativo de sus emociones y a aconsejarle que insistiera en sacar provecho de los sufrimientos. La cláusula final de la conversación no podría ser más lapidaria: “la vida siempre está en lo cierto”.

Por lo anterior -y por mi propia experiencia- me ha empezado a parecer desafortunado el más popular y reciente credo religioso: el emprendimiento. Hoy por hoy, hacer empresa se ha trivializado hasta la saciedad y vendido como una alternativa de vida llena de frases vacías, amparadas en una idea de libertad instantánea y consumible. La impostora pose del éxito es manipulada a través de ejemplos desproporcionados -casi todos foráneos- que hacen ensoñar a los más ingenuos con vidas resueltas y estables. Nada más falso.

 

 

Emprender hoy parece más un escenario de salvación de vidas
que lo que verdaderamente es: la búsqueda de un trabajo
por el más difícil de los caminos: la independencia

 

 

En efecto, emprender hoy parece más un escenario de salvación de vidas que lo que verdaderamente es: la búsqueda de un trabajo, un oficio o al menos un quehacer, por el más difícil de los caminos: la independencia. Las universidades e instituciones públicas y privadas están abarrotadas de cursos de emprendimiento y la prensa se llena de invitaciones e instancias para oír sobre el nuevo evangelio.  La tierra prometida que hará que se reactive nuestra lánguida economía; un edén repleto de hordas de jóvenes que creen encontrar su camino a partir de la irreflexiva asunción de riesgos innecesarios. He ahí la trampa.

Por supuesto que el emprendimiento bien concebido y promovido -desde lo público y lo privado- podría llegar a constituir un camino posible para que miles de personas, preparadas y conscientes, empeñen su tiempo y conocimiento en el desarrollo de una idea empresarial o de un negocio a secas. Lo arbitrario, como sucede con frecuencia, es considerarlo como el primer paso para el desarrollo profesional cuando es -definitivamente- uno de los últimos. No es el kínder, es el bachillerato.

Un buen amigo mío, profesor, casado con una mujer brillante y con dos hijos pequeños, en la última comida de amigos egresados de la universidad, nos sorprendió al decirnos que abandonaba su trabajo estable por irse a emprender en una plataforma tecnológica. Luego de pensarlo bien, supe que estaba haciendo lo correcto: este año cumple 40, ya tuvo varios trabajos y acompañó a su esmerado padre en la consolidación del negocio familiar; en fin, ya se preparó lo suficiente. Conoce los riesgos y el valor de las cosas. Supongo que podría fracasar -como cualquiera- pero también supongo que sabrá la medida de las consecuencias de sus actos.

Así como en la historia del poeta y el soldado, para muchos el mejor camino es persistir en un trabajo tradicional, acompañado de un aprendizaje paulatino de su oficio que -pasado el tiempo- le permitirá decidir si continua o abandona los rumbos escogidos en el pasado: seguir teniendo un salario quincenal y un horario fijo o salir a aventurar con conocimiento y causa de lo que está haciendo.

No todos nacen para emprendedores, pero en la actualidad pareciera que quisiéramos chantajear a nuestros jóvenes -y su futuro- a partir de ofertas existenciales huecas que, cuando se plantean cómo una metodología infalible  -y sencilla- en la vida de un joven, conduce a la mayoría de ellos a una inescrutable frustración y como consecuencia al consumo desmedido y angustiante de su esperanza y de sus vidas.

No confundan mis palabras con amargura: es que hace 11 años decidí -sin más- ser emprendedor y 11 años después lo sigo siendo. En lo bueno y en lo malo. No me arrepiento.

 

 

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