La Santa María del Fiore de Peñalosa

La Santa María del Fiore de Peñalosa

"Todo indica que los bogotanos seguiremos a la espera de un Brunelleschi que logre ponerle la cúpula final al metro que tanto necesitamos"

Por: Leonardo Puentes
noviembre 16, 2017
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La Santa María del Fiore de Peñalosa

Alguna vez el escritor inglés Charles Dickens mientras discutía con algunos lores en la Cámara de los Comunes dijo: Hay hombres que parecen tener una sola idea y es una lástima que sea equivocada.

Esto fue lo primero que recordé el domingo 5 de noviembre cuando leí el trino del alcalde Enrique Peñalosa en su cuenta oficial de Twitter:

Y lo cito, por la gravedad semántica que esconde este mensaje; porque los errores en política no son nimiedades, son decisiones que afectan a miles o millones de personas. Errores que escriben la historia y que cambian el rostro de una sociedad para siempre. Porque para Peñalosa su continuo errar en el proyecto Metro se volvió con los años como la cúpula de la catedral para los florentinos del siglo XIV.

En la postrimería medieval de la Toscana italiana, una pequeña villa llamada Florencia se vislumbraba como una promisoria ciudad que gracias a sus organizaciones comerciales como el Arte della Lana (Gremio de los mercaderes de la lana) y otros hábiles cambistas como los Médicis, los Bardi y los Peruzzi, se embarcaría en una grandiosa empresa: hacer de Florencia la capital de Europa. Una noble idea que redibujó el panorama económico y político del mundo entero al ocasionar el fenómeno humanista que hoy denominamos “Renacimiento”.

En medio de un continente que se fragmentaba en lo que una vez fue la Europa unificada del imperio carolingio y el cristianismo ortodoxo del sacro imperio romano, las comunidades y su prosperidad giraban alrededor de una única e impotente estructura que resumía toda la cultura, el pensamiento y la política como la verdad y fuente de luz que iluminaba todas las mentes del oscurantismo: La catedral.

Estos edificios dejaron de ser los pequeños templos monacales y pasaron a ser el nuevo ars gótico de arcos conopiales, vitrales de luces intimidantes y campanarios que rascaban el cielo. Joyas arquitectónicas que servían de sede episcopal y oficina personal del Obispo, quien gozaba de una tesitura de poder muy amplia. Allí se decidían desde pequeños indultos hasta los altos cargos de la monarquía.

Sin duda alguna, la catedral simbolizaba ese gran monumento al poder divino que se consagraba en la cúspide de la sociedad del Siglo XII. Y es que el poder, ese tópico puramente humano, ha demostrado esmerarse desde los principios de la civilización en dejar un rastro evidente allí donde el homosapiens se haya asentado. Desde las tumbas mortuorias piramidales en las riveras del Nilo, hasta los gigantes empresariales en el centro de Manhattan, el poder parece necesitar de bastas infraestructuras que fijen el nombre de su creador en el curso de los siglos. Así obraron muchas civilizaciones, así obró la autoridad de Florencia al retarse a realizar el proyecto arquitectónico más ambicioso de Europa para la época: La Catedral de Santa María del Fiore. Y así También obró Peñalosa en 1998 cuando nos vendió a los bogotanos la esperanza de una mega-obra urbanística como solución al caos del transporte: Transmilenio, obra que en su momento desbancó al proyecto del Metro que Ernesto Samper le había dejado servido en bandeja de plata.

Para el año 1296, Pisa y Siena, vecinas toscanas de Florencia ya contaban con sendas catedrales imponentes, año en el que el arquitecto y escultor florentino Arnolfo di Cambio diseñó los planos de la nueva catedral cuya primera piedra fue colocada el 8 de septiembre del mismo año y solo se finalizaría hasta 1436, es decir 140 años después. En Bogotá, llevamos 67 años intentando poner el primer riel del metro desde que Rojas Pinilla inició la contratación de los primeros estudios para el Metro de Bogotá con la Compañía Metro de Nueva York en 1950.

Pero ¿por qué demoraron los florentinos 140 años en hacer su catedral? Muchas fueron las razones. Primero por la visión ambiciosa del proyecto, el diseño original incluía tres naves que se encontraban en un recinto central de base octogonal sobre la cual descansaría una enorme cúpula de 45 metros de diámetro. Cuando fue terminada, la Catedral de Santa María del Fiore sería el mayor templo católico construido en el mundo; sin duda para la época significaba todo un reto tecnológico. En 1302 con la muerte de Arnolfo se ralentizó la construcción y finalmente duró 30 años paralizado el proyecto. Luego, en 1331 el gremio de mercaderes enmendó a Giotto di Bondone la continuación del diseño de Di Cambio logrando el maravilloso campanario, no obstante murió en 1337 y su maestro de obra Andrea Pisano tuvo que continuar el proyecto hasta que la peste negra interrumpió las labores en 1348. En 1355 se retomaron tareas y un rosario de arquitectos continuaron con la mega-obra, Francesco Talenti, Giovanni di Lapo, Alberto Arnoldi, Giovanni d´Ambrogio y Nieri de Fioravante. Finalmente en 1380 se habían completado todos los espacios, incluso tuvo novedosos acabados de arte y esculturas de Donatello y Nanni di Blanco. Pero a pesar de todo esfuerzo faltaba una pieza elemental: la cúpula.

Di Cambio había diseñado algo inédito para su época y no contaba con indicaciones para su construcción: una cúpula de base octogonal con estructura de madera, algo que en lo práctico se encontró con varios problemas por el peso, la altura y la poca madera disponible en la Toscana, además la única cúpula de tales dimensiones conocida era el Panteón de Agripa en Roma, y de sus planos o textos de ingeniería no había quedado nada luego de la caída del imperio. Así, Florencia se convirtió entonces en motivo de burla para sus vecinos, ya que los emisarios de Dios debían oficiar misas en una nave sin cúpula, que en tiempos de lluvia concluía con la cancelación de los sermones y con los finos pisos de mármol inundados.

Es el costo de la ambición, las megaestructuras como catedrales nunca antes construidas o metros de transporte urbano requieren recursos, estudios, ingenieros, planificación urbanística y de genios que aporten soluciones que duren mil años, no cuatro como duró la utilidad del sueño idílico de Transmilenio.

Así se mantuvo 39 años la mala reputación de Florencia por un proyecto imposible de terminar y mal planificado desde el principio. Del año 1380 hasta 1418 muchas fueron las criticas al proyecto en toda Europa, hasta que en 1419 se organizó un amplio concurso buscando propuestas novedosas encaminadas a terminar con la cúpula de base octogonal que nadie había podido hacer, uno de los que estimuló a los florentinos para abrir este concurso fue un brillante artesano y arquitecto, Filippo Brunelleschi, cuyo trabajo en la cúpula quedaría para la posteridad como uno de los iconos del renacimiento italiano.

Hubo concursantes que llegaron a proponer ideas absurdas. Uno de ellos propuso llenar de tierra la nave octogonal para poder soportar el peso de la magna estructura y cuando se le preguntó como retirar la tierra, dijo: “pues colocamos algunas monedas de oro dentro de la tierra y así los pobres la desocuparán naturalmente”. Algo así como “El metro elevado será como volar bajito en helicóptero” o “Trenes ligeros son juguetes muy costosos”. Menos mal no le dieron a ese proponente el contrato de la cúpula.

Sin embargo, Brunelleschi, quien no era ningún improvisador, había dedicado sus últimos 18 años a investigar y a resolver el misterio de las cúpulas de la antigüedad. Se estableció en Roma para aprender por si mismo de los grandes constructores del imperio ya desaparecido. Se dice que conocía centímetro a centímetro el Panteón de Agripa, y que pudo descubrir los secretos técnicos que los romanos implementaron para lograr las megaobras del siglo I y II.

La solución fue una innovadora técnica romana a base de bloques de ladrillo organizados bajo un diseño al que Brunelleschi bautizó “espina de pez”, además la cúpula tenía doble capa, donde una se sostenía de la otra mientras se iba erigiendo la estructura de manera espiralada, todo sincronizado con una increíble geometría basada en un octágono en flor dibujado al centro del suelo de la nave, desde donde Brunelleschi proyectaba cuerdas hacia la cúpula dando instrucción exacta de la colocación de cada ladrillo.

Filippo Brunelleschi sabía que ganaría el concurso, aún cuando su maestro Lorenzo Ghiberti gozaba de mayor reputación como arquitecto en Florencia. En la presentación final de las propuestas, Brunelleschi mostró solo una parte de su estrategia y para asegurarse de que obtendría la construcción sin que le robaran la idea, entregó a cada uno de los contertulios un huevo, tranzando una apuesta para encontrar la manera de pararlo en alguno de sus extremos, de allí viene la famosa anécdota que se recuerda por siglos: nadie lograba pararlo, luego Brunelleschi tomó el huevo y lo estrelló suavemente sobre su rabo y allí quedó parado. Algunos dijeron “claro, así cualquiera pudo haberlo hecho” la respuesta del arquitecto fue simple “todos pudieron hacerlo pero solo yo tenia la solución”. Así, durante los próximos 18 años Brunelleschi culminó la obra que Arnolfo di Cambio había iniciado 122 años antes y donde hoy todavía se posan las palomas en la capital Toscana.

Habrá que ver si la parada de huevo de Peñalosa con el Metro le sale bien, o si se le quiebra en el intento; la diferencia radica en que el toscano dedicó media vida a estudiar los métodos de construcción romana de manera técnica y ya sabemos que Peñalosa no ha hecho ningún estudio de ingeniería competente para hacer su proyecto. Pero eso si, llegó como todo un técnico a votar 135 mil millones del erario de un Metro listo para realizarse, prefiriendo iniciar de ceros con un Metro que tuvo la oportunidad de hacer hace 18 años. A diferencia de Brunelleschi, Peñalosa tiene un Conpes y unas vigencias futuras, o sea, la plata pero nada más. Peligroso balance que puede echar cúpulas al suelo.

Florencia hoy recuerda a Brunelleschi, así como Helicarnaso recordaba a Mausolo, y Roma a Augusto, y de pronto por eso Peñalosa no hizo el Metro que le entregó Gustavo Petro, porque al terminarlo Petro pasaría a la historia y sería recordado por cientos de generaciones como el Brunelleschi que fue capaz de sacar el Metro de 67 años de delirio, así como el Italiano sacó a la Catedral de Santa María del Fiore de 122 años de deshonra europea. Mientras tanto la cúpula que Peñalosa insiste en colocar sobre Bogotá y que asegura durará 1000 años más, está hecha de buses rojos, de troncales y de dióxido de carbono en el aire.

Todo indica que los bogotanos seguiremos a la espera de un Brunelleschi que logre ponerle la cúpula final al metro que tanto necesitamos, porque al paso que vamos puede que Peñalosa nos deje un render de una cúpula imposible y un montón de piedras mal puestas.

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