La pesadilla que vivió Vicky Dávila con un papá agresivo que le destrozó la cara a su mamá

La pesadilla que vivió Vicky Dávila con un papá agresivo que le destrozó la cara a su mamá

La historia la contó la periodista hoy precandidata a la presidencia en entrevista y en las páginas de su libro que acaba de salir a la venta

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abril 29, 2025
La pesadilla que vivió Vicky Dávila con un papá agresivo que le destrozó la cara a su mamá

Durante años, nadie habló. Porque eso hacen las familias: entierran su miedo en el silencio. En la casa de Lusaida Hoyos, las paredes aprendieron a quedarse calladas mientras un hombre le partía la cara a golpes. Fue su esposo. El padre de sus hijos. El hombre al que alguna vez amó.

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A Gustavo Dávila, la vida le explotó a los trece años. Fue entonces cuando encontró a su propio padre muerto y algo se rompió para siempre. Lo demás vino después, como suele pasar: bares de mala muerte, canciones que no alcanzaban para el almuerzo, una juventud en la calle y una violencia que nadie corrigió, porque en los hombres de antes pegar era parte del carácter.

Cuando conoció a Lusaida, ella era bonita. Él, simpático. Se enamoraron como se enamoran los pobres: rápido, sin garantías, sin testigos. Aunque se amaron a su manera, fue una historia escrita de manera extraña, sin padrinos, sin fiestas, sin tregua. Pronto llegaron los gritos, los empujones, los golpes. Y una noche, el rostro destrozado a punta de patadas.

Esa noche salieron de fiesta. Un hombre la miró. Gustavo no le dijo nada al tipo, ni siquiera lo insultó. A ella la sacó del bar, la tiró en la calle y comenzó a patearla como si fuera una cosa, un saco. La rabia la desquitó con ella. La golpeó con saña, con método, con una furia que no admitía pausa. Nadie intervino. Nadie hizo nada.

Después, como si se tratara de una rutina más, la llevó a la estación de buses, la metió al baño, le quitó la ropa, la lavó. El jabón no alcanzó para limpiar la sangre. Subió a Lusaida a un bus y se la llevó lejos, con la cara desfigurada. Ella tenía el miedo incrustado en los huesos. Muchos años después ella se le contó a su hija Vicky Dávila, la mujer que quiere llegar a la Casa de Nariño cuando Gustavo Petro se vaya de allí, que ese día se miró en el reflejo de la ventana de aquel bus viejo y no se reconoció. Ella recuerda entre aún entre llantos que ese día se vio como nunca antes y nunca después se había visto: como un monstruo.

Fueron días de encierro en un hotel barato, hasta que su madre, la abuela de Vicky, que no dejaba de buscar, la encontró. La sacó de allí como se rescata a una hija secuestrada y la llevó al Hospital Departamental. Los médicos escribieron la mentira que Lusaida les contó: que un caballo le había pateado el rostro. No fue cierto. Pero en aquel tiempo decir la verdad era más difícil que vivir con ella.

Un cirujano brasileño, invitado por la universidad, la operó como parte de una demostración quirúrgica. Reconstruir una cara puede ser un acto de ciencia, pero también una forma de dignidad. Al mes, Gustavo volvió. Golpeó la puerta. Ella abrió. Y se fue con él.

De ese reencuentro nació Victoria Eugenia Dávila Hoyos. Esa niña creció con miedos. Porque en las casas donde se grita, el miedo se hereda como los ojos o el apellido. Temía a los estallidos de su padre, al silencio largo de su madre. Le temía al amor mal entendido, al perdón obligado, a la costumbre de callar.

Pasaron los años. Un día, ya adulta, la madre regresó llorando: Gustavo le había armado un escándalo en la peluquería en la que trabajaba. Fue entonces cuando esa hija le dijo lo que nadie se había atrevido a decirle. Usted es un "hijuep***", le dijo. Y añadió, sin gritar: ya mi mamá tiene quien la defienda.

Ese día, el miedo se rompió. No volvió. Gustavo tampoco volvió a pegar. La violencia se había retirado de la casa. No porque él entendiera. Sino porque alguien, por fin, se atrevió a nombrarla. y todas estas historia y muchas más la periodista hoy candidata las escribió en un libro que acaba de salir a la venta: "Mi historia Vicky Dávila y el costo de decir la verdad de la editorial Planeta"

Esa hija que aprendió a quitarse los miedos quiere gobernar un país donde la violencia que vivió su mamá se repite en cada esquina y con finales peores a los suyos. Hoy Vicky Dávila habla de justicia y de verdades. Y también habla de su vida y de sus dolores y miedos, porque a veces la política es eso: la forma de convertir el dolor propio en una promesa para otros.

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