En 1979 el novel periodista y estudiante de derecho Fabio Castillo era uno de los reporteros estrella del equipo conformado por Álvaro Gómez Hurtado, director del periódico conservador El Siglo, con la intención de hacerle una competencia seria a la llamada “gran prensa liberal” de la época, conformada por El Tiempo y El Espectador.
A sus 20 años, Castillo -infatigable en sus faenas- era uno de los pocos periodistas de la época que tenía acceso expedito a fuentes tan complejas como la Corte Suprema de Justicia donde los magistrados lo apreciaban por su perspicacia y capacidad para identificar, entre expedientes frondosos, dónde estaba la noticia.
“¡Tengo la de abrir!”, solía exclamar entusiasta cuando llegaba con sus primicias a la redacción del diario de La Capuchina, en Bogotá, a pocos minutos de la hora del cierre de edición. Normalmente era cierto. Los contenidos de sus cuartillas, digitadas a la velocidad de vértigo, motivaba redacciones urgentes en la oficina de Gómez Hurtado para definir su título y hacer pequeños ajustes a sus contenidos.
En más de una ocasión Gómez Hurtado, jefe de la bancada conservadora en el Senado, llegó con retrasos a la plenaria por darles prioridad a la edición de las chivas de Castillo, que competía con los informes de quienes luego se convertirían -como él- en maestros del oficio, como Silverio Gómez Carmina, periodista, escritor y fundador del diario Portafolio.
El paso de Castillo por El Siglo sería tan productivo como breve. Don Guillermo Cano, director de El Espectador, seguía con atención sus pasos periodísticos y también para él una oferta periodística que habría de seducirlo: le ofreció fundar y dirigir el equipo de Informe Especial, la unidad de investigación con la que el diario enfrentaría con éxito la competencia que le planteaba El Tiempo con un dream team conformado por firmas como las de Daniel Samper Pizano, Alberto Donadío y Gerardo Reyes.

Don Rafael Bermúdez Cruz, jefe de redacción de El Siglo y el propio Gómez Hurtado desplegaron esfuerzos inútiles para evitar la partida de su reportero consentido. “Esta bien, te sufriremos ahora con competencia”, le dijo Bermúdez el día de su despedida.
Le esperaban a Fabio grandes historias en El Espectador. Al llegar al periódico que pertenecía entonces a la familia Cano, Fabio hizo equipo con el propio director y con el editor judicial de la época, Luis de Castro; y descubrió, por ejemplo, que el representante a la Cámara Pablo Escobar Gaviria había estado preso antes de llegar al Capitolio y se movía como líder en aquel submundo del narcotráfico que tanto dolor le tenía reservado al país.
Al lado de Castillo se forjaron como cultores del periodismo de investigación la hoy columnista María Jimena Dussán e Ignacio ‘Nacho’ Gómez, referente de las grandes denuncias en espacios como el noticiero Noticas Uno.
La visión que existe en varios medios sobre la obra de Fabio Castillo es, de alguna manera, estrecha. Porque se le recuerda como un periodista judicial, pero su formación, destreza y experiencia siempre fueron más allá. Él también fue cabeza del equipo que descubrió los descalabros protagonizados por las empresas del Grupo Grancolombiano, del banquero Jaime Michel Uribe.
El rótulo con el que vivió y con el que acaba de partir hacia la eternidad fue el del periodista de investigación que con mayor valor y entereza enfrentó a los carteles del narcotráfico, porque gracias también a él Colombia supo quienes eran los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela.
Tenía apenas 27 años cuando escribió la obra que le daría especial reconocimiento en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa: el libro Los jinetes de la coca, una obra que sigue siendo de obligatoria consulta paras aquellos que se interesen en conocer la génesis de una de las industrias criminales que más daño le han hecho a la humanidad.
Antes y después del asesinato de don Guillermo Cano, del 17 de diciembre de 1986, y del atentado con un carro bomba contra la sede de El Espectador, el 2 de septiembre de 1989, Castillo estuvo amenazado de muerte. Cuando los atentados contra él eran inminentes tuvo que marcharse -aun contra su voluntad- a un exilio forzoso que lo llevó a Ecuador, México, España y a Estados Unidos.
Nunca abandonó el oficio. Durante los 46 años de su prolija producción creó medios alternativos y ayudó en México a descubrir los hilos de los carteles que emularon a los colombianos y los superaron en crueldad.
No sería justo decir que fue famoso. Lo preciso, en su caso, es afirmar que fue prestigioso porque sus contenidos eran sinónimo de seriedad, de rigor, de integridad. Y porque le rehuyó a la figuración pública mientras fue inevitable.
Con Fabio Castillo, que cerró sus ojos el martes 28 de octubre de 2025 en su casa del barrio Palermo en Bogotá, muere una parte del alma del periodismo de investigación en Colombia y nacen nuevos retos para las nuevas generaciones de periodistas que hoy cuentan con mejores recursos que los que dispuso él para llegar a donde llegó.
Fabio Castillo participó en el foro "Lo que el periodismo investigativo le debe a Guillermo Cano" el 5 de mayo de la Feria del Libro de Bogotá
Anuncios.
Anuncios.


