La obediencia pandémica no es responsabilidad ciudadana

La obediencia pandémica no es responsabilidad ciudadana

"¿Cómo es posible que seamos totalmente responsables de permanecer vivos y productivos?"

Por: Nury Astrid Gómez Serna
mayo 07, 2021
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La obediencia pandémica no es responsabilidad ciudadana

Este artículo de reflexión tiene una primera versión publicado en mayo del año anterior cuando apenas estábamos escuchando, viendo y sintiendo el miedo e incertidumbre de una pandemia confinados en casa. Ese entonces se escuchaba exagerado cuando pronosticaba más de 18 meses de crisis y más de 3 olas de contagio. Ese entonces la solidaridad abundaba y los gobiernos “preparaban” infraestructuras, recursos y pedían “cheques en blanco” para gobernar sin restricciones o controles legislativos. Ese entonces, incrédulos aún, preguntábamos por quién conocía alguien contagiado y si nos tocaría. Hoy no hay solidaridad, todos hemos tenido una pérdida familiar por COVID-19 y la preparación nunca funcionó.

La premisa, ¿cuál era la probabilidad de ocurrencia de una pandemia? Hasta diciembre de 2019 nuestras versiones estaban en la fantasía de algunos, en una lista de 12 riesgos mundiales publicada por la OMS, y que podían poner en jaque los propios cimientos de nuestra civilización, o tal vez, en una conferencia TED de 2015 donde Bill Gates advertía que no “estábamos preparados para una pandemia que mataría a más de 10 millones de seres humanos”… Estamos llegando, hoy,  a 200 millones de contagios, 4 millones de muertes y pérdida masiva de empleos, economías quebradas y retroceso de 14 años en el desarrollo mundial.

Los meses de alfabetización repiten el lavado de manos, distanciamiento social, mascarillas, ni besos ni abrazos, sin aglomeraciones… es decir, repetimos y hacemos, pero ¿ya lo comprendemos, ya lo interiorizamos? Alfabetización sobre el riesgo y la sanción de incumplir las medidas restrictivas de libertad. En un riesgo siempre existen factores que lo componen: la amenaza y la vulnerabilidad. El riesgo real hoy es contagiar: contagiarme, contagiarte, contagiarnos, ¡un verbo conjugado en todos los tiempos! En catorce meses nos volvimos vulnerables (víctimas) y a la vez amenaza (peligro)

Y aprendimos que tener miedo y generar miedo es la nueva constante humana. Y aprendimos a vigilar y ser vigilados por todos. Y aprendimos a cuestionar y juzgar al vecino por salir sin tapabocas. Y aprendimos a quejarnos e insultar en redes sociales por cuenta de “irresponsables”. El constructo más efectivo en estos meses de cambio es “designar” la responsabilidad completa al ciudadano sobre su cuidado. Pasamos del sujeto protegido por el padre Estado a un sujeto responsable de sobrevivir, vivir y realizarse. ¿Cómo es posible que seamos totalmente responsables de permanecer vivos y productivos?

Una constante reflexión me surge en los momentos de silencio pandémico: la culpa humana del contagio viral es el mejor constructo —idea primada— que hemos aceptado tan fácil en todo el mundo. Sí, es un virus que muta y se resiste —eso es previsible—. Sí, la interacción humana es el factor de contagio. Sí, no tenemos ni idea cómo seguirá su ritmo y severidad. Sí, hemos cambiado hábitos y cambiaron las prioridades.  Nos volvimos más sensibles —física, mental, emocionalmente— y apreciamos lo pequeño con grandeza y gratitud. Renunciamos a los comportamientos realizativos y nos quedamos en “adaptarnos”, retrocedimos en la pirámide de necesidades humanas y perdimos libertad de ser y hacer.

Hace un año planteaba que “una nueva dicotomía humana se revela en la pandemia: el hombre, en su proceso de individuación, llega a entregar a libertades ya conquistadas a cambio de una “seguridad” (externa, poderosa, gubernamental, controladora, higiénica) del virus. Y en contraste, surgen miles de iniciativas colaborativas, como pilar, de un fortalecimiento de la inteligencia colectiva. En resumen, una profunda competencia ente obediencia y colaboración. La primera se ha vuelto agobiante y excesiva sanción social y la segunda se pierde ante la incapacidad productiva.

Ahora bien, la historia humana ha contado las victorias del hombre alcanzando pequeños restos de posibles “libertades” individuales: democracia, voto, libre mercado, libre oferta, que parecen “someterlo” (sin protestar) por “miedo” a perder alguna “seguridad” … Este círculo repetitivo es elemental para escenificar la nueva y próxima gobernanza de la “normalidad pandémica”

Los escenarios distópicos de gobernanza para los próximos años (siempre y cuando, el riesgo del contagio del virus se imponga, aún más, como el relato dominante), ya se cumplen, se observa en nuestra cotidianidad. El primero de ellos lo denominé entonces, vigilancia exterior e interior aceptada. No solo cámaras de control vehicular, rastreo de datos masivos, calificación de comportamientos… en fin. Ya existía en Japón, Corea antes de la pandemia, y otros países se adentran al panóptico permanente.

¿Hipervigilados para inducir comportamientos socialmente aceptados? ¿Higiene como nueva prioridad habitual castigable si no se tiene? Un segundo panorama lo describía como escenario de intimidación social permanente. De la vigilancia a la represión: prevención del delito (te impido salir para contagiar a otros), aislamiento voluntario obligatorio, condicionamiento social ante las denuncias de “otros”: vecinos, amigos, familiares, denuncias en redes sociales, vigilancia higiénica comunitaria… ¿Acaso no lo estamos viviendo? Como individuos estamos dispuestos a entregar todas las libertades (ahora en condiciones de salubridad) y luego para otras: eliminar el delito, disminuir las drogas, evitar la reproducción, mantener un consumo…

Sin lugar a duda, el futuro cercano… Ya no tan cercano, continúa con un reto: la reescritura de muchas formas de la política y de la comunicación política en particular y en primera instancia es “llenar” de contenido (creencias, paradigmas, hábitos, interpretaciones y percepciones) los significantes vacíos que nos hemos acostumbrado a repetir sin entender ni dimensionar sus implicaciones. Se encuentra el momento ideal para reescribir una nueva metáfora de poder organicista nacida, o adoptada, por los modelos biopolíticos (biopoder) que nos pisan los talones, y en última instancia, comprender el futuro como un proceso de “normalización de la pandemia”, es decir, habituarse a la “covidianidad” reemplazando, ampliando y desplazando los marcos de humanidad, democracia y sociedad que conocíamos hasta 2019.

Como conclusión: "Una crisis que no perdona… Nuestro confinamiento le ha permitido al planeta respirar y retornar 40 años a su hábitat… falta y no poco. Los cambios humanos (comportamiento, creencias, actitudes y manifestaciones psicosociales) determinan los parámetros de nueva gobernanza… o somos más obedientes o colaborativos”

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