En septiembre de 1976, en el transcurso de los primeros meses de la última dictadura militar en Argentina, varios adolescentes estudiantes de secundaria de la ciudad de la Plata fueron secuestrados, torturados y asesinados por pedir un boleto estudiantil; reivindicación que habían reclamado, entre otras cosas, ante el Ministerio de Obras Públicas. El anterior hecho histórico, que ocurrió durante la noche del 16 de septiembre y posteriores días del año en cuestión, recibió el nombre clave por parte de la dictadura cívico-militar Argentina de “la noche de los lápices”.
El pasado 4 de mayo, en la ciudad de Cali, en la carrera primera frente a La 14 de Calima (ahora conocido como Paso Resistencia), Nicolás Guerrero, un joven artista y padre, fue asesinado mientras estaba en una velatón —y no solo fue esta noche, pues han asesinado a muchos más jóvenes casi todas las noches durante el paro nacional— de la cual participaban niños, adultos mayores, personas en sillas de ruedas y madres que oraban por la difícil situación que atraviesa la ciudad y el país.
Su asesinato fue transmitido en un en vivo —live por IG—, que llegó en su momento a más de ochenta mil personas y que en este momento ha rebasado fronteras gracias a las redes sociales. El en vivo, que hoy es un video que circula por el mundo, muestra de forma contundente que el Escuadrón Móvil Anti Disturbios (Esmad) llegó sin mediar palabras y arremetió con gases lacrimógenos contra las personas que se encontraban pacíficamente alrededor de la cruz de Cristo que habían construido con las velas.
Este Estado democrático y sus instituciones, cuyos miembros todavía siguen regidos por un gobierno no democrático, está utilizando la noche —como lo hicieron todas las dictaduras y lo siguen haciendo las que se disfrazan de democracias— para acabar con nuestros jóvenes, y en general con cualquier persona que se atraviese en el camino de un proyectil marca Indumil, como los que se recogieron en la escena de la infamia de anoche y en otras noches de Cali.
La noche, tiempo en que falta la claridad del día, evoca de nuevo para los caleños la asociación entre la oscuridad y el peligro, el terreno propicio para que asesinos y monstruos como los verdugos del Esmad se oculten y se mimeticen gracias a sus trajes negros. Este grupo que es utilizado como instrumento de acción violenta por parte del gobierno municipal y departamental, cuyos métodos se hacen cada vez más violentos a medida que pierden poder y legitimidad —también se puede utilizar cuando aumenta el poder, como lo hizo Mussolini con sus camisas negras—, usa la intimidación, el secuestro y el asesinato contra el pueblo caleño que está haciendo oposición social y que se ha dado cuenta de que la democracia debe ser “vigilancia, exigencia, control, opinión, debate profundo” y también lucha, resistencia y revolución.
Si Cali es la sucursal del infierno, ese infierno lo está trayendo el Esmad.
