La naturaleza humana importa
Opinión

La naturaleza humana importa

Cada detalle del cuerpo de los personajes de Run Mueck es perfecto, el doblez de la piel, la arruga, el poro, las uñas… y siempre pensado en una narración abismal

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julio 25, 2020
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Casi siempre estamos en continuo movimiento. Lo nuevo es viejo. Lo de ayer se queda atrás en medio del vértigo del presente continuo. Pero en esta época de pandemia la vida quedó congelada con la alucinación de la peste que nos ha tocado. Quedamos paralizados en el tema mientras la realidad del deterioro se hace más evidente. Quedamos parados en el filo de una navaja. Y en medio de una interrumpida desaparición de lo nuevo podemos pensar en la condición humana del artista Run Mucek.

Australiano que nació en 1958 en Melbourne. De padres alemanes que llegaron a intentar formar una nueva vida nueva aunque mantuvieron la profesión que heredó su hijo. Se inventaban muñecos para niños. Método donde el artista fue conociendo la proporción del cuerpo y creó sensibilidad para las texturas en manera de vestir a sus creaciones. Más tarde llegaron a su vida las marionetas que él mismo manejaba y daba voz a sus personajes en espectáculos y después realizó películas como Laberinto.

Mueck con el tiempo, se trasladó a Londres para quedarse. Y comenzó en 1996 a incursionar en la escultura realista, hiperrealista Surrealista. Todo al tiempo.

Cada detalle del cuerpo de sus personajes estará siempre pensado en una narración abismal. El gesto cansado del viejo, la mirada sin esperanza de la mujer enferma, la arruga debajo de dobles de la piel de su autorretrato, el poro del bañista bajo el sol… Todos los detalles son perfectos.

Pero abruma el juego que realiza en la escala de sus personajes: la vieja puede ser del tamaño de una pequeña niña inválida y el hombre de 5 metros puede ser un niño asustado.

Los descubrió en Londres la Galería Saattchi y comenzó su mundo de museos por el mundo con su ficción triste de la vida cotidiana.

 

Juventud

Sus influencias más cercanas pueden ser los norteamericanos Geoge Seagal (1924-2000) quien se comprometió con la vida del hombre común norteamericano y lo reprodujo en yeso y Duane Hansom (1925-1996) quien creó sus personajes tan cercanos a la realidad de la clase media y su vida media y que realizó y denunció el racismo en Norteamérica y que hoy ejemplifica el movimiento de “Black lives matters” –La vida de los negros importa-.

El mundo de los hombres sin nombre de Ron Mueck lo conocí primero en la Museo Hirshhorn en Washington y a donde volví siempre a verlo. La obra se llama como lo que es: Un hombre grande.  Él, de más o menos cinco metros, recostado en una esquina, en la desnudez de su edad adulta se entiende más la fragilidad de ese destino que encubre el disfraz cotidiano. Asustado mira de reojo el futuro, sus manos cruzadas están resignadas al cansancio de una espera que lo doblega y unos pies que con las uñas se agarran al suelo como raíces en la tierra. La soledad de la soledad.

 

Máscara II

Otra obra ha repetido en varias versiones es La Máscara donde por su parecido, puede ser un autorretrato. Mascara porque al contrario de las otras esculturas es hueca. Esa cara está ausente, aunque el ceño fruncido permite imaginarlo en algún sueño importuno. El resto de la cara tiene los músculos relajados que dejan ver ese gesto descuidado de la boca semiabierta, las cejas enmarcan la ausencia de los ojos cerrados con sus pestañas acomodadas. La barba oscura muestra el paso de la noche.

 

Pareja debajo se una sombrilla

En el trabajo de Mueck aparecen seres de la vida, desde el instante mismo del nacimiento hasta la muerte. Todos ellos muestran los estados de ánimo del perfil humano, reprogramando miedos, reaccionando con el lenguaje corporal a las situaciones o los comportamientos. Como la enorme pareja en la playa bajo un parasol que discuten un asunto matrimonial o el pequeño bañista que, colgado en la pared y de lejos parece un Cristo, pero es un hombre tomando el sol en una colchoneta plástica en el agua, su piel mojada por el sudor muestra también el brillo del protector, el rejoj suizo marca las horas, mientras debajo de las gafas negras y su relajado gesto de manos sueltas, muestra el placer esperado. O, la vida de una joven mujer que sale del supermercado con sus bolsas plásticas en las manos mientras a su hijo pequeño lo sostiene con viejo abrigo apretado. El apuro de su vida no da cuenta para sus responsabilidades, su cola de caballo despeinada y su vestimenta, muestra la carga que su vida lleva. Cada personaje de Muek tiene su edad psicológica o la mental donde pueden existir abismos.

 

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