La naranja mecánica

La naranja mecánica

Como escribió Ernest Hemingway: "El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado"

Por: RICARDO VILLA SÁNCHEZ
junio 25, 2018
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La naranja mecánica
Imagen: Stanley Kubrick

Todo lo básico estaba en contra: la dirigencia caduca de los partidos políticos tradicionales, los medios de comunicación, los gremios, los bancos, las encuestadoras, entre otros. En el escenario de esta segunda vuelta, las condiciones estaban dadas para anticipar la derrota, pero al final, anunciaban un "voto finish" que alcanzó a asustar al establecimiento o, por lo menos, a moverle la estantería, con las 8 millones de razones, y más, para jubilarlo. Sin embargo, la alegría se aplazó.

Las élites ganaron. Obvio, se prepararon para mellar en las emociones humanas. Esta carrera presidencial, se podría decir que fue un proceso emocional. Eso solo se entiende con los resultados predecibles pero inusitados. En un país emotivo, el ciudadano colombiano parece que se resiste al cambio; algo así como que lo considera una amenaza a la percepción de seguridad, al equilibrio y a una supuesta franja de confort en la que vive, en la que así sufra, así le duela, le da pavor evolucione a algo mejor; es el ejemplo de que en la naranja mecánica de la sociedad de consumo, los estímulos reforzadores de la intención de voto, consiguieron que se diera la respuesta condicionada de elegir al candidato tradicional. Con los estímulos conocidos, el ciudadano, si se puede llamar así, aún no se adapta a las situaciones que le podrían transformar su cotidianeidad o, también, su pensamiento simple, homogéneo, con respuestas repetidas hasta el cansancio, que le han funcionado, pero tal vez, no mejorado su vida. Además, si le abonas a esta realidad virtual la idea del divide et impera o que todo tiene un precio hasta las conciencias queda una receta difícil de desembrollar.

En ese espacio, la gente manipulada, busca la seguridad, sin confusiones, en el afecto; es allí cuando aparece el líder "eterno", que dice se va a tirar al río si no le hacen caso: —Me vas a hacer matar hijo si te portas mal al votar por otro—, unido a la sentencia del "te vas a arrepentir", mientras jala el gatillo del "te lo dije", para después ponerle su dosis de humor, cuando suben o bajan los decibeles de la emoción o del sentimiento, con la ridiculización del contrario, con la caricaturización del oponente al volverlo un muñeco "castrochavista", guerrillero corroncho, aparecido, levantado, nuevo rico con réplicas de Ferragamo y otras hierbas del pantano, para al final meterle sentimientos de rechazo, de rencor, de ira, de agresividad, de revancha: "les van a expropiar la tiendita los ‘marihuaneros’ hippies esos", les van a quitar la poca paz sintética, venezolanizando a la triste Colombia, para que, buscando la salvación o redención, o salir adelante, o ganarle a la vida, terminen por aferrarse a otro, al que le mienta la madre al diferente, al que defiende lo suyo hasta la “muerte”.

En ese momento, logran que la política saque a relucir las más bajas pasiones humanas: la mentira, la ambición, la envidia, el odio, mientras alcanzan que la gente deje a un lado sus ilusiones de una vida propia, pierdan la alegría, piensen que es mejor las cosas sigan como están, para que puedan continuar con su rebusque diario, sin pensar en el otro, en nosotros, en todos, sino solo en sí mismos. En esta escena, con luces de color rojo, no podría faltar el ingreso triunfal de su majestad el miedo a los riesgos negativos que podría generar el cambio. Para que despavoridos, los borregos encuentren en la oscuridad de la alternativa, a su patriarca, al jefe, al pastor, al que puede, al que resuelve, al que corrige con la mano en el corazón, para que, sin angustia, sin preocupación, sin ansiedad, temor o pánico ante lo desconocido, sin pudor y sin pavor, a pecho frío, con una artificial indignación, opten por el malo conocido. Así construyen y reconstruyen un relato de nación, que ya está escrito en el corazón de piedra de quienes nos dirigen desde la independencia.

Sin embargo, dieron papaya, así la vuelta fuera antes de primera vuelta, para que las mayorías unidas pudieran partirla del todo, agua pasó por ahí y cate que no la vi, quedó una ventana abierta. Hubo un despertar de una nueva ciudadanía más humana. Quizás, se les olvidó ser razonables, en su lógica mafiosa, como decía El Padrino de nunca subestimar a un amigo ni sobrestimar a un enemigo. Sin saber a ciencia cierta qué deviene, dejaron crecer el apiario: una red de colmenas asamblearias que reivindican causas transversales y se unen en la esperanza de cambio. Un enjambre que crece en su audiencia, que puso un grito en el cielo, así como el 20 de julio de 1810, clamando que los dejen ser, incidir, resistir, decidir. Por eso no fueron derrotados. Ojalá los hombres de atrás, no les corten las alas, las dejen volar, en la deliberación pública y en los distintos espacios de la vida. Allí si gobernarían sin odio y con racionalidad democrática. Nada está escrito aún; Dios proveerá.

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