La música de Schubert, Brahms y Beethoven era pura vanguardia, hoy es clásica

La música de Schubert, Brahms y Beethoven era pura vanguardia, hoy es clásica

A los Beatles ya los tildan de clásicos, igual va a ocurrir con los Rolling Stones y Pink Floyd. En 200 años tendrán la importancia de Mozart y Beethoven

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abril 12, 2019
La música de Schubert, Brahms y Beethoven era pura vanguardia, hoy es clásica

Acabo de ver Amadeus por enésima vez. Wolfgang en las calles de Viena, resbalándose entre la escarcha de las nevadas y la mierda del caballo. Lleva una botella en su mano. Camina como alguien que conozco. Deschavetado, torcido, atrevido. Un adolescente podría decir que es Jack Sparrow pero no. No. Es Keith Richards.

Conozco la aversión que le tienen los expertos de música clásica –tan radicales como los metaleros- a la película de Milos Forman. Su aversión nace desde el musical de Peter Shaffer en el que se basa la película. Eso de la rivalidad con Salieri, el mediocre compositor italiano que inauguró con una de sus óperas la Scala de Milán, es mentira. Cualquier cosa que les suene a emoción a estos custodios de lo sacro lo escandaliza.

Amadeus ha hecho por la música clásica más que cualquier Arnold Schoenberg que se respete. Amadeus entusiasma porque te muestra, a diferencia de cualquier otro teórico musical, que los músicos clásicos serían tan disolutos, rebeldes y oscuros como los rockeros de los años sesenta. Decía Andrés Caicedo en Qué viva la música y con razón que Los Rolling Stones y los Beatles serían en 200 años como Beethoven y Schubert.

Miren no más el caso de Schubert. Muerto a los 31 años como cualquier héroe romántico, como cualquier Brian Jones. Su muerte no fue misteriosa: una sífilis contraída por su vida de rockstar terminó matándolo. Vivió rápido y dejó un cuerpo hermoso. Así como Keith Richards y Mick Jagger se entretenían con sus amigos mostrando álbumes tan notorios como Exile on Main Street en una mansión como Necolte en plena costa azul, Franz Schubert organizaba tremendas rumbas con sus amigos los lunes. Entre el vino y el rapé contemplaban la presentación desenfrenada a dos pianos, desbordante, maravilloso, en donde salían sus melodías más aclamadas, más inmortales.

De Niccolo Paganini, el misterioso violinista genovés decían que su impresionante manera de tocar el violín se debía a un pacto que había hecho con el diablo. Decían que el demonio se le había presentado en sueños a su madre, Teresa Bocciardo, haciéndole una propuesta que no pudo rechazar: a cambio de su alma volvería a su hijo el mejor pianista del mundo. Doscientos años después Jimmy Page, líder de Led Zepellin, compró Boleskine house al lado del lago Ness en Escocia. La casa perteneció al mago Alesteir Crowley y quedaba al lado de un cementerio druida donde las brujas se reunían en las primeras lunas de mayo. El rumor de que en esa casa Page le había regado su sangre al señor de las sombras es uno de los mitos más divertidos del rock.

Los Beatles y Jethro Tull escandalizaron en su momento llevando a Bach al rock. El álbum blanco es todo un compendio de guiños de Bach. En la revolución de los sesenta hasta la forma de vestir parecía la de héroes románticos. El pelo largo, los chalecos monárquicos, la profusión al exceso, la devoción por Byron. Los vasos comunicantes entre las dos épocas son notorios y no dejan duda, si la música clásica y el rock se parecen es porque son lo mismo. Es la vanguardia de cada época.

Nota: Si se queda en semana santa en Bogotá, lo mejor es que pase y se goce los 'clásicos' en el IV Festival Internacional de Música Clásica de Bogotá.

 

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