La muerte del gran Camilo Castellanos

La muerte del gran Camilo Castellanos

En la madrugada del 3 de octubre falleció el abogado, investigador y defensor de derechos humanos. Un escrito en su memoria

Por: José Aristizábal G.
octubre 08, 2019
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La muerte del gran Camilo Castellanos
Foto: Twitter @ONUHumanRights

Dijeron los cirujanos que su muerte fue causada porque tenía sus arterias coronarias muy obstruidas, lo cual le produjo el infarto y luego de la intervención quirúrgica de su músculo cardíaco, este no resistió. Algunos les agregaron: era un glotón empedernido que disfrutaba demasiado comiendo jamón, chicharrón, tortas y chorizos.

Yo tengo otra versión. Su operación a corazón abierto fue exitosa en la mañana del dos de octubre. En la tarde, y hasta las diez y media de la noche, los reportes de los médicos informaron que estaba en recuperación, que su situación era estable. A tal punto que sus amigos nos relajamos, lo celebramos y algunos propusieron en el WhatsApp festejarlo con un sancocho tolimense. Y fue después, a las once, cuando explotó lo que ya nadie esperaba: la desoladora noticia fatal que nos convocó.

¿Qué fue lo que pasó realmente?

El Negro Camilo, siempre tan analítico, tuvo el tiempo suficiente para una reflexión y una decisión.

— Este es el mejor momento para partir, comenzó diciéndose a sí mismo.

— Por muy bien que salga de esta operación, voy a quedar con un resto de problemas y restricciones. No podré comer lo que más me agrada, ni darme gusto a mis anchas en la mesa, ni siquiera en mi propia casa. Tendré que pasar de los guisos bien sazonados y adobados a viandas simples y desabridas, a tener que soportar las amigas y los médicos recomendándome una dieta, cada uno asegurando que esa es la mejor, la más acertada. Y seguro que me van a prohibir los dulces, el ron, el licor ¡Y a mí que no me gusta que estén prohibiendo nada!

— Todxs mis amigxs me estarán jodiendo la vida para que rebaje de peso: mira que tienes que caminar y hacer ejercicio; mira que sigues obeso; fíjate que tienes que cuidarte, que ya estás en la lista, que tienes el preaviso, que ya no resistes ni dos peluquiadas. ¡Y a mí que no me trama que me traten de víctima!

—Bueno, esto lo podría replantear, pues, al fin y al cabo hay que colocar por encima los intereses colectivos, el futuro de la causa— se reprochó a sí mismo por ese pensamiento.

— Pero, para seguir viendo caer asesinados los líderes sociales, padeciendo las mafias adueñadas de casi todos los poderes locales y nacionales, descubriendo la mierda de la corrupción que se acumula día a día, no vale la pena someterme a un tratamiento perpetuo. Y si miramos para fuera, tampoco se vislumbran horizontes halagüeños en estos años de los Trump, los Bolsonaros, el recalentamiento del planeta. Después de sesenta años de luchas, no logramos la revolución, ni la reforma agraria, ni la paz, ni siquiera una apertura democrática, y aun cuando siempre he criticado o me he burlado de los pesimistas y los catastrofistas, ahora desde esta cama veo que, al menos para mí, la utopía no está nada cerca.

— Además, continuó, esta puede ser la oportunidad para desvelar de una vez por todas si al fin hay una eternidad, un más allá, o un inframundo como dicen nuestros indios; si me encontraré con San Pedro y Dios, o con Yemayá, Changó y Ochún; y si en ese otro mundo hay librerías, bibliotecas, algo rico para leer y buena música, porque si no, pa´ qué. U otro universo paralelo, con tal de que allí no haya la maldita dependencia del dinero. O para sentir cómo mis últimas energías se dispersan en el Todo.

— ¿Y qué hago con mis amigas y mis amigos? Ya les he dado mi cariño; los más queridos, que me han correspondido, si me han aceptado tal como soy, también me van a entender que me vaya ahora; a los demás, a los torcidos, no me importa lo que opinen. ¿Y qué será de mi último libro, Un clamor aventurero y revoltoso, al que no le he corregido la última coma? ¿Y quién editará mis piratas y mis Garfios?

A estas alturas, sonaron las once de la noche. La mayoría de sus amistades ya nos habíamos tranquilizado con los informes, acostado o apagado el celular, y nuestro gran analista de la coyuntura, sedado, tranquilo, hizo el balance de todos sus argumentos y dijo:

— Ya se leyó lo que se iba a leer, se escribió lo que se iba a escribir; ya comí y bebí lo que me dio la gana. ¿Cuándo volveré a encontrar una coyuntura como esta para irme? ¡Adiós! ¡Yo me voy!

Y ese rebelde, que tuvo que acompañar en sus funerales a muchos amigos que no murieron de muerte natural, al que no se le daba nada salirse de una reunión o un sitio en donde no estaba a gusto; ese hombre bueno y noble, ejemplo de dignidad y consecuencia, ese maestro amoroso, decidió irse. Así se nos voló ese imán de la amistad que fue Camilo Castellanos.

Se nos marchó el gozón que nos hacía reír; encuéntrese donde se encuentre, allá se estará comiendo un tamal con su sonrisa socarrona.

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