La maldita "ilegalidad" de los colombianos

La maldita "ilegalidad" de los colombianos

Factores como lo político, lo religioso, lo social, lo indígena, lo afro y lo colonial hacen que los colombianos seamos radicalmente distintos de otros. ¿Cómo?

Por: Fernando Botero Valencia
octubre 13, 2021
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La maldita
Foto: Leonel Cordero

Hace pocos días conversaba con una persona muy talentosa y esgrimía la tesis de que los colombianos –y por ende Colombia como país– éramos una sociedad diferente a todas las que existen en el planeta Tierra. Me pareció exagerado su comentario pero trató de que yo entendiera su afirmación explicándome que tenemos una huella antropológica muy sui géneris o sea algo así como “único e irrepetible”.

Digo exagerado no porque no coincidiera con su opinión, sino porque considero que hay otros y muchos lugares y sociedades igual o incluso mayormente complejas y “bárbaras” que la nuestra. La conversación tomó mucha más profundidad, entrando en laberintos oscuros y peligrosos, estado del que quise salir rápidamente, pues me empecé a sentir miserable, perplejo y derrotado como persona y como “colombiano”. ¡Terrible escudriñar en nuestros orígenes!

Intrínsecamente —¿esta palabra existirá en la RAE?— sabía que los colombianos teníamos algo diferente en nuestro ADN; tenía la certeza de que como generación, sociedad o civilización —llamémosla como queramos— teníamos una clasificación bastante peculiar, pero al culminar esta conversación con esa persona al fin pude pensar... ¡Ahora todo tiene sentido!

Sé que existen sociedades muy soterradas y “medievales” como las de Afganistán, Palestina, Siria o India, solo por mencionar las que se me vienen a la cabeza; pero estas están marcadas e influenciadas más por lo histórico-religioso milenario que por otros factores. ¡Pero los colombianos estamos inoculados por todos los factores juntos! En nuestro ADN confluyen factores como lo político, lo religioso, lo social —clasismo—, indígena, afro y colonialismo. Un coctel que antes que convertirnos en diversidad y multiculturalidad, nos transformó en una especie letal.

De allí que seamos por naturaleza una sociedad violenta y supremacista que quiere “solucionar” todo a las malas, pisotear a los más débiles y empequeñecer los valores morales a su mínima expresión.

Por esto y mucho más es que la Colombia de hoy, el país actual, es una radiografía abierta de una precariedad moral que aturde, estremece y da asco. Aquí un político que es indiciado judicialmente afila sus espuelas para atacar con más virulencia. Se atrinchera en sus murallas omnipotentes e impenetrables para desdecir de todo lo malo que se le achaca; al contrario, sus contradictores, sean la justicia u opositores, terminan desafiados y amenazados, respectivamente.

En un país “decente”, término que solemos acuñar para mencionar que en otras latitudes el imperio de la ley cae sobre los más poderosos como la espada de Damocles, cualquier politiquero de estos caería en desgracia ipso facto.

Si existe un lugar común e intangible para conjugarse las peores prácticas humanas, morales y sociales es la política; y un lugar geográfico, pues Colombia. Los colombianos nos hemos vuelto endémicos en validar la maldita ilegalidad, acompañado de su hermano gemelo, el doble moralismo.

¡Y de esto último sí que nos hemos graduado! Las mentiras, de tanto repetirlas, las volvemos verdades, y las prácticas ilegales las vamos legalizando de acuerdo con el rasero y los intereses de cada quien. No creo que exista algo más inmoral e ilegal que respaldar con votos a políticos incursos en delitos y crímenes, incluso probados; pero millones de colombianos se rasgan las vestiduras por sus caudillos más que por sus propias familias y amigos. Y como para que no quede duda de lo proclives que somos los colombianos para la enemistad y la deslealtad, todos (sin excepción alguna) los expresidentes vivos se detestan y no se pueden ver, y el presidente en ejercicio —el que esté de turno— igual los aborrece.

La maldita ilegalidad que nos ensombrece como personas y nos empobrece como sociedad llega hasta los mal llamados influencers, donde estos son más importantes por sus trivialidades que rayan muchas veces en delitos, pero despiertan un impresionante morbo mediático que ya quisieran para sí deportistas, científicos o artistas. Para muestra el youtuber Popeye, que en vida fue seguido por más de 4 millones de personas, quienes le hacían loas y le prodigaban la admiración de una deidad.

Algo que me produce miedo es ver la metamorfosis de un colombiano cuando cierra las puertas de su auto. Antes de subirse es uno y se convierte en otro cuando está dentro, pues por cuenta de la más inocua acción de un conductor contrario, cualquiera se puede convertir en un potencial asesino o en un desquiciado listo para atacar; parece que aquí la máquina siempre prevalecerá sobre el ser humano.

El vivo bobo, ese o esa que quiere siempre sacar ventaja de los demás; el usted no sabe quién soy yo, los que quieren asustar y pavonearse de su poder muchas veces fingido; los que critican la corrupción de los políticos, pero “le dan ají” al policía, al guarda de tránsito, al portero de la entidad pública...

Pero quizá lo más perverso: colombianos enemigos de su propia paz. El único país del planeta votando en contra de que la paz se concrete en su propio país después de más de 50 años de guerra; y no me vengan con leguleyadas políticas: la paz es una sola y solo existe un camino hacia la paz y punto. No le pongamos colores, ni nombres, ni lugares, ni egos. Pero eso somos. Una sociedad y “cultura” lejos de exorcizar sus antepasados, de perdonar su pasado, de hacer la paz con su presente y de propiciar un mejor futuro... el de las próximas generaciones.

Hoy, más que nunca, recuerdo lo que mi papá me repetía una y otra vez: “Hijo, acepta y resígnate a perder lo que sea en tu vida, menos tu palabra y honor como persona; si pierdes esto último, no valdrás nada en adelante”.

Mientras permanezca en nuestro ADN la maña de conjugar en verbo la “maldita ilegalidad”, continuaremos siendo una sociedad y país fallido que tanto negamos serlo, pero que como un cáncer, sigue haciendo metástasis con más encono cada día.

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