La maldición del cromosoma Y
Opinión

La maldición del cromosoma Y

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enero 24, 2015
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Testosterona

Tengo una condición genética. Papá también la tuvo y así como él la heredó, mis hijos, si los tengo, también la heredarán. Normalmente no mencionaría algo tan personal en un medio como este, pero es relevante para esta columna, porque la condición que tengo tiene consecuencias morales. Cuando niños, quienes tenemos esta condición somos un poco menos empáticos, menos compasivos, más dados a la violencia física, y tenemos una mayor probabilidad de que nos diagnostiquen trastorno de conducta. Al llegar a la adultez, es más probable que personas con mi condición terminen siendo psicópatas. Tenemos ocho veces más probabilidad de cometer asalto agravado, diez veces más probabilidad de cometer un asesinato y cuarenta veces más probabilidad de cometer violación. Como ya se imaginarán, estamos sobrerrepresentados entre la población carcelaria e incluso entre aquellos condenados a muerte por sus crímenes. Algunas condiciones genéticas son difíciles de especificar; hay investigadores tratando de entender qué son y dónde encontrarlas. Pero mi condición es bastante conocida y entendida. Tengo un cromosoma Y. En otras palabras, soy un hombre.*

Ya había discutido en una columna anterior este problema. No solo está nuestra conducta determinada en gran medida por nuestra biología, sino que la mayoría de quienes nos gobiernan, de quienes formulan las leyes, de quienes controlan las empresas multinacionales, de quienes declaran las guerras y negocian cuándo terminarlas, y hasta de las deidades que controlan nuestros destinos (por ejemplo la de las tres religiones abrahámicas –aunque esta chica dice que es mujer), sufren de esta condición. ¡Tremendo!

Resultó conveniente hacer referencia aquí al tal cromosoma Y, pero el problema parece ser más bien causado por la hormona (8R,9S,10R,13S,14S,17S)- 17-hydroxy-10,13-dimethyl- 1,2,6,7,8,9,11,12,14,15,16,17- dodecahydrocyclopenta[a]phenanthren-3-one, mejor conocida por su nombre corto:testosterona. Aunque las mujeres también la producen, es la principal hormona masculina. Hace poco leí un artículo en el que hablan de que efectivamente la testosterona es un indicador de comportamientos menos empáticos y más antisociales. En particular, el estudio se concentró en responder la pregunta ¿corrompe el poder? Efectivamente, líderes con mucho poder toman medidas antisociales mucho más frecuentemente que aquellos con poco poder. Es más, antes de llegar al poder, la mayoría de los sujetos estudiados rechazaron una común decisión antisocial por parte de los políticos: el soborno (cosa que cambiaría una vez se enfrentaran a su fuerza corruptora). Pero una de las sorpresas del estudio es que aquellos con mayores niveles de testosterona mostraron ser más corruptos al adquirir más poder.

La pregunta de ¿quién debería gobernar entonces?, es difícil de responder. Los autores hablan de diseñar instituciones que ejerzan un poco más de control sobre los que tienen el poder de influenciar las vidas de otros, algo que muchos llaman democracia, pero yo llamaría gobernanza. Que sean hombres o mujeres, en realidad no importa, aunque hay señales de que probablemente ellas necesitarían menos control, ya que su naturaleza no sufre las consecuencias de esta hormona tan dañina y antisocial; no sufren de la maldición del cromosoma Y.

Me ponía yo a pensar entonces si sería mejor que nuestra madre patria fuera una madre soltera. No es que no reconozca lo duro que es la vida para estas madres, sino por el contrario, resalto la capacidad que tienen para salir adelante, educar a sus hijos y poner orden en la casa cuando el padre falta, tiene otras prioridades, está desconectado de la realidad de sus hijos o los discrimina descaradamente. Hace poco leí un estudio sueco que decía que el 41 % de los niños y niñas prefieren recurrir a la mamá cuando están tristes (5 % a los papás). Tal vez lo que necesita la madre patria es un grupo más grande de compañeras que la entiendan, compartan con ella la carga de cuidar a sus hijos, le presten el hombro para llorar, que luchen con ella y sobre todo, que la respeten. Y a los padres que la abandonaron (algunos por problemas de bebida) se les debería cobrar mantenimiento, en vez de pagárselo. O por lo menos algo como esto:

Pensando en la sociedad justa con la que soñamos tantos, me pregunto si la gente se da cuenta de que aunque le puedan dar a sus hijas todo lo que necesiten (e.g.salud, ropa, comida y educación), el solo hecho de haber nacido mujeres las pone en desventaja frente a la otra mitad de la población, incluso en las sociedades más avanzadas. Ni hablar de cómo el mercado laboral las castigará cuando quieran tener hijos y cuando los tengan, porque querrán llegar a casa antes de que se duerman. ¿Por qué el querer ser madre tiene que ir en contra de las metas profesionales? Uno de los dos extremos: trabajar o quedarse en la casa (la mayoría no tienen el lujo de poder escoger). Tienen ellas su propia maldición: la maldición XX.

Así como van las cosas me pregunto… ¿quién va entonces a tener y a cuidar a nuestros hijos? ¿Schwarzenegger? Espero que no.

* Modificación de una presentación ofrecida por el profesor Paul Bloom, de la Universidad de Yale, durante el cursoMoralities of everyday life”.

 

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