La lujosa finca abandonada de Escobar que sigue en pie a orillas de un enorme embalse

La lujosa finca abandonada de Escobar que sigue en pie a orillas de un enorme embalse

Entre muros agrietados y caletas vacías, la finca La Manuela, el capo dedicó a su hija, resiste como un monumento fantasma al poder que fue

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mayo 06, 2025
La lujosa finca abandonada de Escobar que sigue en pie a orillas de un enorme embalse

Hay casas que se caen. Otras que se pudren. Y están las que se convierten en ruinas con leyenda: las que no solo acumulan humedad, óxido y silencio, sino también historias, mitos, fantasmas. La Manuela, la finca de Pablo Escobar en Guatapé, es una de esas.

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A simple vista, es solo una estructura que se deshace. Muros agrietados. Ventanas sin vidrios. Un tejado que se rinde poco a poco al paso del tiempo. Pero si se presta atención –si se escucha de verdad, con el oído que se entrena en la sospecha–, esta casa todavía habla. Aunque le falten techos, aunque el concreto ya no sepa sostenerse, aunque nadie duerma en sus camas desde hace treinta años, La Manuela todavía murmura.

La nombró así en honor a su hija menor, Manuela Escobar Henao. Incluso los narcos tienen esos gestos torpes de ternura. La casa fue construida con la minuciosidad de quien no sabe en qué gastar tanta plata: tres años de obras, trescientas personas trabajando cada día, árboles importados desde África para que el paisaje tuviera algo de extranjero. No se sabe con certeza cuánto costó, pero tampoco importa: Escobar podía darse el lujo de no contar.

En 1987, Forbes lo había listado como uno de los hombres más ricos del planeta. Tres mil millones de dólares en joyas, propiedades y esas bodegas en las que almacenaba más que cocaína: miedo, poder, impunidad. Pero en esta finca, que a diferencia de la Hacienda Nápoles no tenía animales exóticos ni portales Disney, Escobar buscaba descanso. Un lugar para esconderse de todo menos de sí mismo.

Lo primero que impresiona de La Manuela, incluso ahora, es su vista: el embalse de Guatapé se extiende abajo como un espejo roto. La piscina, dicen algunos, guarda secretos. Literalmente. Se rumorea –y en este país los rumores se propagan con más fuerza que los noticieros– que en el fondo hay una caleta. Dinero enterrado. O tal vez solo el eco de ese dinero que alguna vez fue.

Los muros tienen doble fondo. No es metáfora: son muros con huecos, compartimentos, escondites. Como si el ladrillo también supiera mentir. Como si cada centímetro de esta casa estuviera programado para guardar algo. A veces, quienes visitan La Manuela aún golpean las paredes. Por si acaso.

En la parte más alta de la finca, hay una cancha de fútbol a tamaño real. Pablo era dueño de equipos. Invitaba a jugadores profesionales a pasar el fin de semana. Entre partido y partido, hablaban de goles y de plomo. Más abajo, las caballerizas. Enormes, con comederos para una decena de caballos finos. Hoy ya no queda más que el eco de los cascos.

Y el helipuerto, por supuesto. Porque ningún imperio sin Estado puede permitirse no tener uno. Era pequeño, funcional. Y como todo en La Manuela, también tenía su secreto: bajo su estructura fue hallada una caleta con dinero. Nadie sabe cuánto. Tal vez suficiente para volver a construir lo que hoy ya no se sostiene.

Escobar corría autos de rally con su primo Gustavo Gaviria. Uno de esos carros, oxidado, sin ruedas, reposa aún como un cadáver de otro tiempo en la cima de la finca. Cada elemento de La Manuela parece congelado en el momento exacto en que alguien apretó el botón de “huir”.

Porque así fue: en 1992, el grupo de Los Pepes –enemigos íntimos del patrón– dinamitó la finca. Fue una advertencia. Fue una sentencia. Desde entonces, La Manuela es un monumento al abandono. Como si en Colombia el olvido tuviera arquitectura.

Algunos turistas llegan hasta aquí. No muchos. Los guías improvisados cuentan las historias como se cuentan las leyendas: mezclando realidad, sospecha y necesidad. La Manuela, dicen, es el esqueleto de un país que aún no ha terminado de enterrar a su fantasma más célebre.

Y hay algo trágicamente hermoso en eso: que una de las casas más lujosas del hombre más temido de América Latina hoy no sea más que polvo y relato. Que el poder se vuelva ruina. Que el terror se oxide. Que la memoria, incluso la más sangrienta, termine convertida en atracción turística con vista al embalse.

Aurelio Acuña visitó el lugar y realizó el siguiente video:

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