La lucha de las madres detrás de los ciclistas de Granada

La lucha de las madres detrás de los ciclistas de Granada

Miguel Ángel Hoyos Castro y Elizabeth Castaño Quintero, dos deportistas de quince años, con varios reconocimientos, le deben mucho a sus progenitoras

Por: Hugo de Jesús Tamayo Gómez
noviembre 17, 2017
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La lucha de las madres detrás de los ciclistas de Granada

Aquí, en el municipio de Granada (Antioquia), una mañana, mientras Elizabeth Castro abría su almacén –que es una rutina diaria— para atender a su clientela; Romelia Quintero entraba a mi apartamento para hacer el aseo y ganarse treinta mil pesos, como lo hace otras dos o tres veces por semana en diferentes casas de familia. Claro, a esta última, el día que no la llaman de alguna parte “para hacerles el oficio” —como cuenta ella—, saca una pequeña mesa, al lado pone una freidora y enseguida la pipeta de gas, y con eso se instala en la esquina de la ferretería de la señora Elizabeth y se pone a hacer empanadas.

Las señoras Elizabeth y Romelia son las madres de Miguel Ángel Hoyos Castro y Elizabeth Castaño Quintero, respectivamente. Dos ciclistas, que a sus quince años de vida ya adornan sus casas de medallas, trofeos y reconocimientos obtenidos por sus hazañas deportivas. Entre ellas, las dos de oro, una de plata y una de bronce logradas en los II Juegos Suramericanos de la Juventud en Santiago de Chile, celebrados del 29 septiembre al 8 de octubre del presente año; donde hicieron hondear la bandera de nuestra patria.

La progenitora de Miguel Ángel me recibió en su almacén y para poder conversar conmigo le pidió a su empelada que atendiera a la clientela. “Él tiene trofeos hasta en la escuela de ciclismo, de aquí del municipio, donde lo entrenan y lo apoyan, porque si no fuera por esa institución, mi hijo no estuviera donde está. Mi esposo y yo solos no seríamos capaces. Uno es con las uñas. Afortunadamente Guillermo, mi esposo, fue ciclista, conoce mucho de bicicletas y es prácticamente el mecánico de mi hijo”, afirma la madre de este joven campeón. Y continúa: “Él monta en una bicicleta que al papá le pudo haber costado seis o siete millones de pesos pero así mismo cuestan los repuestos y accesorios. Y más, que él se estiró mucho —creció— y es una lucha porque ha habido que acondicionarle la bicicleta, o vender la viejita para ajustar y comprarle otra. Este deporte es muy costoso

Y no solo es el sacrificio económico. También en la alimentación hay que mantenerle una dieta acorde a sus exigencias deportivas. Así él sea consciente qué debe de comer y qué no, a uno le toca, que si a los demás hijos se les frita, a Miguel tiene que ser el pollo o la carne asada. A la vez que se le apoya en todo, como por ejemplo cuando va a entrenar y hay una salida, en pos de él nos quedamos en la casa. Son pequeños sacrificios que Miguel va viendo dentro de su formación, que para mí tiene que ser integral.

Uno como madre se preocupa hasta por una gripa. Mire que un día casi no podía ir a correr porque estaba enfermo y le dimos analgésicos. Y al fin le dijo al papá: Ya me siento bien. Bueno, vaya pues corra, lo animó mi esposo. Ganó, fue campeón nacional infantil, pero en la noche me despertaron los gritos de Guillermo porque mi hijo estaba convulsionando. Usted no sabe lo que se siente, mi marido y yo con él cargado para el hospital pensando que mi hijo se me iba a morir. Ese es el peor susto que nos ha pasado aparte de los aporreones porque a veces llega con las nalgas en carne viva y así le duela, apretó los dientes y le hago las curaciones”.

La señora Elizabeth me enumeró varias circunstancias que rodean a su hijo y que lo han ayudado tanto en su crecimiento deportivo como en lo personal; pues como dice ella: “tiene trofeos y condecoraciones exhibidas hasta en el Club de ciclismo”, de un sinnúmero de competencias ganadas, pero hasta ahora los logros más grandes para él, han sido los conseguidos en Santiago Chile.

“Con la primera medalla –él se ganó dos de oro y una de plata en dichos juegos—, cuando me la colgaban del cuello, yo sentía que mi corazón se me iba a explotar. Y después, que uno se voltea hacia la bandera ¡y empieza a sonar el himno de Colombia!, a mí se me puso la piel como de gallina. Pero en medio de ese sentimiento inexplicable, a la vez era la intriga de saber quiénes serían los próximos contrincantes y como me iría a sentir en las demás pruebas que seguían”, comenta Miguel Ángel con un ánimo cómo si todavía no hubiera salido de esa emoción.

Doña Romelia

Ella, a las 6:15 de la tarde, cuando me recibió los treinta mil pesos que se ganó por el día de trabajo, con ellos en la mano dijo: “voy a ir a comprarle unas fruticas a mi niña –a Elizabeth, su hija— porque don Camilo —Martínez, el entrenador del Club de ciclismo— me la recatea mucho que porque está muy subidita de peso”.

Romelia es otra madre que lucha para que su hija triunfe en el ciclismo. Ella me recibió en su casa y desde la entrada no dejaba de sentirse orgullosa al pasearme por la sala, las piezas y un pequeño corredor diciéndome: “Vea, esas son las medallas que ella se ha ganado, los trofeos, cosas de menciones de honor. Por aquí están las que se ganó en chile, las que se ganó en Cali esta semana en los juegos de Supérate, que ganó tres: dos de plata y una de oro. Ella corre pista y ruta. Estos son los letreros que le pintan los amigos y amigas que hasta yo le digo que ya no hay donde poner más, que pegue también en la pieza de atrás”.

Mientras recorríamos su casa íbamos hablando. Y cuando le pregunté por el costo de la bicicleta donde entrenaba su hija, dijo: “Veeeendito, a ella le provoca tener una bicicleta, pero no hay forma. Con los diez o quince mil pesos que me quedan de la venta de empanadas y de dos o tres días a la semana que me llaman para trabajar en casas, ¡de dónde por Dios voy a sacar para una bicicleta. Si no más la que le prestan en el Club de ciclismo vale como dos millones de pesos! Si no fuera por ellos, mi hija no podría entrenar ni ganarse todas esas… —y mostraba de nuevo las medallas y trofeos—. Allá solo le dejan traer la bicicleta pa' la casa pa' lavarla”, acentúa la señora Romelia.

Luego nos sentamos en un modesto mueble de la sala donde, ya con más confianza, me empezó a narrar la corta historia de su pequeña Elizabeth:

“Ella estaba haciendo cuarto de escuela y como habían las olimpiadas escolares, entonces la profesora la puso a competir y el director del Club de ciclismo la vio cómo corría ella y me dijo que él le veía ‘buena mecha a la niña’; que por que no se la llevaba así sea viernes y sábado, para entrenar. Que se le veía muy buen potencial. Y ya, la seguí llevando.

Algo difícil es lo de la comida. Yo le doy lo elemental porque para la dieta uno tiene que tener muy buena plata y don Camilo siempre me ha dicho que la necesita más tallaita. Pero lo más duro es para las salidas, yo le doy lo que haiga, si diez hay, pues diez le doy. A veces solo tengo cinco mil pesos y me los recibe calladita. Solo me contesta que mi Dios me lo pague.

Ella, un día intentó con el papá —porque hace nueve años que no vive con nosotros— y le dijo que le diera para el uniforme que valía por ahí doscientos mil pesos y él le contestó que ¡qué va a valer tanto una mecha de uniforme y unos tenis! Después le dijo que le diera veinte mil, o cincuenta mil —no recuerdo cuánto—para una salida a una competencia y él le dijo que iba a mirar. Y como no apareció con ni un peso, ella no le volvió a decir nada. Sí hay gente que nos ayuda, como los de la colonia de Cali que son muy formales. A uno le da es hasta pena de la manera que lo atienden.

Aparte de los otros trabajos, a veces también cuido niños y ayudo por ahí a hacer almuerzos. Yo sé que con eso nunca voy a poder comprar una bicicleta. Con lo que la apoye el Club de ciclismo, hasta ahí. No sé cómo mi diosito me multiplica esos diez o quince mil pesos de las empanaditas o los treinta mil del aseo en las casas, porque no sé de donde me sale tanta plata. El ciclismo es un deporte muy costoso”.

Y así terminó de narrar la señora Romelia parte de lo que le toca batallar para llevar a su hija a ser la campeona en diferentes competencias y conseguir la medalla de bronce en los Segundos Juegos Suramericanos de la juventud en Santiago Chile. Pero lo dijo sin ningún ánimo de generar lástima y menos quejarse de la vida, porque lo último que salió de su boca fue: “Gracias a Dios en esta casa no nos hace falta nada para vivir”.

El pueblo granadino se agolpó en las calles puertas y ventanas de las casas para ver entrar y recibir a estos dos deportistas. En el colegio suspendieron algunas de las clases para ir a las calles seguir la multitud que los escoltaba. “Es primera vez que se ve eso aquí en Granada tan histórico”, dijo Elizabeth. Yo sí sabía que iba a asistir el colegio, pero nunca pensé que nos iban a llevar en camioneta a recorrer todo el pueblo con toda esa caravana detrás pitando. Eso fue muy bacano”, dijo Miguel Ángel con emoción.

Ya que ningún medio de comunicación, regional ni nacional, se ocupó de los dos granadinos medallistas de estos juegos, que por lo menos Colombia se entere que detrás de ellos hay unas madres campeonas, luchando toda una vida para que sus hijos consigan estos y muchos otros triunfos. Siempre hay alguien, “más allá de las medallas”.

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