La ley de la compensación
Opinión

La ley de la compensación

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junio 19, 2013
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Es natural que todo país debe evolucionar y, en principio por lo menos, para mejorar. No solo es normal que cada vez haya más usuarios de los servicios públicos, que la productividad del trabajo y del capital aumente, o que se incremente la capacidad energética instalada. También es de esperar que la integración de la ciudadanía a la modernidad se manifieste en comportamientos más acordes a las leyes que se emiten.

Por supuesto esto puede tener excepciones en breves periodos y bajo un mandatario se puede llegar a disminuciones del Producto Nacional Bruto (v. gr. Pastrana) o a desbordamiento de los respetos por los Derechos Humanos (caso el anterior mandato). También algún mandatario puede capitalizar como propio lo que son esas tendencias y se pueden llegar a ver como si fueran logros personales (caso Mockus). Pero el hecho es que en la continuidad del tiempo y a mediano plazo toda nación mejora en sus indicadores generales.

Pero en el entretanto se utilizan y operan lo que se podría llamar mecanismos de compensación. Un caso ilustrativo puede ser el de los impuestos prediales. Estos los manejan los municipios pero sobre la base de lo que declaran los particulares o lo que certifica el Codazzi (IGAC). Así los avalúos son siempre sumamente bajos en proporción al valor real de los predios. Para equilibrar esto las autoridades municipales tienden a poner las tasas más altas que permite la ley. Pero en la medida que se ordena y organiza mejor la información sobre los terrenos y sus valores comerciales esas tasas —basadas  en un supuesto que ya no existe— se vuelven un problema si se aplican sin ninguna corrección.

Un ejemplo, que hoy se vive más, es el de la conducción en carretera. Con un sistema represivo pero eficiente de poner multas excesivamente altas (v. gr. un salario mínimo por un exceso de velocidad cuando en otros países puede ser una quinta parte de este) se ha logrado que los conductores tengan algún respeto por las señales. Pero lo malo es que aparentemente las señales fueron hechas bajo la premisa de que nadie las seguía. Así nuestro sistema vial no tiene por ejemplo la señal que debe indicar dónde termina una prohibición de adelantar otro vehículo. O tienen en la carretera la línea intermitente que permite pasar en el mismo sitio donde ponen la señal lateral que lo prohíbe. O pone límites de velocidad —digamos 30 Km/h— en sitios en los cuales absolutamente nadie los cumple —y además sin decir dónde terminan, o que irían hasta la siguiente señal varios kilómetros después—.

Lo anterior con el agravante que la policía a quien corresponde ayudar a los conductores no ha sido instruida en que este es el propósito de su entidad y se dedican es a buscar infractores para aplicar las multas —ubicados casi siempre donde es lógico que nadie cumpla la señal—. Peor aún es que tienen estímulos por la cantidad de multas que impongan, reforzando esa idea de que lo que se trata es de ‘coger infraganti’ al que no se ciñe a la señalización.

Lo que la mayoría de la gente siente es que eso se presta —e infortunadamente así acaba siendo— para que con una ‘mordida’ se compre a la autoridad. Eso por supuesto sucede y masivamente, y es tan culpable ‘el peca por la paga que el paga por pecar’. Pero no puede haber corrección a esto si antes no se adapta esa señalización al supuesto que los conductores la van a respetar. Una señalización imposible de cumplir es la primera fuente de lo que termina en esa ‘corrupción’.

Estos ejemplos tan sencillos —y ojalá tan claros— pueden extenderse a la mayoría de los problemas que ha traído nuestro desarrollo. Desde la administración de justicia buscando crear nuevos delitos y efectos demostrativos con ‘chivos expiatorios’, hasta las ‘negociaciones’ de paz prometiendo ‘compensar’ al millón de familias desplazadas devolviéndoles las 5 millones de hectáreas de las que fueron desposeídos, tomamos un objetivo ideal como punto de partida para montar mecanismos que nos lleven a él, pero sin tener en cuenta que ya existen otros mecanismos que, aplicados a supuestos diferentes, tergiversan la realidad sobre la cual se trabaja. (Coincidencialmente al escribir esta columna una comentarista de la BBC mencionaba que Brasil, al iniciar su actual impulso al desarrollo sin haber creado antes una clase media, se encuentra en el problema de reforzar sus desigualdades —sigue en un Gini por encima de 0.50—, pero con mecanismos de redistribución cada vez más difíciles de montar).

No basta con la intención de ‘compensar’ los errores producidos por nuestro ‘devenir histórico’; una vez reconocida la existencia de ellos, el diseño y montaje de instrumentos para corregir esto es mucho más complejo que la simple enunciación del propósito de hacerlo. En especial requiere mucho más estudio que titulares de prensa que probablemente llevan a frustraciones y en consecuencia complicaciones más grandes al momento de su concreción. Más que candidatos y maniobras políticas, lo que nos hace falta son los centros de pensamiento que deberían cumplir esa función, y en particular los partidos que logren las convergencias ciudadanas alrededor de lo que sus think tank —‘tanques de estudios’— propongan.

En el manejo de la cosa pública, en la política, no aplica eso de ‘menos por menos da más’.

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