La iglesia no necesita kamikazes

La iglesia no necesita kamikazes

"Pastores, no hace falta poner en riesgo su vida y la de los demás, más cuando perfectamente pueden utilizar su tiempo en servir al prójimo"

Por: Leonel Uriel Alzate Herrera
julio 17, 2020
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La iglesia no necesita kamikazes

Tras la pandemia, muchos hemos aprendido que la virtualidad nos permite acercarnos: aun cuando sea a través de una pantalla y sin importar el lugar en donde estemos, ni la distancia que nos separe.

Conozco familias cuyos miembros, aun estando juntos en una misma casa, no se hablan entre sí: son capaces de levantar muros imaginarios para no hacerlo y a veces para ni siquiera mirarse a los ojos el uno al otro. Así que el problema no es de distancia, sino falta de amor.

Lo mismo sucede con las iglesias hoy cerradas a causa de la pandemia y la polémica por demás absurda que han armado líderes religiosos como el mismísimo Alberto Linero, un hombre a quien admiro profundamente, tanto por su vasto conocimiento teológico como por ese carisma que le ha ganado el cariño de muchos colombianos. Sin embargo, hoy él sucumbe ante la terquedad de algunos feligreses que no han dimensionado la realidad por la que estamos atravesando por cuenta del COVID-19.

En el siglo primero de nuestra era, a los cristianos que vivieron bajo el yugo de Tiberio, Calígula, Claudio, o el mismísimo Nerón, les era prohibido congregarse, porque hacerlo era inevitablemente una sentencia de muerte. No obstante, líderes de la iglesia primitiva como Pedro, Santiago, Juan y Pablo de Tarso, tras su conversión al cristianismo, lograron no solo mantener viva la fe de los cristianos, sino además acrecentar el número de fieles por medio de cartas tan cargadas de sabiduría, que se convirtieron casi que en la constitución de la iglesia contemporánea. El mismo Jesús les dijo alguna vez: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".

Por eso resulta casi absurdo pretender abrir las iglesias, justo ahora cuando estamos entrando al pico de una pandemia que ya bastantes vidas ha cobrado, que tiene al borde del colapso al sistema de salud y que es letal, sin contar con que aún nadie en el mundo ha encontrado una cura.

Apreciados sacerdotes, pastores y demás líderes religiosos, en sus manos está la tecnología, atrévanse a utilizarla, aunque esta no produzca ofrendas o limosnas. Para predicar no es preciso el púlpito, basta con que el amor de Dios esté en sus corazones para que el mensaje llegue a sus oidores.

Para quienes creemos en Dios es claro que los cristianos necesitan recibir el alimento espiritual, pero no es menos cierto que ese Dios no quiere sacrificios vanos. La iglesia no necesita kamikazes que pongan en riesgo su vida y la de los demás, cuando perfectamente pueden utilizar su tiempo en servir al prójimo.

Dios lo que quiere es gente que guarde sus mandamientos y que, alejada de la envidia, el egoísmo y la indolencia, sea capaz de unir a las familias, servir a los necesitados y evangelizar a la gente a través del ejemplo, para que muchos que están perdidos puedan encontrar sentido a su propia existencia.

Es hora de que entiendan, pastores, que el mundo cambió y que tal vez muchas cosas no volverán a ser igual; debemos ajustarnos a esa realidad. Y ese ajustarnos incluye la enorme responsabilidad de velar por la integridad suya y la de sus feligreses.

Es ilógico que personas tan preparadas filosófica y teológica e intelectualmente como los sacerdotes hoy por hoy no sean capaces de acudir a los medios virtuales para llegar a la gente con el mensaje de la palabra de Dios.

Perdonen mi alegoría, se los digo desde el corazón: ¡Dios bendiga a todos nuestros pastores!

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