La historia de 'La tejedora de coronas'

La historia de 'La tejedora de coronas'

Vemos una de las muchas formas en que el territorio americano, entendido como colonia, es ultrajado por las fuerzas del poder europeo

Por: Martín de Jesús Carvajal Chamorro
octubre 16, 2015
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La historia de 'La tejedora de coronas'

Escrita por Germán Espinosa en 1982, La tejedora de coronas aparece catalogada entre esas novelas que la crítica ha llamado “totalizantes” y que en América Latina comienzan a posicionarse en los contornos del boom (años 50’s a 80’s). Relatos que se extienden desmesuradamente, donde ningún tema pareciera quedarse sin abordar, donde todo pareciera tener un lugar y la realidad literaria, y el público lector, amenazaran con agotarse bajo la fatiga del juego lingüístico, de la erudición intelectual y del detalle histórico o narrativo. Para comenzar, La tejedora se compone de 555 páginas, 18 puntos y aparte, un punto final, ni un solo punto seguido y una avalancha de comas. El exceso y la complejidad se extienden al plano del contenido: Genoveva Alcocer, mujer polifacética y de edad inverosímilmente avanzada, narra dos partes de su vida y alterna a su gusto entre ambas. Una de ellas corresponde a su madurez y a sus viajes por Europa, América del Norte y el Caribe,  que equivalió a 60 años de formación entre las ideas y los personajes del Siglo de las Luces. La otra, y la que más me interesa, corresponde a su juventud, a la pérdida de la inocencia y a su iniciación en el mundo en la Cartagena de 1697, año de la invasión de Bernard Desjeans, barón de Pointis.

Casi 10 de los 19 capítulos del libro están dedicados al desarrollo de ese episodio, y Genoveva los recuerda día tras día, hora tras hora, recreando una Cartagena olvidada para nuestros días, pero que es parte de nuestra historia. No es, ojo, una ventana hacia una Cartagena idílica y gloriosa, sino hacia una ciudad llena de defectos en su funcionamiento interno: la Inquisición, la esclavitud, el racismo, la corrupción y las pestes son algunos de los problemas que aborda la novela, problemas que Genoveva es incapaz de arrancar de raíz (y, a veces, de ver como problemas) por muchos conocimientos que adquiera y por mucho que se esfuerce. Es también una Cartagena destruida, saqueada y violada por los filibusteros franceses, llena de referencias geográficas y del acontecer diario de sus gentes, una ciudad que, a fuerza de tanto sufrir como la mujer que la narra, acaba casi convirtiéndose en un personaje más, en un objeto de nuestra empatía.

A  través de La tejedora, vemos una de las muchas formas en que el territorio americano, entendido como colonia, es ultrajado por las fuerzas del poder europeo. Se trate ya de la Inquisición, de los aristócratas españoles corruptos, del despotismo francés o del menosprecio a los “indianos” o “criollos”, toda la novela está atravesada por esta tensión. ¿Qué es América, qué es Cartagena, y qué lugar ocupan en el mundo? Son las preguntas implícitas a lo largo de toda la narración de Genoveva. A pesar de todo, sería presuntuoso afirmar que la novela constituyera todo un manifiesto social especialmente revolucionario: Genoveva es una criolla blanca y se comporta como tal, de manera que ciertos pasajes sobre las comunidades indígenas, negras y el mestizaje hacen alzar las cejas. Con varios gestos irónicos, el relato de Espinosa reconoce estas falencias, pero no hace muchos intentos por crear un relato más inclusivo.

A pesar de estas quejas, la novela no deja de tener gran valor como representación de un episodio de la historia de Cartagena. Cuando me la contaban Lemaitre y los cocheros, me parecía distante, fragmentada, difícil de recordar, pero La tejedora de coronas, al ser literatura, al simularnos situaciones difíciles y hacer que nos preocupemos por lo que leemos, ha hecho su parte para reducir un poco ese caos. El texto de Espinosa, ambicioso como pocos, recrea unos pocos meses con una gran lucidez y brutalidad, nos hace querer que la historia sea otra; que los piratas nunca lleguen, que Bernabé sea reconocido plenamente como un liberto, que Genoveva no sea quemada por el Santo Oficio, y que Diego de los Ríos no traicione a la ciudad ni sea corrupto. Sólo puedo imaginarme lo que un texto similar, leído por la suficiente gente, haría para que la jornada de Independencia de Cartagena nos importara, para que recordáramos a los caciques que aquí vivían antes de la llegada de los españoles, para que quisiéramos reparar todas las injusticias cometidas hacia las comunidades negras, para que nuestra ciudad se nos apareciera como un cúmulo de Historia y de recuerdos que se van construyendo día tras día, y no simplemente como el indiferente espacio que habitamos.

Por supuesto, es imposible e incorrecto tratar a La tejedora como un documento histórico propiamente dicho, pero no por eso deja de ser una de las novelas históricas más valiosas y especiales para la ciudad. No por nada fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2002, y no es casual que Espinosa también sea cartagenero. No hay que dejarse intimidar por su estructura, por sus excesos y su erudición, pues son ellos los que le permiten recrear a Cartagena del modo como lo hace y hacer que nos parezca una ciudad viva. La tejedora de coronas ha despertado en mí el interés por la historia de Cartagena, y estoy seguro de que cualquiera que la lea sentirá lo mismo.

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