La gordofobia de los políticamente correctos
Opinión

La gordofobia de los políticamente correctos

Odiar a los gordos es el único placer culposo que se permiten los inmaculadamente perfectos que defienden —solo en Facebook— el medio ambiente, la diversidad sexual, la igualdad de razas

Por:
septiembre 26, 2019
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Todos los días me levanto muy temprano a hacer ejercicio. La única testigo es mi esposa. Por supuesto que no tengo esa enfermedad mental que lleva a la gente a subir fotos mientras hace spinning, así que necesito que me crean. El desayuno no difiere demasiado del de millones de flacos. No como entre el desayuno, el almuerzo y la cena, ni sufro de atracones nocturnos. Yo soy gordo porque soy colombiano y a esta raza después de los cuarenta el cuerpo le empieza a crecer para los lados. Ya no me atormento por eso, intento afrontarlo con dignidad y no pararle bolas a las burlas. Si lo hiciera, enloquecería como tanto gordo que se mata con dietas asesinas de agua de sábila todo el día y operaciones con las que quedan derretidos, con el pelo ralo, la piel cetrina, las ojeras profusas y un saco asqueroso que les cuelga a la altura de las rodillas. Lo más triste para un gordo es que las burlas vienen casi siempre de los que viven obsesionados con lo políticamente correcto.

¿De cuándo acá las mujeres de los cuadros de Rubens dejaron de ser deseables? ¿Quién determinó que los gordos lo somos por gusto?, ¿que no hacemos ejercicio?, ¿que somos inmensos e infames parásitos insaciables? ¿Desde cuándo es impresentable ser gordo? Lo peor es que la gente que discrimina a los obesos es la misma que apoya a Greta Thunberg, que adora las luchas de Martin Luther King, que ha tenido afiches del Che Guevara y ha releído cien veces a Simón de Beauvoir. Odiar a los gordos es el único placer culposo que se permiten los faros morales, los inmaculadamente perfectos, los que defienden —solo desde sus putos muros de Facebook— el medio ambiente, la diversidad sexual y la igualdad de razas.

 

La gente que discrimina a los obesos es la misma
que apoya a Greta Thunberg, que adora las luchas de Martin Luther King,
que ha tenido afiches del Che Guevara

 

Es ingenuo creer que todos los gordos nos parecemos a seres despreciables como Donald Trump: insaciables, groseros, incontinentes. Es iluso pensar que somos descuidados con el medio ambiente porque presuntamente tragamos hasta el hartazgo, que no somos dignos de amor porque cometemos ese infame pecado que se inventaron los millennials: comer carne. Eso sin mencionar la infame cultura del fitness, el culto al cuerpo sano y perfecto, y la idea de que somos un templo en donde no deben entrar impurezas. El mensaje de los políticamente correctos es preocupante, sobre todo entre los más jóvenes, ya que promueve sin cortapisas la anorexia. ¿Dónde queda el discurso del respeto a la diversidad que ellos presuntamente profesan? Hipócritas es lo que son.

Hace poco encontré en Instagram a Fat Pandora, una bumanguesa que tiene 79.000 seguidores y a la que no le preocupa su sobrepeso, hasta el punto de que se ha convertido en ícono de la moda. Escribió un libro que se llama A todas nos pasa, en donde cuenta cómo asume su gordura en este mundo de malparidos. Allí da un consejo que todos los imprudentes que uno se encuentra a diario deberían seguir: si le vas a hacer un comentario a alguien sobre su apariencia física piensa si esa persona puede resolverlo en tres minutos. O sea, parce, si me ves cada vez más gordo es mejor que no digas nada, que te calles la jeta, que me dejes tranquilo. Créeme, los gordos tenemos autoestima.

Este mundo es de los flacos, nada qué hacer. Y con esta dictadura vegana que se avecina, pues yo creo que hasta regresaremos a la época donde la mortalidad infantil superaba los dos dígitos. Hace poco fui al doctor, me encontró completamente sano. Mis complicaciones respiratorias son crónicas y se agudizan de vez en cuando por excesos que no tienen nada que ver con lo que como. Sin embargo, la tensión y el colesterol están en sus justas proporciones. Así que, amigo ecologista, deja de señalarme como una vaca absurda que contamina el mundo a punta de gases. Solo soy un gordo más que se niega a aceptar que no hay placer más grande que una hamburguesa o un sancocho de gallina. Solo los pájaros comen alpiste.

 

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