"La fuerza de la candidatura de Vargas Lleras es la propia descomposición social que hoy nos circunda"

"La fuerza de la candidatura de Vargas Lleras es la propia descomposición social que hoy nos circunda"

Un repaso de lo que ha sido la candidatura del expresidente y de lo que representa su aspiración de convertirse en el primer mandatario

Por: Efraín Leiva Gutiérrez
octubre 04, 2017
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Foto: Archivo El Espectador

En Colombia no aprendemos las lecciones de la historia. Repetimos incesante el mismo ruido escandalizados, la misma queja y los mismos errores que reeditan la tragedia y el desangre de una riqueza trabajada por la gente honesta. Seguimos votando por la burguesía que se le arrodilla al crimen y al dinero de la componenda y que frente al poder trasnacional es abyecta e ignorante. Nuestra clase política es estudiada, viajada y diletante. Es inculta, insensible y perversa y eso no tiene remedio. Es ensalzada por una clase media torpe y sin valores de crecimiento, que tan solo aspira a enriquecerse y a derrochar en el lujo y en la pantalla de nuestro perpetuo carnaval. Sus generaciones así lo repiten.

Hace apenas un año se le daban pocas posibilidades a Vargas Lleras de alcanzar la presidencia, por su pose arrogante y su genio irascible y prepotente. Aunque había que reconocerle ser el impulsor de grandes mejoras de infraestructura y crecimiento social del segundo gobierno de Santos, se le vaticinaba corto respaldo en las clases proletarias, habida cuenta de la poca memoria del sector bajo de la población respecto de “los generosos esfuerzos de su gestión” toda vez que la fuerza electoral del pueblo excluido y marginado es la que vende su voto al mejor postor independientemente de su conciencia política y su nulo compromiso ante la mejora de sus condiciones de vida. Está probado con creces que una clase emergente, siempre replicará con desdén respecto del promotor de su escalamiento.

Otro de los factores que en el vaticinio se le daban como adversos era el poder de respaldo de los caciques regionales costeños, que en todo caso siempre precisan cierto carisma y afabilidad en su candidato, condición que el dueño de Cambio Radical nunca se ha esmerado por lucir. Su distanciamiento del discurso de la paz figuraba también como factor adverso en una probable segunda vuelta en donde sin fórmula alguna, sería derrotado estruendosamente. Hoy todas estas condiciones se encuentran superadas por los hechos y ante todo por una virtud natural en el candidato de todos estos cuatro años: su capacidad de camuflaje, sus largos silencios, su candidatura por firmas y su marginamiento del partido político.

El discurso de la paz se fragmenta y se vuelve de poca monta porque definitivamente en este país no hace carrera la idea de una política en esencia representativa y de verdadero servicio como debería ser a favor de los excluidos, de los marginados por la guerra y el conflicto que nunca les perteneció pero que los desplazó y asesinó. La defensa de la paz como una cierta aspiración de concordia y de fortaleza espiritual no da votos y más bien se presagia que la bandera soterrada de su boicot en las filas del parlamento terminará por hacer historia, a fin de que los empresarios de la guerra vuelvan a medrar en las mesas de negociación de territorios y presupuestos de defensa. El mejor garante de que eso ocurra es Vargas Lleras, quien nunca se ha preocupado de dar respaldo al tema.

Dicen que su partido político ha sentido el abandono y el desprecio de su gran líder, pero el señor Vargas Lleras, quien es su dueño, no su estandarte ni representante, funge como propietario; dispone y clausura su propio aval, renuncia a los principios y valores de partido porque ellos no existen y medra, se vuelve subrepticio, se lanza por firmas como si se tratara de un clamor ciudadano el que haga parte de la contienda y viene a representar a nadie menos que a esa clase denostada y estéril que acecha, negocia, pulula, arrebata, ignora, engaveta y manosea la justicia y el progreso de la idea de nación.

La fuerza de la candidatura de Vargas Lleras es la propia descomposición social que hoy nos circunda; la corrupción en la justicia que tiene como gestores a los jóvenes caciques políticos de la costa que pusieron precio a magistrados y fiscales, la proyección de alianzas que derroten las iniciativas de paz y reordenamiento territorial, con saneamiento fiscal y austeridad, el apoyo final que brinde la derecha recalcitrante a un caudal de votos que con todo y el precio ofrecido, seguramente no le alcanzará en las urnas.

Vargas Lleras es el representante de lo más oscuro que como colombianos tenemos; puede ser elegido mientras nos quedamos en la indiferencia y en la pereza, mientras no ejercemos la solidaridad y el justo derecho a la protesta, mientras nos acomodamos en la plácida aceptación de marionetas. El hábil contendor exhibe una máscara de candidato ciudadano que ostenta el apoyo de empresarios y de un reconocido arquitecto de fama mundial para gozar de los beneficios de adelantar la campaña que solo pueden anunciar los candidatos de partido tres meses antes de las elecciones; se vale de respaldos torticeros que en condición de miembro de Cambio Radical difícilmente recibiría, usa su rótulo de liberal desde su segundo apellido, de conservador desde su característico autoritarismo y de manzanillo del gobierno que termina, para solaz de oportunistas y aparecidos de última hora. Se rodea de los respaldos regionales más cuestionados en la última década asegurando curules en el congreso para la descendencia de condenados por parapolítica y apropiación de dineros públicos.

Se diría que tan solo le falta un bañito cristiano que lo entronice en cualquiera de las iglesias que lavan y despercuden conciencias para elevar un poco la mixtura de su caudal de votantes. Votar por Vargas Lleras no es un paso al costado, es un retroceso de la rueda que tritura cada vez en fragmentos más pequeños los avances de una justa democracia incluyente y soñada.

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