La física detrás del primer gol de Luis Díaz ante Perú

La física detrás del primer gol de Luis Díaz ante Perú

"Antes se creía que todos los objetos del universo eran newtonianos, ahora se sabe que no. La cuántica revela que el mundo subatómico no es newtoniano"

Por: Carlos Tamara
julio 13, 2021
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La física detrás del primer gol de Luis Díaz ante Perú
Foto: Instagram @luisdiaz19_

Lo primero que luce visible y casi que estrambótico y deslumbrante es que el gol es absolutamente relampagueante, por no decir que espasmódico. Desde que el portero Camilo Vargas patea hasta que golpea contra las piolas no pasan sino cinco segundos.

Cómo es posible que tal cosa ocurra siendo que están de por medio intrincadas situaciones de connotados fenómenos físicos, materia de la cual es absolutamente previsible, ni el arquero ni Luis Díaz tienen por qué saber.

Claro, de aquí surge un primer dato absolutamente imponderable. Los conocimientos físicos nos son tan inmanentes, que no pasa por la conciencia poseerlos y, menos de dominarlos a la perfección. Lo que quiero decir es que si Luis Díaz en vez de ser futbolista hubiera estudiado física en la Universidad Nacional como su coterráneo departamental Teyrungumu Apolinar, eso no le hubiera dado la sutileza suficiente para hacer tamaño gol.

Voy a tratar de probar qué tan inmanente pueden ser tales conceptos.

El balón viaja en una parábola como cualquier objeto newtoniano. Antes se creía que todos los objetos del universo eran newtonianos, ahora se sabe que no. La cuántica revela que el mundo subatómico no es newtoniano. Y el tiempo tampoco.

También el universo en su magnitud gigantesca se asume como plano; aceptan ser tratados sus planetas como objetos newtonianos.

El tramo que demora el balón en el aire luego del pase gol es mayor que lo que demora Luis Díaz en meterlo en el arco, no obstante que las maniobras que conducen a ello son absolutamente complejas. Esto no sería posible si la física no le fuera absolutamente inmanente al goleador.

El balón golpea a Luis en el hombro pero no se desparrama, no le hace un extraño, no se le escapa como podría ser lo más natural. Contrario a ello, Luis parece haberlo educado aun cuando apenas lo roza.

¿De dónde surgen los méritos para que balón y jugador se comporten tan confianzudamente? El tiempo que usan para su mutua comprensión no va más allá de ese rebote, que no es igual a ningún rebote previo sobre el cual pudiera derivarse alguna comprensión o conocimiento. Esto es lo que yo llamo inmanencia. El conocimiento de Luis de la física del movimiento futbolístico es consubstancial a su piel. Desde este punto de vista, y aunque parezca extraño, no existe diferencia si Díaz usa los pies o usa el hombro para dominar el balón. Solo es necesario ponerse en contacto, aunque sea milimétrica e instantáneamente.

Hay más. La velocidad con que Luis avanza no es la misma con la que le llega el balón. Entonces piense cuando usted pretende bajarse de un bus en plena marcha. Allí se manifiesta el Efecto Doppler sobre la relatividad de las velocidades. Este efecto ya se había manifestado al comienzo cuando el portero que mueve su pierna a una velocidad encuentra la otra distinta del balón que baja. Todo eso pasa desapercibido. Sucede sin embargo a una velocidad finita.

A las componentes horizontales y verticales del balón y del desplazamiento de Luis Díaz, que también es parabólico, se sumaría la velocidad de marcha de la Tierra, que casi nunca advertimos como haciendo parte del negocio y que acá tampoco consideraremos. Ni tampoco lo de la luz, absolutamente necesaria para que Luis vea el balón y esa información pase a su retina y ordene el movimiento.

Y el balón casi muere sobre el hombro de Luis que le agrega un suave y sabio toque. Eso a pesar de que el encuentro de las velocidades diferentes descifradas arriba ha debido dejar una ñoma (caraña, herida) en el pellejo de Luis. Sin embargo se despeña obediente, es más, obedece ciegamente el siguiente toque cuando Luis se comunica, sin mirar siquiera, con la posición del arco. Aquí Díaz pareciera dominar la dimensión desconocida.

Obsérvese la instantaneidad del caso: Luis está pendiente del balón que trae una trayectoria absolutamente desconocida y al mismo tiempo está haciendo uso de una operatividad de toda la mole de su cuerpo pues lo ejecutado solo tiene valor si él perfora el arco contrario. Si no se convierte en una anécdota.

Mientras su batalla con el balón ocurre, Luis debe realizar la maniobra de eludir a su marcador que es un tipo mañoso y avezado. Y es el caso que no tendrá nunca el manejo de esas velocidades que le son extracorpóreas y además opuestas de intención.

Y sin embargo puede decirse que una vez el balón toca a Luis en el hombro ya es gol. Es decir, el asunto de allí en adelante pasa a ser del propio dominio de la situación que tenga Luis. Se sabe más veloz que su marcador. Por eso Díaz se concentra en su propia trayectoria hacia la portería. Tal concentración es instantánea pero avanza. Todo parecería ocurrir al mismo tiempo.

Mientras tanto el mundo mira. Los jugadores de su propio equipo miran. Es indudable que la perplejidad de éstos es incalculable. Como lo conocen el anhelo vuela, favorece la confabulación. De todas maneras saben mejor que nadie que la maniobra es exquisitamente compleja. Por ello mismo podría estar condenada al fracaso. En el fútbol un fracaso sucede al otro sin solución de continuidad.

Ningún jugador es capaz de imaginar la aparente continuidad del balón. Tal continuidad no existe, ni siquiera en el movimiento de los objetos newtonianos. Ocurre a saltos. La supuesta parábola es una expresión matemática. Las matemáticas pretenden insinuar que lo que dicen las fórmulas es lo que ocurre en la realidad pero no hay tal. La sola rotación que hace el balón girando sobre sí mismo lo obliga a estar sometido a vibraciones inconfesables y sobre todo invisibles al ojo humano aun cuando hoy con una cámara ultrarápida pudieran ser observadas.

Y existe el momento en que Luis gira hacia el arco. Aquí pudo haberse equivocado. Luis no sabe dónde va a pisar. Está pendiente más del balón que de sí mismo. Sin embargo debe haber un diálogo de las trayectorias. Esto es fantasmático. Podría hacer parte de la componente topológica que, digo, existe en el fútbol.

En efecto, la cancha del fútbol no es plana, de la misma manera que la Tierra tampoco lo es, aunque por igual paradoja, dado su tamaño, se acepta que el universo lo sea. El asunto se vuelve más curvo cuando interviene la voluntad del hombre. De la inmanencia del conocimiento de la física de la Tierra se deriva que pudiera definirse lo que es un gol.

Esa definición pareciera curvar el espacio-tiempo. Dota de una racionalidad imposible al fenómeno local.

Cuando Luis Díaz encara al portero Gallese ya sabe lo que va a hacer. Sin embargo, depende de que el balón le obedezca. Ya para ese instante no debería haber espacio para la duda. Si se detuviera a pensar no cabe la duda: si ha logrado domesticar el balón con el toque del hombro mucho más fácil le será si lo hace con el pie que es lo que realmente domina. Eso a pesar de haber demostrado que la inmanencia es total, holística.

Y el balón entonces hace su tercera o cuarta parábola final. Las piolas se sacuden. Ríen. Han debido recibirlo alborozadas.

A todas estas existe una serie de movimientos y gestos alborotados que acompañan. Gritos estentóreos suceden uno detrás del otro. Es posible que entre todos ellos predomine la confabulación. Eso contribuiría a fomentar mi apreciación del dominio de la topología.

Solo cabe observar que las cámaras jamás acompañan los retorcijones, o el espasmo perplejo, que han debido acompañar los gestos del portero Vargas. Sería para reírse.

Agregaré en un alargue que nadie sabe cómo un jugador como Luis Díaz pudiera existir parido por una tierra donde si hay una cancha de fútbol que merezca ese nombre no hay dos. Por eso es que digo que el fútbol de Díaz no es racional. No deriva del dominio cuadriculado de tácticas o estrategias: es de potrero. Quien no lo entienda nunca lo sabrá aprovechar.

Luis es ingrávido. Es más, cuando dribla parece estar pisando sobre arena.

Me gustaría alguna vez apreciar cómo cambia el movimiento pupilar de Díaz. ¿Será de águila?

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