La familia que apoyó la lucha campesina en la época de la Violencia

La familia que apoyó la lucha campesina en la época de la Violencia

En época de la Violencia, Villarrica fue epicentro de traiciones y guerra de trincheras entre Ejército y campesinos auspiciados por grandes hacendados y pobladores

Por: Edison Peralta González
agosto 19, 2022
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La familia que apoyó la lucha campesina en la época de la Violencia
Fotos: Twitter @colombia_hist / Archivo
El padre de los Beltrán Franco nació en los albores de la fundación de Andalucía, pocos años después de finalizada la primera guerra mundial y la firma del Tratado de Versalles que consolidó la paz entre los países en conflicto.
La región de los Cuindes se había convertido en un paraíso de explotación de la planta bendita (café) con grandes haciendas que aprovecharon la mano de obra barata de inmigrantes campesinos de diversas regiones del país, ávidos de futuro y un pedazo de tierra para cultivar.
Argemiro Beltrán Garzón el padre de José Guillermo y esposo de mi abuela Emilia González de Beltrán logró amasar una gran fortuna representada en fincas cafeteras y ganaderas y bienes raíces en Andalucía, Girardot y la capital de la república.
José Guillermo Beltrán, hermano único de mi madre, cursó sus primeros estudios en el Colegio Carrasquilla, una institución privada constituida a la sazón para educar vástagos de las nacientes castas privilegiadas de Andalucía.
Inició estudios secundarios en el colegio Santander de Girardot y dice la leyenda que el joven afortunado contrataba expresos en “Berlinas” (automóviles) para transportarse por trochas carreteables a su preciado terruño.
Don Argemiro cancelaba sus costosas "locuras". No concluyó sus estudios de bachillerato, pero logró adquirir una valiosa cultura que sobrepasaba el incipiente nivel de sus coterráneos. Muy joven contrajo matrimonio con la joven educadora María Antonia Franco y se radicó en la Manzanita donde administró varias de las fincas cafeteras de su padre, Siberia, Sebastopol, El Triunfo, entre otras, y consolidó su entorno familiar.
Durante los episodios de las guerras campesinas de Villarrica, brindó su apoyo incondicional a los colonos y labriegos que libraban una lucha asimétrica contra los hacendados y las hordas falangistas que pretendían conservatizar a los Cuindes y colonizar su conciencia.
Al tiempo que la Popol o policía chulavita en connivencia con matones a sueldo recorrían las veredas al mando de Eduardo Gerlein, director de la Colonia, asesinando campesinos liberales y supuestos comunistas para despojarlos de sus parcelas, mi tío Guillermo resolvió asentarse con su familia en el sector urbano mientras amainaba la tormenta.
Después que la dictadura amnistió a la insurgencia campesina en 1953, regresó a Siberia para tratar de recomponer su menguada economía y ocurrió lo inesperado. El dictador resolvió traicionar a los campesinos que con otros venidos del sur volvieron a enmontarse.
Era el año de 1954, en los umbrales de la nueva guerra, esta vez, contra el poderoso ejército de Colombia y una jauría de mercenarios conservadores y liberales “limpios” contratados para expulsar a los campesinos de sus pequeñas propiedades. Había que salvar la patria del fantasma del comunismo, dijeron los coroneles. ¡Qué adefesio! Los hacendados vieron la oportunidad de deshacerse de la chusma campesina que desde la fundación de Andalucía les disputaban el derecho a explorar la tierra y cultivar café en la ribera de los ríos.
Marcos Jiménez “Resortes” un insurgente liberal nacido en el Roble (Marayal) compraba de contrabando armas en Girardot en el mercado negro y las vendía a las guerrillas campesinas venidas del sur, pólvora, tubos y estopines para fabricar escopetas de fisto y algunos fusiles y escopetas de cápsula.
A finales de 1954 "Resortes" resolvió traicionar a Isauro Yosa al despacharle 14 fusiles cuando el líder campesino se hallaba en Mercadilla y denunciarlo ante el ejército que aprovechó un bazar organizado por el cura de Villarrica para apresarlo y enviarlo al campo de concentración nazista de Cunday donde fue sometido a tormentosas torturas.
Poco después se iniciaría la “guerra de trincheras” y trescientos campesinos reclutados por Richard conformaban el ejército de descamisados insurgentes que apostados en la cortina con sus fistos y machetes pretendían derrotar al poderoso ejército de Colombia que invadió con nueve mil hombres, tanques, aviones y morteros la plaza de Villarrica.
Richard, el joven general revolucionario del ejército campesino de Villarrica presumía que las fuerzas revolucionarias de otras regiones del país acudirían en su apoyo para liberar a Colombia de los apátridas que la gobernaban desde la muerte del Libertador y habían asesinado hacía poco al tribuno del pueblo en una calle bogotana cuando se aprestaba a ganar las elecciones presidenciales a una horda de villanos de ambos partidos que hoy la ensangrentaban. El apoyo nunca llegó y las veredas fueron asediadas durante más de 180 días por las fuerzas gubernamentales.
Richard tenía bajo su mando, esta vez, avezados oficiales de un ejército campesino que había librado intensas y heroicas batallas contra la policía política conservadora Popol (chulavita) en la guerra del 52 y 53, Rafael Castellanos “Tarzán” del Roble; Marcos Cubillos “Libertador” de Manzanita; Eusebio Prada “Mono Mejía”, Jaime García (“Gavilán); Zarpazo y jóvenes combatientes como “Nariño” (Efraín Guzmán),“Teniente Páez”, además de Gratiniano Rocha “Avenegra” y otros muchos.
La comandancia guerrillera decía a las familias campesinas que no abandonaran las fincas, no salir de las veredas pues pronto irían a derrotar el ejército de la dictadura y volverían a gozar de paz a sus parcelas. Era solo cuestión de semanas. Todos participarían en la guerra, niños, mujeres, jóvenes y viejos, convertidos en asistentes, estafetas, enfermeras, alimentadores. Qué utopía, qué valentía, qué heroísmo, qué ingenuidad en la asimetría de la confrontación.
Los coroneles creían que la derrota de la guerrilla campesina era apenas de unas 24 horas dado el sofisticado armamento que disponían, tanques de guerra, morteros, decenas de aviones, avionetas y helicópteros y cientos de bombas incendiarias (napalm) enviadas por Estados Unidos para acabar de un solo tajo con los comunistas que supuestamente eran todos los campesinos de Villarrica.
Evacuaron la población y el ejército se quedó con las tiendas, almacenes y negocios y los bienes que prometieron defender tal como decía la constitución nacional. Tristemente el gobierno nunca respondió por el saqueo y los comerciantes todo lo perdieron.
Convencido de las promesas de los guerrilleros José Guillermo resolvió quedarse en Manzanita cuidando sus fincas con su esposa e hijos y durante varios meses soportó entre los cafetales el bombardeo diario de los aviones de la fuerza aérea colombiana hasta que hubo de replegarse con cientos de familias en las columnas de marcha que huían despavoridas por las montañas y riscos de Galilea, Altamizal y el Duda, con sus mujeres y niños, en busca de una salida que los librara de la muerte y condujera a la civilización y una mejor vida en algún lugar de la nación. Era el año de 1955.
No obstante, en la huida fallece el niño Luis Alfredo Beltrán Franco. Sobrevivieron Manuel Guillermo, Argemiro (q.e.p.d.), Leonel (q.e.p.d.), Hernando (q.e.p.d.), María Elina, Myrian y Alonso, éste último, quien nació después de la guerra, es hoy docente- Coordinador del Colegio Francisco Pineda López.
Edison Peralta González.
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