Montería se calentó un poco más de lo habitual. No era solo el sol apretando los hombros o los mototaxistas pitando como si fueran parte del himno. Era otra cosa. Una incomodidad más honda, como un olor que no se va. Algo que hace rato se sabía pero que hoy se dijo con nombre y apellidos: el contrabando de cigarrillos, cervezas y licores no solo está robando plata, también está matando gente.
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La cita fue en Córdoba, pero el eco venía de más lejos. Atlántico, Bolívar, Cesar, La Guajira, Magdalena, Sucre, San Andrés: ocho departamentos sentados frente a una misma trampa. Ocho territorios perforados por el mismo hueco por donde se cuelan, día tras día, productos sin sello, sin control, sin impuestos. En La Guajira, por ejemplo, casi nueve de cada diez cigarrillos que se consumen son ilegales. En el Cesar, ocho. En Magdalena, siete. No es una epidemia: es una industria.

Los números ayudan a entender el tamaño del bache. Solo en Córdoba, las pérdidas por contrabando de cigarrillos suman 55 mil millones de pesos al año. Con ese dinero, se podría alimentar durante tres meses a 170 mil niños. Pero los números también corren el riesgo de volverlo todo abstracto. Como si no pasara nada. Como si el crimen tuviera Excel, pero no tuviera rostro.
Por eso se inventaron el Plan Caribe 2025. Un nombre que suena a acuerdo climático o a estrategia turística, pero que en realidad intenta ponerle un muro al comercio ilegal que, mientras más se tolera, más se organiza. Lo lanzaron con música y con un lema que se mueve entre la fiesta y la pedagogía: “Baila, canta, goza y vacila a lo legal”. Y aunque el eslogan parezca escrito para una camiseta, lo que hay detrás es otra cosa: la intención de volver la legalidad algo sexy, algo cercano, algo más poderoso que el miedo o la indiferencia.
La iniciativa se apoya en tres pilares: campañas de sensibilización —para que la gente entienda que un cigarrillo barato puede salir caro—, operativos conjuntos con las fuerzas del orden —para decomisar sin hacer tanto escándalo— y análisis de datos, que no siempre sirve para prevenir, pero sí para contar el desastre.

En la tarima hablaron políticos, empresarios y militares. Erasmo Zuleta, gobernador de Córdoba y presidente de la Federación Nacional de Departamentos, fue el que más fuerte golpeó la mesa para dejar un mensaje claro y contundente: “El contrabando no es solo una pérdida fiscal, es la gasolina de los criminales”. Dijo que los mismos que matan policías están detrás del tráfico de licores sin timbre. Que los sicarios cobran con cerveza de contrabando. Y nadie se atrevió a contradecirlo.
Didier Tavera, director de la FND, siguió la línea: “O combatimos el contrabando o fortalecemos el multicrimen”. Habló de tenderos engañados, de consumidores desprevenidos, pero sobre todo de mafias organizadas. De barcos que descargan como si fueran fantasmas. De bodegas clandestinas que se llenan cada semana con mercancía que no paga impuestos, pero que sí financia armas.
Hubo aplausos. Y también anuncios. El más concreto: una embarcación donada por una tabacalera —PMI— que será entregada a la Armada Nacional. La llamaron Arcángel, como si una lancha pudiera tener poderes divinos. Patrullará la costa para intentar detener lo que ya lleva décadas avanzando.
El Plan, que durará dos meses y recorrerá fiestas como el Festival Vallenato o la Feria Ganadera, buscará meter el tema en las conversaciones cotidianas. Porque —y eso también lo dijeron sin tanto decoro— no se trata solo de castigar. Se trata de convencer. De volver inaceptable lo que hoy parece normal.
La alianza incluye gobernaciones, empresas privadas, fuerzas armadas y gremios. Pero también necesita otra cosa: una ciudadanía que se mire al espejo y deje de pensar que comprar más barato es inocente. Porque no lo es. Porque cada botella sin timbre es un ladrillo más en la casa del crimen. Porque cada cigarrillo ilegal es un peso menos para el hospital, para la escuela, para el coliseo donde los niños entrenan sin saber que su futuro también depende de esas cuentas invisibles. Aunque el Caribe cante, goce y vacile, también sabe cuándo decir basta.