La estocada final de Ingrid Betancourt contra Juan Carlos Lecompte

La estocada final de Ingrid Betancourt contra Juan Carlos Lecompte

Después de un agrio divorcio y una disputa legal de 7 años, el exmarido de Betancur no logró los 20 mil millones que pretendía ¿En qué quedó el pleito?

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mayo 06, 2016
La estocada final de Ingrid Betancourt contra Juan Carlos Lecompte

La caricia forzada que le dio Ingrid Betancur a su marido el día de su liberación, aquel 2 de julio de 2008 frente a las cámaras de televisión, Juan Carlos Lecompte la sintió como una cachetada. Una frustración que fue convirtiéndose en rabia sorda mientras su esposa de once años lo ignoraba y centraba toda su atención en su mamá, Yolanda Pulecio y sus dos hijos del primer matrimonio con el diplomático francés, Lecompte Fabrice Delloye: Lorenzo, Melanie. Ya en la privaciad familiar, Ingrid no dispuso de más de media hora para hablar con Lecompte y entregarle una manilla que le había tejido con bejucos de la selva. Le advirtió que viajaría esa misma semana a París, pero sin él.

Ingrid en el día de su liberación agradeciendo a todos menos a su esposo, Juan Carlos Lecomte

Ingrid en el día de su liberación agradeciendo a todos menos a su esposo, Juan Carlos Lecomte

Lecompte transformó aquello que había declarado como el gran amor que lo llevó a promover campañas por la liberación en un rencor que solo podría compensarlo un triunfo económico. Ingrid llega a Francia s donde su imagen de Juan de Arco colgó en un gran pendón durante largos meses en la alcaldía y recorrió varias ciudades aceptando el reconocimiento que le expresaron sus coterráneos, a quienes sentía más cerca que a los colombianos. El marido resultaba ser asunto del pasado. Estaba enterrado y no tiene lugar ni siquiera en sus recuerdos.

Atrás quedaba una historia que empezó en 1995, cuando el publicista y la entonces senadora se conocieron en una cabalgata. A los días él la encontró de casualidad caminando en una calle bogotana y la invitó a subirse en su moto. Antes de dejarla en la casa la invitó a tomar café. Le escribió en una servilleta las razones por las cuales ella se enamoraría de él. Esa tarde se dieron el primer beso. Dos años después se casaron en Moorea, una isla volcánica en la Polinesia francesa, siguiendo el rito del lugar: Juan Carlos se presentó ante su prometida en una piragua mientras ella lo esperaba en tierra firme. La alianza se afianzaría cuando, de regreso en Bogotá, se casaron por lo civil.

En el pie derecho Juan Carlos se tatuó la mitad de una tortuga, Ingrid hizo lo propio con la otra mitad de la tortuga en su pie izquierdo. Se juraron amor eterno con el más longevo de los reptiles como símbolo. De regreso a Bogotá Lecompte se aplicó de tiempo completa a la primera campaña presidencial de Ingrid a la presidencia poniendo su creatividad de publicista a servicio de esta. Se ingenió campañas para marcar la diferencia como cuando repartió tabletas de viagras unidas a un mensaje provocador: viagra para parar a los corruptos y a la violencia. La iniciativa fue mal recibida entre los medios y el Invima se le atravesó.

Y fue en esa campaña presidencial cuando los desplantes de la candidata y la necesidad de marcar su independencia la llevaron a meterse en la boca del lobo del Caguán, pocas semanas después de que el Presidente Pastrana hubiera levantado la negociación con las Farc. Ingrid termina el 23 de febrero del 2002 secuestrada y Lecompte se aferra a ella dejando en el baño el peine y  el reloj de pulsera Cartier que olvidó en el afán por salir corriendo rumbo San Vicente del Caguán.

La cara de Ingrid estuvo frente al ayuntamiento de París durante meses

La cara de Ingrid estuvo frente al ayuntamiento de París durante meses

El pasado en la mente de Juan Carlos Lecompte fue tomando el sabor de la ingratitud.  Le pesaban sus  2.312 días de la espera de un retorno que resultó amargo; la cruzada por la liberación con un  dummy acuestas; las 25 mil fotos de sus hijos Melanie y Lorenzo que lanzó a la selva; el rostro tatuado de su rostro en el brazo; su disponibilidad a canjearse por ella; los días de cárcel que pagó por arrojarle boñiga a unos congresistas; las cartas, los comunicados de prensa, las peticiones, los esfuerzos por mantener vigente su imagen, los reclamos presidenciales. La misiva de Ingrid a pedirle el divorcio dos semanas después de haber muerto su padre se convirtió en la gota final de su amargura. Fue entonces cuando decidió actuar.

Aceptaba el divorcio pero no gratuitamente. Con la sociedad conyugal vigente valorizó los bienes adquiridos en el matrimonio pero fue más lejos. Su pretensión incluía la mitad del apartamento de Paris avaluado en $700 mil euros, una casa campestre y dos lotes en Idaho cuyo costo asciende a los 300 mil dólares y las regalías por los dos libros Rabia en el corazón y No hay silencio que no termine (el testimonio de sus seis años de secuestro que fue traducido a diez idiomas) calculadas en $18 mil millones.  Su abogado Helí Abel Torrado recomendó interponer una demanda penal ante la fiscalía para forzar el reconocimiento de estos derechos.

La nueva vida apacible de Ingrid Betancur en Oxford entregada a la filosofía y a los estudios de teología en un esfuerzo por cicatrizar la ignominia del secuestro y la selva no iban a ser interrumpida por un litigio legal. Nombró como apoderado suyo al abogad Gabriel Devis para no evitar lidiar con Colombia  y se desentendió del proceso hasta que finalmente la decisión de la Fiscalía de desestimar la demanda penal de su exmarido le permitió cerrar el capítulo de Lecompte y borrarlo para siempre de su vida.

Publicado originalmente: 13 de septiembre de 2015

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