Con una simple nota interpretativa del Capítulo X sobre inversión acaba de concretar Gustavo Petro la flamante propuesta hecha en campaña prometiendo revisar o renegociar el TLC con Estados Unidos. Fue el final de un proceso lleno de ambigüedades, pues a cada afirmación de Petro sobre renegociación, seguía una enmienda del ministro de Comercio o de algún otro funcionario aclarando que no habría renegociación sino revisión y garantizando que no se modificaría el texto del tratado. Pues bien, a lo máximo a lo que se llegó fue a una nota interpretativa de un capítulo.
Quedaron en veremos las quejas de Gustavo Petro sobre los obstáculos impuestos por el TLC a la producción de maíz, las querellas de algunos funcionarios sobre las normas de origen que impedían usar insumos de terceros países para fomentar la producción de textiles con valor agregado, o sobre las restricciones para exportar el atún pescado en aguas colombianas, o sobre las barreras sanitarias a las exportaciones colombianas y un largo etcétera.
La balanza comercial colombiana con Estados Unidos es sistemática y ampliamente deficitaria, sin que Petro haya adoptado políticas diferentes a las de los anteriores gobiernos, limitándose a promover las exportaciones menores o a diversificar la oferta exportable, sin resultados significativos.
Desde que se lanzó la llamada apertura económica, todos los gobiernos, incluyendo el actual, han hablado de mejorar la competitividad del aparato productivo, pero en forma invariable han agravado el proceso de desindustrialización. Los éxitos ocasionales que ha obtenido el país en algunas exportaciones agrarias obedecen más a las variaciones en el mercado mundial, no controlado por Colombia, que a las políticas oficiales.
Petro se esforzó en mantener una relación amigable con Estados Unidos en cabeza de Biden e incluso llegó a afirmar que junto con él lideraría en América la lucha por la democracia y contra el cambio climático. Ya desde 2021 había celebrado la elección de Biden, resaltando sus coincidencias programáticas. Los discursos grandilocuentes en escenarios internacionales contrastaron con la cruda realidad, porque Petro ha seguido cuidadosamente las políticas dictadas por el Fondo Monetario Internacional y ha reforzado la alianza militar con el Pentágono, visible en las numerosas visitas de la jefe del Comando Sur, los ejercicios navales conjuntos, el mantenimiento de bases y la proyección de dos nuevas, en la isla-ciencia de Gorgona y en Leticia.
Ante la realidad de una dependencia estructural frente a las políticas de Washington, que ha debilitado aún más el aparato productivo, el recurso de Petro ha sido distraer, cambiar de tema, culpar a las energías fósiles de todos los males de Colombia y la humanidad y declararse como el portador de un mensaje mesiánico de salvación para el planeta, cosa en la que nadie le ha seguido la cuerda.
Marchitar la producción y exportación de carbón y petróleo no fortalecerá el ahorro nacional ni servirá al crecimiento y diversificación del aparato productivo, pero sí privará al fisco de recursos, indispensables incluso para la transición energética.
El resultado de la gestión hasta el momento es una crisis fiscal, con déficit en la balanza comercial e incapacidad de concretar los planes sociales que prometió. Ya sea por falta de recursos o por incompetencia, disminuyeron los subsidios, se incumplieron los programas de apoyo a los consumidores de energía, especialmente en la Costa Atlántica, hubo un bajón sensible en la construcción de vivienda social y no se dieron avances significativos en la agenda contra la desigualdad.
La cacareada reindustrialización quedó en letra muerta, como lo muestran los pésimos guarismos en el comportamiento de la industria y la construcción.
Con la llegada de Donald Trump, la situación va a empeorar, pues el arrogante y prepotente nuevo inquilino de la Casa Blanca entró pisando duro, cambiando el lenguaje y los métodos. Las presiones que antes se hacían en forma diplomática serán reemplazadas por órdenes bruscas y chantajes abiertos. Las exigencias de Washington no se van a limitar a mantener la estructura desigual en la relación entre los dos países, sino que intentarán imponerle al gobierno colombiano un papel más activo en la solidaridad con las políticas del imperio del Norte y a acompañar su agenda so pena de ser sancionado, como lo acaba de demostrar el episodio de los aviones con migrantes, que finalmente Petro aceptó sin condiciones.
Ya Petro había aceptado la política migratoria de Biden obligándose a retener a los migrantes que atravesaban el territorio nacional a cambio de algunas ayudas económicas y a recibir a miles de colombianos deportados. Ahora será más de lo mismo, pero de rodillas.
Para apretar la tuerca, Trump blandirá como arma los aranceles y toda clase de sanciones económicas
Con Trump, seguramente se va a repetir la humillante situación en el caso de los cultivos de uso ilícito, el manejo de la paz, las relaciones con Venezuela, las inversiones chinas y demás temas que el nuevo mandatario considere asuntos de seguridad nacional para Estados Unidos. Para apretar la tuerca, Trump blandirá como arma los aranceles y toda clase de sanciones económicas.
Petro tiene una agenda redistributiva, aunque sin recursos y de cambio climático, pero carece de un proyecto de nación, de soberanía, de fortalecimiento del mercado interno y de creación de riqueza.
En política exterior exhibe con pomposa oratoria una agenda ideológica, haciendo un apostolado de sus muy particulares creencias, a las que nadie presta atención y en medio de ambigüedades, dentro de las cuales la única constante es el intento infructuoso de obtener brillo propio.
No extraña que el replanteamiento prometido sobre los TLC haya terminado siendo un engaño absoluto. Si ni siquiera lo intentó seriamente con su aliado Joe Biden, ahora sí menos con el matón que ha comenzado a gobernar en Estados Unidos.
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