La espada que fue testigo de las causas revolucionarias del M-19

La espada que fue testigo de las causas revolucionarias del M-19

Ya circula 'Soy la espada y soy la herida', de Josean Ramos. La espada es el eje de una trama de conflictos políticos donde el M-19 es protagonista

Por: Hermes Tovar Pinzón
octubre 28, 2022
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La espada que fue testigo de las causas revolucionarias del M-19

Circula la edición colombiana de Soy la Espada y Soy la herida del puertorriqueño Josean Ramos (Editorial Controversia, Bogotá, octubre, 2022). Este libro sobre las actividades políticas del M-19 en Colombia entre 1974 y 1991, parece más un ensayo que una novela.

Su autor hace de la espada de Bolívar el eje de una  trama de conflictos políticos vividos en Colombia, en los años  en que se inicia un nuevo ciclo de Violencia entre traficantes de drogas ilícitas, paramilitares, guerrilleros, fuerzas militares en defensa del Estado Colombiano, servicios secretos de los Estados Unidos y de otros países demócratas como Gran Bretaña e Israel.

El autor convierte la espada de Bolívar en espíritu que ilumina y vigila las causas revolucionarias del libertador, frustradas en el siglo XIX después de la batalla de Ayacucho, en 1824. Pero esa presencia mística, entusiasta y casi religiosa que se desprende de la lectura del libro nos remite a pensar que el espíritu bolivariano que oculta la espada, fue para el M-19 algo similar a lo que es el espíritu Santo para los cristianos.

Pero en el siglo XX, la sombra simbólica de las batallas por la libertad que comandó Bolívar, estaba en la espada dispuesta a guiar la pasión revolucionaria de uno de los tantos movimientos ideológicos que han azotado y azotan de fanatismos, los campos y aldeas de Colombia.

Es válido reconocer que el M-19 representaba una nueva forma de actuar y un descanso para la sociedad que durante más de 20 años soportaba la intolerancia y la violencia política que el Estado había desatado en los años de 1950 y a la cual respondían en el campo las guerrillas y sus organizaciones campesinas luego de los procesos de paz implementados por el Frente Nacional.

La estrategia de lucha del M-19 como movimiento urbano entusiasmó a diversos sectores intelectuales a formar parte de la conspiración. Las guerrillas urbanas de Argentina, Uruguay y Brasil habían servido de espejo al M-19.

Pero si se observa la tasa de delitos de 1946 al 2021, el ciclo que se abre en 1964 muestra el crecimiento de un nuevo periodo de incertidumbres que llegará hasta 1984, cuando la guerra deja de ser estimulada por ideologías para convertirse en una absurda guerra de odios y pasiones que marcaran un desgarramiento de Colombia en un despiadado infierno de sangre, de mentiras, de riquezas y de sicarios.

Este ciclo de 1984 al 2004 es tal vez el más trágicos de todo el siglo XX en Colombia. En este nuevo ciclo de confrontaciones, los conservadores han dejado de matar liberales, los liberales ya no persiguen a los conservadores y los militares ahora ejecutan campesinos en nombre del anticomunismo y la seguridad nacional.

Durante este tercer ciclo de violencia se consolidan los profetas de la paz y del fin de la violencia. Acaballados entre el segundo y tercer ciclo, surge el M-19 que durante 17 años (1972-1989) comparte con otras ideologías mal asimiladas por confusos guerreros de la justicia y el fin del hambre y del Imperio, como el maoísmo, el marxismo leninismo, el castrismo, el nacionalismo propio de la burocracia estatal y  cristianismo revolucionario. Hasta el bueno de Dios bajó por Cielo Roto para contribuir en la lucha de estos absurdos y perdidos combatientes.

Todos estos apóstoles de la justicia social, están dispuestos a imponer lo suyo o a morir por causas que van manchando nuevamente los ríos y los campos de sangre. A ellos se unen los salvadores de la patria, los que quieren restaurar el país con más marihuana y más cocaína. A su vez, el Estado dispone de ejércitos y de cuerpos armados que matan y matarán en nombre de la democracia.

Y el autoritarismo de la derecha se convierte por efecto demostración en autoritarismo para la izquierda. Tal es el escenario intransigente y fanatizado en el cual cabalgó el M-19 y sus desventuras que terminarían con una paz ingenua, aliándose con los mismos que combatía y con todo el que ofreciera un cargo burocrático.

Conocedores de que la derecha Colombiana sabe liquidar a sus contendores una vez firman la paz, pensaron que ellos serían la excepción. Ni los generales liberales Durán ni Uribe Uribe, combatientes durante la guerra de los mil días, ni Guadalupe Salcedo el líder liberal de las guerrillas del Llano  ni menos Alberto Cendales  sirvieron de lección acerca de la capacidad vengativa de fuerzas extrañas que siempre reaparecen para defender el Estado. Por ello, la muerte de Carlos Pizarro Leongómez, selló la paz del M-19 con sus detractores.

Es indudable entonces que Soy la Espada y Soy la herida de Josean Ramos no es una historia que contextualice lo que representó y no representó el M-19. Lo que uno encuentra es una historia de entusiasmos matizados por ejercicios de guerras e inútiles sacrificios humanos. El libro es producto de una investigación de prensa, de historia oral y de lectura de una bibliografía básica y diversa.

Tiene la ventaja de ofrecer alguna información íntima que le permite al lector que vivió tales acontecimientos, ampliar el conocimiento de aquello que los limitados informes de los medios de comunicación difundían en la época. Hay capítulos tensos, otros dolorosos como el de la madre de Bateman armando de un costalado de huesos la imagen de su hijo, la infortunada muerte de Feliza Bursztyn en Paris, los asesinatos uno a uno de sus comandantes. Por supuesto que en una guerra popular los combatientes, los de abajo no tienen rostro y sus madres y familias no tienen lágrimas.

Si el autor precisa mejor ciertos acontecimientos ofreciendo una cartografía exacta de los hechos, saber ubicarlos temporalmente y dar los nombres puntuales de instituciones y de actores políticos e informales, el libro pasaría a ser una buena imagen de dos décadas trágicas de la vida de Colombia.

Los jóvenes y niños, es decir las nuevas generaciones podrían tener una buena introducción a la intolerancia, la traición y los odios convertidos en instintos criminales. También les permitiría discernir acerca de la ingenuidad de una juventud honesta que confió en personajes ambiguos, en quienes no podían confiar por ser sujetos de poca consideración para sus ideales. Nunca entendieron que el poder y los poderosos eran peligrosos.

Personajes como el general Noriega de Panamá constituyen un ejemplo del llamado estadista latinoamericano que se enriquece con las causas nobles al vender los sueños de muchos combatientes que en estos años luchaban no solo en Colombia sino en Centroamérica.

Pero también aprender de las visitas de senadores norteamericanos, del jefe del departamento de Estado, de las conversaciones con el presidente norteamericano y de las simpáticas visitas del Director de la CIA. El expediente que legitima sus intervenciones en patrias ajenas, siempre está abierto para aquellos que no cumplen sus órdenes.

El libro entonces podría ser una buena lección acerca de la necesidad de no improvisar sino de educar y formar cuadros capaces de realizar avanzadas investigaciones sobre las cuales discernir proyectos y prácticas políticas, fundadas sobre modelos económicos y no sobre el capricho voluntarioso de un cambio que los lleve a pactar con los mismos enemigos de sus ideales de modernización, desarrollo y cambio de la nación.

De nada servirán los tiros y los ruidos, la retórica y la demagogia si la educación y la ciencia son sustituidas por promesas que predican líderes y profetas de bolsillo.

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