La desidia del estado nos condena al rebusque

La desidia del estado nos condena al rebusque

Barrer la calle, vender golosinas en los buses, cuidar carros, oficios que hace la gente para no morirse de hambre

Por: César Ospino Pretelt
enero 29, 2017
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La desidia del estado nos condena al rebusque

Como alguien cualquiera, estoy en el parque contiguo de la iglesia de un barrio cualquiera del norte de Barranquilla, y desde ahí los observo, a él y a ellos; a él, en lo que siempre ha sido, un duro del rebusque de la calle, que sin afanes los espera, como siempre los ha esperado a ellos, como la iglesia a sus feligreses. “Cuidar y lavar carros” es su oficio, “empleo informal” para el diccionario del estado.

La parroquia luce lista, desde adentro brotan voces bajas como las de un convento, voces que rompen el silencio y la soledad de las seis de la mañana. Como fantasmas, por todas las esquinas aparecen ellos, los clientes de él y de la iglesia; en poco tiempo, como un concierto brotaran canticos y voces muy altas, que trascenderán hasta más allá del parque.

Como entender que las estadísticas digan que casi la mitad de la población ocupada de cada ciudad, desempeñe actividades de rebusque definidas como informales. Como entender que millones de personas como él, que viven del rebusque, sean principalmente trabajadores con bajo o ningún nivel educativo. El desempleo como indicador macroeconómico del país, es la principal causa de ésta situación.

Como entender las paradojas entre lo formal y lo informal: que él, en lugar de portar un carnet laboral de empleado formal, un trapo rojo y desteñido es su carnet de rebusque informal; en lugar de un uniforme de empleado formal diseñado por Arturo calle, una vieja bermuda un par de tallas mayor que la de él y una camiseta blanca regalada, con propaganda política en el pecho, es su uniforme de rebusque informal.

Como entender su falso aspecto saludable: delgado, longevo; cuando habla, sonríe exhibiendo una mirada amable como la de un empleado formal, pero que no corresponde con su actual situación, sino más bien, con la mirada de los niños wayuu de la guajira. Su rostro, como un busto de prócer desconocido, se ve pálido y marchito por los años de sacrificios. Como lo he frecuentado durante varios domingos, estoy familiarizado con él, pero si antes, me lo hubiera topado en cualquier otro lugar, lo confundiría con un mendigo en lugar de un empleado informal.

Como no entender las habilidades adquiridas que la vida le ha enseñado: experto acomodador de autos, no de empleado formal de un parking car de estrato veinte, sino en aceras y bordillos en los alrededores de la iglesia. Como entender sin rabiar, la infamia de algunos de ellos que, como los señores del senado, le hacen conejo y se marchan sin pagar.

Como entender de éste humilde hijo de dios su inconsistente relación con el clero: muy buena con el viejo cura trasladado recientemente; aceptable con el nuevo y moderno cura que llegó a incomodarlo: “que use zapatos en lugar de chancletas, que se ponga medias, que se afeite, etc.”, o sea, que se vista como empleado formal. Como entender que éste nuevo cura, parezca más un alto ejecutivo formal de compañía multinacional, que un humilde servidor de dios: camioneta automática cuatro puertas, mirada fría, andar engreído, aspecto sedentario, cachetes colorados, papada grande, calvo por el estrés; sotana larga de fina tela que deja ver apenas un par de gambinelis café de última moda.

Como no entender de él, su trato frentero, sus apuntes directos y mordaces, sus sanos modales, no los del manual de Carreño, sino los del manual de la vida. Como cuando me comenta con desparpajo, masticando un pedazo de pan,  “que del Junior no hay nada nuevo, que Fuad Char  dijo que iba a traer cinco figuritas de refuerzo para éste año, y que nada, que puro paquete es lo que ese man ha contratado”.

Como no entender que él también tiene sus pasiones humanas: ama a “Junior”, es un acérrimo hincha a morir. Tiene por sagrada costumbre, emborracharse cada vez que su equipo juega, gane o pierda, siempre se emborracha bien borracho, porque es su única necesidad de escape; es su único momento de pasión  y dicha desbordada que le cambia la vida por un instante, y lo intenta prolongar y se aferra a él con fuertes grilletes hasta perder la conciencia vencido de la pea. Como no entender por qué al día siguiente no viene a trabajar, a cuidar y lavar los carros de ellos.

Como entender qué él, es un campeón de la vida dura y precaria; desde su niñez fue atropellado por el tren de la miseria humana y el estado no lo recogió, y creció olvidado como crecen hoy olvidados los mismos niños wayuu de la guajira.

Como entender sus carcajadas, sus comentarios burlescos de la vida, como cuando me dice que en los días de rebusque malos, su mujer hace magia en la cocina, y que lo que más le gusta de la magia gastronómica es el “arroz al puente”, - arroz, huevo y guineo maduro-.

Como entender que en su casa del barrio Lipaya no haya un techo con cielo raso, ni paredes  repelladas, ni pisos de baldosas. Como entender que el balance alimenticio diario de su familia, no dependa de una política social del estado, sino de ellos, si deciden o no lavar sus carros hoy o mañana o nunca.

Como entender que en Colombia haya muchos barrios Lipaya como el de él, donde se impone la ley de los duros, donde la droga es pan de a diario en el sector, donde abundan los robos y atracos, donde mandan las bandas de pandilleros, donde el estado brilla por su ausencia e inoperancia

Como cuesta y duele entender  que la vida sea una obra de teatro repetida, donde lo anormal se repite tanto que termina viéndose normal. Porque es normal verlos salir a ellos de la parroquia con todo tipo de caras: de alegría, de tristeza, de angustia, de esperanza. No obstante, no es normal seguirlo viendo a él ahí, con el mismo semblante, sobreviviendo del rebusque como millones de su estirpe, hasta cuando inclusive, se canse su propia alma y se marche de su cuerpo inmundo.

*consultor empresarial, analista social, educador.

@caospinop.

 

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