La desidia de la izquierda colombiana frente a los abusos en Venezuela
Opinión

La desidia de la izquierda colombiana frente a los abusos en Venezuela

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marzo 06, 2014
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—¿Qué cosas lo aburren? —le preguntaron a Roberto Bolaño, en una de las pocas entrevistas largas que concedió antes de su muerte.

—Me aburre el discurso vacío de la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado —contestó.

No sé si Bolaño visitó algún día Colombia. De hecho, el día que recibió el premio Rómulo Gallegos de literatura confesó que a veces confundía a la capital de Colombia con la capital de Venezuela. Bolaño adjudicó el error a un problema de dislexia o a un tema de obviedad verbal, pues lo lógico para él era que la capital de Venezuela fuera Bogotá y la capital de Colombia, Caracas; porque la uve de Venezuela era familiar a la b de Bogotá y porque la ce de Colombia era prima hermana de la ce de Caracas.

Como fuere, no se equivocó. Qué pensaría Bolaño, un poeta fino y maldito, si pudiese ver a la caótica Bogotá de Petro, queriéndose parecer a la fallida Venezuela de Maduro; dos modelos de gobierno que han resultado trágicamente familiares.

Así como le ocurría a Bolaño, a mí también me aburre el discurso vacío de la izquierda colombiana. En cambio, el discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado. Me aburre, por ejemplo, leer el comunicado del Polo rechazando un supuesto intento golpista en Venezuela, pero al mismo tiempo guardando silencio frente al abuso de las fuerzas del Estado en contra de los civiles que salen a las calles a protestar. Para el Polo, vale más un muerto revolucionario, que un muerto reaccionario.

En cambio, que el expresidente Álvaro Uribe saliera a pescar en río revuelto, dándoselas hipócritamente de redentor, cuando en su gobierno el DAS estuvo al servicio de los paramilitares, eso ya lo daba por sentado.

Me aburre haber visto a William Ospina sentado en una de las gradas del Palacio de Miraflores, aplaudiendo a Maduro cuando se proclamó presidente. Aquel día, mientras cubría las elecciones en Caracas, me preguntaba por qué ese escritor imprescindible y lúcido que es Ospina, se hacía el loco convenientemente frente a la ausencia de división de poderes en Venezuela, las mismas de las que hablaba Montesquieu. Que el chavismo controle a su antojo y a su beneficio al Consejo Nacional Electoral, a los órganos ejecutivo, legislativo y judicial se traduce en una dictadura. Pero a Ospina no le importa.

Me aburrieron las blandengues palabras de la valiente Aída Avella hacia el ELN, cuando supo que eran ellas las autoras del atentado en su contra. Vinieran de donde vinieran, las balas que impactaron al vehículo de la candidata debieron ser repudiadas con la misma contundencia, pues se trataba de una afrentaa la democracia, lo que significabaen últimas un atentado contra la sociedad entera.

En cambio, que una comparsa de adoradores del expresidente Uribe salieran a decir sin pruebas y de manera mendaz, que lo de Abella era un autoatentado, ya lo daba por sentado.

Me aburre y al mismo tiempo me entristece ver a Hollman Morris —un periodista valeroso que alzó durante tantos años la bandera de la independencia— convertido en el monigote de un alcalde que, con dineros públicos, utiliza un canal para su propio beneficio.

En cambio, que Darío Arizmendi, en un acto vergonzoso, irresponsable y vengativo, dijera ante un micrófono que las amenazas hacia Morris eran autoamenzas, ya lo daba por sentado.

Me aburre que la izquierda no tenga nada mejor que mostrar en las elecciones presidenciales que a Clara López, la exsecretaria de Gobierno de Samuel Moreno, el hombre que hundió a Bogotá en la más aberrante de las pesadillas.

En cambio, ya daba por sentado que los uribistas, en época de campaña, tuvieran la cara dura de hacer denuncias de corrupción en contra del gobierno de Juan Manuel Santos, sabiéndose ellos mismos untados hasta el cogote.

Y sobre todo, que lo hicieran a través de un personaje como Ernesto Macías Tovar, candidato al senado por el Uribe Centro Democrático, el mismo que ha sido socio a través de interpuesta persona de Alessandro Corridori, el capo de Interbolsa; el mismo que se benefició de un millonario contrato embadurnado de mermelada —pero de la uribista— por más de 100 millones de pesos para asesorar a la RCTV.

No me aburre, en cambio,volver siempre a los libros de Bolaño. Un escritor sin tiempo. Un visionario, sin haberlo querido ser.

@GuarnizoPrensa

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