La constante autodestrucción
Opinión

La constante autodestrucción

Desatamos como respuestas digitales ante la gravedad de la depredación que propiciamos con los incendios, la expansión de la frontera agrícola y las amenazas a la Amazonia que nos oxigena

Por:
agosto 24, 2019
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Los terrícolas tienen una larga tradición de depredadores innatos por donde quiera que pasan. Bueno, se dice terrícolas por el planeta que habitan, el cual deberían ser más bien “acuícolas” por las proporciones en las que está el agua en la tierra.

En la actualidad por lo instantánea y mortífera que resulta la información y la conectividad digital, nos enteramos en nano segundos de lo que pasa en la seca y la Meca, en la China y la Conchinchina y en lo de acá y lo de acullá.

Hace siglos y otros pocos de años, las noticias viajaban durante horas, días, semanas o meses, hasta que nos enterábamos de los hechos por los medios rudimentarios que lograban registrar el hecho y regar la noticia a los interesados.

Por esos tiempos entonces, la autodestrucción que el hombre propinaba a su hábitat era dimensionada sin tantos alaridos y tanta conciencia global porque no era un término imaginable.

Por ejemplo, los grandes Imperios de la humanidad debían arrasar con todo lo que se les opusiera (incluida la naturaleza) para perpetuar su poder y ejercer el dominio sobre la geografía del planeta. Las grandes conquistas de territorios eran a costa de poblaciones enteras, sociedades organizadas y ecosistemas completos.

Las guerras mundiales recientes generaron efectos devastadores sobre media humanidad, sus ciudades y territorios, con huellas hasta imborrables como las de las bombas atómicas en el Japón.

Los conflictos de baja intensidad en algunas regiones del planeta (Corea, Vietnam, Afganistán, África, Centro y Sur américa) impactaron tanto en vidas humanas como en ecosistemas que resistieron la devastación del napalm y de minas quiebra patas.

Las invasiones en el Oriente Medio por parte de las potencias mundiales para defender las reservas petroleras terminaron inundando de hidrocarburos las escasas fuentes de aguas y los desiertos predominantes.

 

Hay un negocio de por medio y por ello,
el afán económico de unos pocos poderosos se impone
por encima de los intereses globales y planetarios

 

Ahora nos asombramos y desatamos como respuestas digitales (inocuas la mayoría) ante la gravedad de los recientes fenómenos de depredación que propiciamos con los incendios, la expansión de la frontera agrícola y las amenazas a la biomasa que nos oxigena (la Amazonía, por ejemplo).

Simple. Hay un negocio de por medio y por ello, el afán económico -de unos pocos poderosos- se impone por encima de los intereses globales y planetarios. Por supuesto con la complicidad de gobiernos de talante conservador (vaya que contradicción) que apadrinan la depredación sin piedad.

Coda: El País de España en su edición digital del 23/08/2019 advierte que “La selva amazónica alberga el 10 % de todas las especies conocidas de animales y plantas y almacena 100.000 millones de toneladas de carbono, una cantidad 10 veces superior a la emitida cada año por el uso de combustibles fósiles, según los cálculos de la Universidad del Estado de Oregón (EE. UU.).” El humano depredador sabe que se acorta el tiempo que el hacha tiene sobre su propio árbol que lo sostiene

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