La colombiana que lleva 9 años esclavizada sexualmente en Irán

La colombiana que lleva 9 años esclavizada sexualmente en Irán

Andrea Rivas* fue engañada por una amiga que le proponía el viaje a Asia para mejorar su vida. Su madre y sus hijos no la han vuelto a ver

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febrero 17, 2017
La colombiana que lleva 9 años esclavizada sexualmente en Irán

Una vez Andrea Rivas* pisó Japón, debía 140 millones de pesos. Era el 2008. Ella, que no conocía a nadie en la isla, ni una sola palabra del idioma y apenas chapuceaba inglés, había cruzado el mundo para salir del infierno que vivía en un barrio de Manizales. Una vecina la convenció de viajar como trabajadora sexual a Japón porque iba a ganar plata fácil, y esa era la mejor manera de poder darle educación a sus dos hijos, un niño de 8 y una niña de 3.

No sabía que su infierno apenas comenzaba. Japón tiene un largo historial de aberraciones sexuales, las cuales tuvo que cumplir esta colombiana. Trabajó varios meses intentando pagar su libertad, pero no aguantó más y decidió huir. Andrea logró llegar hasta Beijing y allí comenzó a buscar cómo viajar a Colombia. Pero sin papeles, sin dinero y sin poderse comunicar, tuvo que trabajar lavando platos, limpiando casas y volviendo a ofrecerse sexualmente en la calle. Así la vida la llevó a Tailandia, capital mundial del turismo sexual.

Hubo un breve momento que confundió con la esperanza: conoció al señor Ahmadzadeh, un iraní que escuchó su historia y ofreció ayudarla. "Pero primero debes pasar por Irán." En ese momento todo era mejor que lo que había vivido y aprovechó lo que parecía una gran oportunidad. Pero nuevamente no fue sino pisar su nuevo hogar para que su suerte se tornara aún más negra. Saber ahora era un tipo brusco, violento y abusivo: la encerró en la casa, le prohibió contactarse con el mundo y la puso a trabajar como empleada doméstica. Todos los días abusaba de ella, y con frecuencia traía a sus amigos y la ponía en la cama para que en grupo dispusieran de ella.

Mientras tanto la familia de Andrea llevaba meses sin saber de ella. Hasta que Ahmadzadeh los contactó. En una llamada telefónica, usando a Andrea como traductora, les dijo que la única manera de poder mandar a Sara devuelta era casándose con ella. Cuestiones legales, argumentó. Ella no tenía nada que perder, su condición no podía ser más baja, y le pidió a su familia que enviara los papeles. Un tío de Andrea reunió la plata y viajó hasta Bogotá, se acercó a la embajada de Irán y despachó los papeles. "Cómo iba a saber mi hija, que hizo solo hasta 5to de primaria, lo que es casarse en una cultura tan distinta, en un país que nosotros ni podemos ubicar en el mapa, si ella ni siquiera entendía la cultura de acá."

En Irán poco cambiaba. Las veces que Ahmadzadeh dejaba el celular descuidado, Andrea se comunicaba con su mamá o su prima, en Colombia, y les enviaba fotos de cómo había quedado tras las golpizas del que sería su esposo, pero esto solo lo enfurecía más y le significaba aún más maltrato físico. Le rompió la clavícula, un dedo y empezó a amenazarla con cuchillos. Hasta ese momento su única aliada había sido la mamá de Ahmadzadeh, que en la cocina le dijo que se fuera del país, como fuera, porque su "hijo es un asco". Pero antes llegaron los papeles y la esclavitud de Andrea fue legal. Luego su suegra murió.

Doña Gloria*, la mamá de Andrea, hizo el viacrucis por todas las organizaciones estatales en Manizales. A mediados del 2016, después de batallar 8 años, sus sobrinos, viendo el desespero, viajaron a Bogotá y radicaron la denuncia ante la Fiscalía Nacional. Por lo menos acá se la recibieron, pero desde eso no han sido contactados para nada. La respuesta de todos fue que olvidara el tema, pues por las leyes iraníes una mujer no puede salir del país sin el permiso de un familiar o tutor masculino.

Dos años después de casarse no habían podido tener hijos, y Ahmadzadeh se lo recordaba a golpes. En el 2013 quedó embarazada, y ahí se esfumaron sus posibilidades de escapar. En Irán Andrea encontró una red de mujeres venezolanas que le ofrecieron sacarla clandestinamente del país, "pero a la niña no la llevamos". ¿Qué haría uno si tiene que escoger entre la libertad y su niña? ¿Entre la esclavitud sexual y la carne de su carne? En medio del sufrimiento diario, su hija se había convertido en una esperanza que ella no estaba dispuesta a dejar atrás.

Doña Gloria sigue a cargo de sus nietos, y cada día ve más difícil tener a su hija en casa, pues ya las vías legales se le agotaron. Ahora la esperanza la tiene puesta en organizaciones sociales que puedan sacar clandestinamente a Andrea, pero ni siquiera tiene cómo viajar a Bogotá para las reuniones, mucho menos para pagar a los traficantes que en este caso podrían salvar a su hija.

*Seudónimo de la persona

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