La ballena azul y la venta del sofá
Opinión

La ballena azul y la venta del sofá

La clave para enfrentar los amenazantes juegos virtuales no está en las inútiles prohibiciones, y en especial a los más vulnerables: los niños sin afecto

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mayo 01, 2017
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El cuento es de terror. Que adolescentes y jóvenes adultos se inscriban en el juego virtual de la ballena azul, se les asigne un tutor en el que consignan su confianza, sigan unas instrucciones con niveles crecientes de autodestrucción que, finalmente, a los 50 días, culminan en la propia muerte, tiene en pánico a los padres de familia.

El nivel de amenaza es diferenciado. Están en alto riesgo aquellos niños y jóvenes de ingreso medio y alto, cuyos padres les atiborran de tecnología para deshacerse de ellos; en el otro extremo, peligran los más pobres, como los hijos de mujeres humildes cabeza de hogar, sin el tiempo y los medios para acompañar a sus hijos en el mundo de internet.

No se conoce el impacto real que ha tenido el juego trágico. En Rusia, se dice, ha causado la muerte de más de cien jóvenes y que en otras partes ya hay víctimas, incluyendo Colombia.

No solo es la ballena azul, historia que, en sí misma, se ha vuelto viral, una obsesión que mañana será sustituida por otra. Están las redes que promueven bulimia,  pornografía infantil, prostitución y trata de personas, el sexting, entre muchas amenazas. Sitios web,  aplicaciones como skype o messenger, redes sociales como facebook pueden servir de plataforma a juegos y ofertas que encierran peligros.

La primera reacción es la de la venta del sofá, es decir, la del control por prohibición. Si el juego fatal está en internet, dicen algunos, hay que controlar el acceso que tienen los adolescentes a la red, prohibiendo los teléfonos inteligentes o restringiendo el uso de internet.

Las prohibiciones son inútiles. Siempre habrá un hueco por donde meterse a la red. El portátil o el móvil de un amigo, un café internet, el PC en la casa de los tíos, estarán siempre al alcance. En fín, la ubicuidad que la tecnología permite, la de comunicarse cuándo, dónde y como se quiera, no se coarta con tales impedimentos.

 

Siempre habrá un hueco por donde meterse a la red.
El portátil o el móvil de un amigo, un café internet,
el PC en la casa de los tíos, estarán siempre al alcance...

 

La clave está en el uso responsable de internet y las herramientas digitales. La confianza entre padres (o de quienes hagan su papel) y los hijos es un elemento determinante. Acompañamiento, protección y, de ser posible, orientación en el uso de la tecnología, son prioritarios. Se requiere un complemento clave: el de las instituciones educativas y de otras agencias públicas.

El internet, de manera ampliada, corresponde a lo que antes en las familias se denominaba “la calle”. “No salga a la calle”, “cuidado con la calle”, “las malas compañías están en la calle”, “callejero”… Con la diferencia de que internet es la calle del mundo, accesible desde cualquier lado. En la calle, la real y la virtual, hay de todo.  Allí se interactúa con otros, con quienes se establecen distintos niveles de confianza. El cuento, entonces, depende de lo que niños y jóvenes salen a buscar, y con quién, en la calle virtual: ¿Aprender? ¿Hacer tareas? ¿Jugar? ¿Trabajar? ¿Compartir experiencias personales, emociones? ¿Opinar? ¿Escuchar y hacer música? ¿Simple chismorreo y diversión?  ¿Jugar a la ballena azul? ¿Embarcarse en una aventura trágica bulímica?

Las tecnologías disruptivas, desde la atómica hasta la que estamos viviendo en las comunicaciones,  sirven para todo. De nosotros depende su uso; son simples (y poderosas) herramientas.

En casa debe haber acuerdo alrededor de las reglas de acceso a internet, incluyendo los horarios límites de uso y la veda en los tiempos compartidos de familia. Acompañar y orientar en el uso de internet, sin embargo, es difícil sin que los padres están mejor informados acerca del nuevo mundo que abren las tecnologías digitales a sus hijos: deberían conocer el abc mínimo digital que les permita ser, en algún grado, interlocutores de sus hijos.

Al estado le gusta pensar policivamente en casos como las de la ballena azul. Será más efectivo si, por una parte, gestiona riesgos mediante información suministrada por niños, jóvenes y docentes en plataformas que puede compartir con colegios y asociaciones de padres de familia acerca de los lugares virtuales que encierran peligro y apostarle a que las alarmas también sean virales. Por otra, campañas masivas de alfabetización digital para padres de familia; nada más liberador para una madre cabeza de hogar empoderada que aprenda a navegar e interactuar en internet; será una buena interlocutora de sus hijos.

 

Afecto, afecto y más afecto, es la clave

 

Afecto, afecto y más afecto, es la clave. Coincidencia: los más de cien suicidios en Rusia atribuidos a la ballena azul ocurren en un país con una de las más altas tasas de suicidios, motivados muchos por cuadros de ansiedad y depresión. Según la OMS (2015), por cada 100 000 habitantes, 17,9 se quitan la vida en Rusia. En Corea del Sur, tan conocido por ser una sociedad del conocimiento, la tasa es de 24 en cien mil, idéntica a la de homicidios en Colombia. La presión brutal, la competencia implacable son algunas de las causas de suicidios de jóvenes en países de ingresos medios y altos.

Raro: en medio de la violencia, Colombia tiene una de las tasas más bajas de suicidios en el mundo (6 por cada cien mil habitantes), menos de la mitad de la argentina, la uruguaya y la de los Estados Unidos. Quizás, entonces, el uso responsable de las tecnologías digitales puede contribuir a fortalecer a nuestros jovenes que, por lo visto, viven menos deprimidos que sus congéneres rusos. Hay que acompañarlos con afecto.

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