La ayuda humanitaria, un sofisma de distracción

La ayuda humanitaria, un sofisma de distracción

Esa es la astuta y perversa estrategia de siempre, una que le permite a los gobiernos mantener a los pobres agradecidos

Por: Ramiro Guzmán Arteaga (*)
marzo 18, 2019
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La ayuda humanitaria, un sofisma de distracción
Foto: Twitter @jguaido

La ayuda humanitaria no solo debería ser para momentos de dificultad provocados por conflictos sociales, como es el caso de Venezuela, o desastres naturales como es el caso de los municipios del sur del Chocó, sino un compromiso permanente de los gobiernos para con quienes viven en permanente estado de pobreza y de extrema pobreza [léase miseria].

Y esa ayuda debería entenderse, no como una forma de dar y recibir en momentos crisis social o desastres naturales, que por lo general afectan más a las familias pobres y las que viven en la miseria, sino como un modelo social. Léase bien, un modelo social y, entiéndase bien, no menos o más capitalista, en el que siquiera se les garanticen, condiciones [laborales] que les permitan comer tres veces al día.

Y, un poco más allá, un modelo social [léase bien, no menos o más capitalista] que les garantice también el poder pagar los servicios básicos y, mucho más allá, el acceso a todos los niveles de educación. En definitiva, se requiere de una “ayuda humanitaria permanente para la vida”, en la que los sectores sociales que la reciban puedan incorporarse progresivamente a la vida productiva y con el tiempo sea autosostenible. Así debería funcionar la ayuda humanitaria, en forma de metamorfosis social. Dialéctica.

Pero en Colombia los gobiernos entienden por “ayuda humanitaria” el envío de unas cajas con fideos, aceite, arroz, sal, azúcar y otros alimentos a los que les colocan el rotulo técnico de “alimentos no perecederos”. Y son esos mismos gobiernos los que luego salen a decir que “en el años anterior la pobreza se redujo, luego de que hacían dos años se hubiera visto un aumento de la pobreza monetaria (...)”, en fin, explicaciones permeadas por un lenguaje técnico y cifras frías que no entienden quienes padecen día a día la pobreza extrema.  Un lenguaje que se inventaron los tecnócratas de los gobiernos para confundir y justificar el estado de cosas. Un lenguaje que los lleva a decir que ahora los niños de La Guajira no mueren de hambre sino de “enfermedades asociadas a la mala alimentación”. Como si morir de hambre fuera cosa distinta a morir de enfermedades asociadas a mala alimentación.

Esa es la estrategia de siempre. Una astuta y perversa estrategia. Una estrategia que le permiten a los gobiernos mantener a los pobres agradecidos y a los que reciben la “ayuda humanitaria” en un nivel mínimo de satisfacción para que no se produzcan conflictos que conduzcan a una revolución social violenta. Y, de paso, le permite a la quienes viven por encima de la pobreza y de la extrema pobreza [léase clase media] considerar a los gobiernos como benefactores de las necesidades inmediatas. ¿Acaso no fue esa clase media la que apoyaba la “ayuda humanitaria” enviada a Venezuela? “Porque lo que importaba ahora era calmar el hambre”. Dicen. “Mientras tanto, para que no mueran de hambre”. Dicen. Gran cosa. Además, calmarle el hambre con ayuda humanitaria les sale más barato a los gobiernos que implementar ayudas de fondo para reducir la pobreza y la miseria. Así se la pasan. Y un estado que se las mantiene dando “ayuda humanitaria”, para pretender quedar bien con todo el mundo, con dios y con el diablo, que no propone soluciones de fondo para superar el estado de pobreza, no es más que un “estado limosnero”. Así se las han pasado, dándole ayuda humanitaria a los pobres para que sigan siendo pobres, y no para que salgan de la pobreza.

 

 

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