La apoteosis de Carlos Vives en el Simón Bolívar

La apoteosis de Carlos Vives en el Simón Bolívar

Con un show de imágenes y sonidos basados en valores nacionales, el artista samario cerró su gira en el tradicional parque capitalino. Un concierto para la historia

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
diciembre 17, 2018
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La apoteosis de Carlos Vives en el Simón Bolívar
Foto: Instagram @carlosvives

Un video protagonizado por una versión en caricatura de Carlos Vives, fue el preludio del ingreso a la tarima por parte de la banda encabezada por el artista en “carne y hueso”, que apareció rodeado de explosiones de humo y un intro de acordeón del formidable Egidio Cuadrado, baluarte de la agrupación, que definitivamente sorprende en cada una de sus presentaciones haciendo gala de recursos tecnológicos como luces robóticas en sincronía con los acordes de la banda que vio la luz en 1994 con los Clásicos de la Provincia.

Fue el propio Cuadrado, el ángel guardián que siempre nos recuerda el origen terrígeno de la propuesta musical de “Charlielife”, quien conectó la descarga de pitos y bajos del instrumento rizado con el tema a Cañaguatera, una composición del juglar Isaac Villanueva dedicada a un esquivo amor residente en el barrio Cañaguate de Valledupar, que le sirve a La Provincia para validar la génesis de la que se ha nutrido su propuesta, vigente por más de 20 años.

Lo que vino después fue la acostumbrada conexión de Vives y sus miles de seguidores, luces e imágenes de un puñado de sombreros ´vueltiaos´ y guacharacas que surgían desde la gigantesca pantalla digital ubicada como telón de fondo. El ejercicio de hipnósis colectiva comenzó con los temas antiguos como El Cantor de Fonseca y La Fruta fresca, Maité y Carito, con un protagonismo central de acordeón, bombardino, guacharaca y tamboras en perfecta convivencia con las guitarras eléctricas, el bajo y la batería, la comunión de la tradición de vallenatos y gaitas, vestida con los sonidos que Vives trasplantó desde el rock que tanto lo apasionaba en sus años de estudiante de publicidad de la Universidad Tadeo de Bogotá.

Luego vinieron los temas más modernos como Mañana, Un poquito, Robarte un beso y la Pinta Sensual que le tributaron a Vives, vestido de prócer de la Independencia, la seducción absoluta de su fanaticada. Siguieron el homenaje a los ciclistas, -con el tema Orgullo de mi patria- en cuerpo presente de la medallista Mariana Pajón invitada de lujo, quien sonrojada, sonreía sobre el escenario. La canción con sus evocaciones de ruanas, sudor, campesinos y montañas, de pedalazos que, como dijo el artista de Santa Marta, son esencia de la nacionalidad colombiana, levantó los ánimos en el meridiano de un concierto sin precedentes en la historia del cantante, quizá equiparable con la memorable presentación Corazón Profundo, celebrado hace un par de años.

Las imágenes continuaban detrás de la banda como una pizarra surrealista de gráficos, que en amarillo, azul y rojo destacaban el deporte y la diversidad cultural colombiana. Vives invitó a tarima al argentino Diego Torres y a Sebastián Yatra para interpretar los números que en hoy son tendencia, que documentan su popularidad en millones de reproducciones en plataformas.

Los dos vocalistas son aliados del samario en su modelo de producción que le da la posibilidad de mantenerse en activo y exitoso a pesar del paso del tiempo, quizá por esa capacidad que tiene de reinventarse, de vestir su música con las tendencias y vanguardias, sin perder de foco su esencia folclórica, ese amplio espectro que le permite moverse entre la vibraciones del pop, las texturas sonoras de” Lo Urbano” y el espíritu que desentrañó de los cantos de Leandro Díaz y el “Negro Alejo”.

Pasaron por la tarima, además de los mencionados cantantes que se despidieron con sendas explosiones de papeles de colores, las encontradas sensaciones de ver a un colombiano capaz de producir un espectáculo que puede escenificarse en cualquier escenario del orbe, un montaje de talla mundial, una puesta en escena que se vale de la tecnología visual y de acordes modernos, para contar las historias de los Andes, nuestros valles, ciénagas y trópicos.

Contradictoriamente nuestro artista más internacional es también el más autóctono, en el entendido que es él quien más difunde nuestros valores, que lleva a otras latitudes asuntos locales, desde Pambelé hasta Nairo y el Pibe, de la profe Carito a Matildelina, de los Altos del Rosario al río Tocaimo, de los Chimilas a los habitantes de Pescaito, del Caballito que se encojó y de una Hamaca grande donde podemos meternos todos sin diferencias, es Vives el cuentero que canta y le cuenta al mundo de las cosas nuestras, del devenir macondiano, del día a día en esta Tierra de olvidos.

Este Vives del 2018 no ha perdido la vitalidad de recorrer el escenario, trotando y, literalmente, en bicicleta, de cantar estilo rap, de rockear los vallenatos, de encantar con voz dulzona en las baladas que sirve para volver a enamorar a la esposa, y baila, con sombrero en mano, esas cumbias modernas, que sin perder la majestuosidad única de tamboras, bombardinos, flautas de millo y gaitas admite las raras emulsiones procedentes del sintetizador y el piano, esa música generosa, de crisol, esa fusión vital, esa pirotecnia extraña que se inventó Vives para alegrarnos la vida.

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