La agonía del intelectual en México y Colombia

La agonía del intelectual en México y Colombia

Una sociedad se justiprecia en la medida en que trata a sus artistas, a sus poetas. Si los contempla como marginados, como parias, se atisba una evidente crisis en el lenguaje

Por: Héctor Echevarría
mayo 28, 2019
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La agonía del intelectual en México y Colombia
Foto: Pixabay

El genial poeta francés Paul Valéry lo señaló con infinito acierto: “Las palabras son como monedas en uso, gastadas. La poesía les devuelve su brillo, su antiguo esplendor”. Hoy circulan por doquier esas monedas gastadas, empobrecidas, envanecidas hasta el hastío; los titánicos intentos de los poetas por la preservación de la belleza y los horizontes que se abren a través de la poesía se ven ofuscados por la avalancha de información, de “palabrería”, de tecnificación en las dinámicas internas de una sociedad. Los técnicos, los científicos y los empresarios han desplazado la figura del artista. Vivimos, en cierto sentido, en un presente que se pulveriza a sí mismo, que no se permite generar su propio caudal de experiencias, valores, convicciones. Y la poesía es, sin lugar a dudas, una ráfaga de tiempo viviente.

El poeta ha construido su propia torre de marfil. Frente a la indiferencia de su entorno, alza los hombros en señal de desaprobación y prosigue labrando versos. Desde que la cultura se institucionalizó, es decir, cuando el Estado hizo un pacto con los artistas e intelectuales en las postrimerías del siglo XX en México, o desde que el Estado se encargó de desoír, marginar e incluso satanizar a los artistas en los sucesivos gobiernos ultramontanos en Colombia, la figura y las palabras del poeta resuenan en el vacío; no hay campo fértil para sus opiniones estéticas, políticas o sociales. Su campo de influencia es mínimo. Se parece tanto al trágico volatinero que aparece en el Zaratustra de Nietzsche que, a pesar de sus aspavientos y sus palabras, es condenado a la indiferencia colectiva. La gente lo tilda de estrafalario.

La figura del poeta como intelectual con opiniones acertadas y lúcidas a propósito de un tema en específico ha sido desbancada por la aparición de los “expertos” en asuntos sociales y económicos. Educados en universidades privadas, con maestrías y doctorados en prestigiosas universidades del mundo, los expertos aparecen en los programas televisivos desplegando estadísticas y encuestas, perfectamente adiestrados en la parafernalia de la imagen pública. Se jactan de que sus opiniones son precisas, justificadas e incluso “científicas”. Sus angustias existenciales se cifran en el vaivén del peso, en las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), en los gestos antidemocráticos de pretendidas dictaduras. Pero jamás osan ser autocríticos con la hidra que los engendró, que los vio crecer. Poco a poco han acaparado el poder simbólico, atendiendo a la categorización del sociólogo francés Pierre Bourdieu.

Pero, ¿cómo sucedió todo esto? ¿En qué momento el poeta perdió el estatus de intelectual, de transfigurador del lenguaje, de forjador de nuevos valores? ¿En qué momento se consagraron figuras tan vacías como la politóloga Gloria Álvarez o el pseudo pensador Axel Kaiser? ¿En qué se equivocaron las universidades, los gremios culturales, los mismos artistas? Quizá replegarse, replegarse tan adentro como fuera posible. El poeta pugnó denodadamente por la autonomía del arte, por la desvinculación de toda doctrina, de todo nacionalismo, que terminó por relegarse a las cuatro paredes de su habitación, en un solipsismo terrible. Los demás no importaban. Ahora bien, el académico terminó cediendo a las ufanías de la avasalladora lógica capitalista, rigiéndose por estándares de calidad (como si de reses o mercancías se tratara) prescritas por Conacyt o Colciencias, organismos evaluadores y sancionadores que les exigían —so pena de bajar de rango o perder el apoyo económico—, publicaciones, asesorías, asistencia a congresos, conferencias dictadas, hasta desgastarlos y reducirlos a una verdadera nulidad. Mientras tanto, la población a la cual estarían dirigidas sus investigaciones quedó cautiva, presa fácil de los charlatanes, de los prevaricadores de conceptos. He ahí una de las razones del éxito de estos personajes.

El panorama se muestra desalentador. Ya no hay en el espacio público artistas como José Vasconcelos, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff o Gabriel García Márquez, escritores que pese a las controversias que suscitaron a los largo de su vida poseían un perfil público, una impronta social, una honda difusión en periódicos y revistas. Es cierto, los medios e instrumentos de circulación del conocimiento han cambiado drásticamente. Ahora predomina el espacio digital; es ahí donde se efectúan los debates públicos: Twitter y Facebook se han convertido en las grandes tribunas donde se solucionan las lides culturales. Empero, ese es otro tema (o variación del mismo tema) que ameritaría una profunda reflexión.

Sin embargo, hay ciertas actitudes que auguran una resistencia admirable y una creatividad frente a la pulverización del conocimiento. Hace unos meses estuve en el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Recuerdo que los profesores y los alumnos pensaban nuevas tácticas para que ese público cautivo se interesara por las humanidades. Entre ellas la creación de una serie de videos donde se expusiera de manera ingeniosa determinados motivos históricos, a la manera en que lo hacen los youtubers en sus canales. Los artistas también vislumbraban esta posibilidad. Hay que recordar que el lenguaje poético es, en sí mismo, revolucionario, transfigurador, inconforme con las condiciones sociales existentes. Entonces, ¿por qué no renunciar a la torre de marfil y abrir las perspectivas al transcurrir pletórico de la vida?

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