Julio Medina, un jubilado feliz

Julio Medina, un jubilado feliz

El recordado actor de 'En cuerpo ajeno' y 'Las aguas mansas', a sus 82 años está tan tranquilo que es capaz de reírse hasta de su propia muerte

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marzo 28, 2015
Julio Medina, un jubilado feliz

-Me caes bien, flaco. Voy a invitarte a mi entierro.

Quien habla es Julio Medina Salazar, un hombre con más vida a sus espaldas que la que puede recordar. Una vida que tras 82 años de haber nacido un 16 de enero de 1933 en Chiquinquirá, se encuentra casi vivida en su totalidad, y él no solo lo sabe sino que lo siente. No obstante, la idea lejos de aterrorizarle es fuente por excelencia de chistes y demás cuentos que va soltando en cualquier conversación; no pasan más de cinco minutos sin que entre comentario y comentario deje entrever su sentido del humor, el cual manifiesta en diferentes tonos pero con la misma dosis de inteligencia. El negro venenoso es su preferido. “¿Sabes cuál es el problema de nosotros, los viejitos? La PVC, la puta vejez crónica”. A la muerte solo le pide que cuando llegue lo haga sin avisar pues no quiere sufrir él, ni hacer sufrir a quienes le acompañan con enfermedades como la de un hermano quien falleció luego de tres años de suplicio. Las ocho décadas y dos años que tiene a cuestas no son gratuitas. Consigo llegaron un marcapasos, la diabetes, problemas de memoria y hasta un cáncer de piel, que el bloqueador que nunca en su vida se aplicó pudo haberle evitado. Gracias a la erradicación de éste último es que no le crece barba alguna.

Para llegar hasta dónde él hay que seguir hacia el norte –muy al norte- por la carrera séptima en Bogotá, un domingo por la mañana. Vive en un apartamento de aproximadamente 90 metros cuadrados junto a una hermana la cual comparte el mismo color de ojos que por los años en Hollywood debía ocultar tras unos lentes de contacto oscuros, pues en la tierra del Tío Sam los latinos no tenemos mayor variedad genética, ni nacionalidad distinta a la mexicana. Gracias a las casi tres décadas que gastó en dichas tierras -desde noviembre del 54 hasta algún año, a principio de los ochenta, que le es difícil precisar- es que goza de total tranquilidad en esta etapa de la vida, pues todo el trabajo que hizo allá le dejó una de las dos pensiones que le mantienen hoy día “Si no fuera por eso, no sé qué haría. A lo mejor estaría pidiendo limosna en el Bronx”. Sus pensamientos y sus palabras son más ágiles que sus movimientos y los pasos que con dificultad da al caminar, por su parte la memoria ya no absorbe textos con la misma rapidez que en épocas pasadas. He ahí la razón que le tiene técnicamente retirado de la televisión.

-Don Julio, pero no sea mentiroso que yo a usted lo he visto ahí hace poco.

-No mijitico, pero eso no fueron sino dos o tres maricadas que hice el año pasado porque yo para la televisión ya estoy jodido a no ser que el personaje sea un viejito así como yo, como estoy haciendo ahora en la obra porque ya no puedo hacer otra cosa.

Por estos días hay un proyecto en el que tiene concentradas todas las energías. Se trata de una obra de teatro dirigida por Jorge Cao la cual estrenará en un par de meses en el recién inaugurado Teatro Belarte, cuya fachada es visible desde una de las ventanas del apartamento. Por motivo de los ensayos debe cruzar la carrera séptima diariamente y nunca lo hace solo “Ahora que vayas a coger el bus de regreso ten cuidado con esa calle porque a nosotros una vez casi nos llevan. No les importa el semáforo”. Sus expectativas respecto a la obra son altas pues nunca había trabajado con alguien que manejara el método del director de la misma “Es muy detallista”, igualmente se siente muy afortunado de contar con un teatro a tan poca distancia, pues así no tiene que recurrir a su taxista de confianza para atravesar media ciudad como hacía cuando se presentó en la pieza de microteatro Feliz Navidad Stanislavsky en Casa E; un texto de Verónica Ochoa, dirigido por Manuel Orjuela, actuando junto a Bernardo García. Al ser una obra de 15 minutos, había que hacerla hasta seis veces en la misma noche, y en aquella ocasión la edad no fue impedimento alguno para que dejara de presentarla durante dos temporadas en diciembre de 2013 y la pasada versión del Festival Iberoamericano de Teatro.

Su nombre está en la lista oficial de miembros del Actor´s Studio, junto a algunos como Jack Nicholson, Paul Newman, Al Pacino o George Peppard.

Su nombre está en la lista oficial de miembros del Actor´s Studio, junto a algunos como Jack Nicholson, Paul Newman, Al Pacino o George Peppard.

Un par de tragos fueron suficiente para hacerle colapsar cuando intentó hacerlo con sus compañeros de la emisora La Voz de Colombia hace aproximadamente 60 años, y desde entonces jamás volvió a ingerir gota de alcohol. Tampoco bailó, ni necesitó la compañía de nadie para sentirse pleno. Quizá por eso se define como un hombre de muchos conocidos pero pocas amistades, y quizá por eso mismo estuvo tantos años en California sin venir a Colombia ni de visita. Así ha sido durante toda su vida y en este momento no tiene intenciones de cambiar pues hace mucho que asumió su timidez. En todo caso se trata del único colombiano que puede alardear de ser miembro del Actor´s Studio sin decir mentira alguna, pues este lugar concebido por Lee Strasberg no es una escuela sino un espacio dónde el actor puede ejercitarse en su oficio, -como si fuera un gimnasio- y tras una audición ante el creador del mismo, el nombre de Julio Medina se sumó a la lista de sus miembros. Sin embargo, asistió siempre a la sede de Los Ángeles y las grandes luminarias del cine hacían lo propio en la original situada al otro lado de los Estados Unidos en Nueva York, ciudad que a fecha de hoy sigue siendo un mundo por descubrir para Medina pues jamás ha puesto un solo pie en ella.

En aquellos primeros años en Los Ángeles no solamente fue actor. El periodismo también tuvo un papel importante dentro de los oficios que desempeñó allá, no en vano escribía para Cromos y El Espectador. Como periodista hizo lo que otros tantos hoy día quisieran pero nunca van a poder: Conocer a divas de la talla de Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor durante las entregas de los Globo de Oro. “Pues las vi, apenas me las presentaban pero no las traté. Eso sí, eran muy bonitas, así como se ven en las películas”. Igualmente tenía una credencial que le permitía entrar en completo silencio, sin hablar con nadie, a los estudios de la Metro Goldwyn Mayer en los que desde su primera entrada pudo ver a Grace Kelly ensayando las escenas de El Cisne y posteriormente presenciaría cómo Alfred Hitchcock dirigía a sus actores.

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Miembro de la Armada Naval, limpiador de pisos, repartidor de donas, periodista, actor y fotógrafo son solamente algunos de los oficios que este hombre desempeñó en tierras norteamericanas, y detrás de cada oficio se esconde cualquier cantidad de anécdotas que repite una y otra vez cada que se le pregunta por ello. Si bien no fue otra Sofía Vergara, al menos pudo vivir dignamente de la actuación en un lugar donde hay miles de actores provenientes de todas partes del mundo tras un sueño. Sin embargo siempre se ha dejado dirigir por la vida y su tiempo en Estados Unidos llegó a su fin cuando Samuel Duque lo trajo de vuelta al país para hacer Cascabel. “Allá uno hace cinco o seis capítulos de tv en un año, en cambio aquí se puede hacer una o dos novelas enteras en el mismo tiempo”. Así responde a esa infaltable pregunta que desde entonces le persigue, explicando por qué prefirió ser cabeza de ratón que cola de león.

Así vendrían Los cuervos, Azúcar, Las aguas mansas, En cuerpo ajeno y otras tantas producciones por las que finalmente se volvió profeta en su tierra. De Amparo Grisales cuenta que la ha visitado un par de veces y que cada vez que le ve, nuestra diva lo saluda con gran aprecio. Otra de sus amigas es Alejandra Borrero quien no dejó pasar al actor por la temporada de microteatro en su Casa E, sin hacerle un homenaje. Borrero también aprovechó para hacerlo partícipe de Mil actores en escena, obra que pretendía rendir la mayor cantidad de actores en el mismo montaje y solo tuvo dos espectadores. Julio fue uno, la otra fue Martina Toro, hija de John Álex Toro. “Esa niña es de tenerle miedo. Es un avión”.

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El resto del día lo pasará leyendo y al final de la tarde planea atravesar más de cien calles en taxi por ver junto a Jorge Cao una obra de su amigo Johan Velandia, quien ejerce como asistente de dirección en el proyecto que les ocupa por estos días en el Teatro Belarte. En un rincón de la sala tiene un computador comprado hace poco más de un año que utiliza para escribir pensamientos sueltos que comparte con sus más allegados, bien sea imprimiéndolos con su firma digitalizada o por medio del correo electrónico, de hecho prefiere escribir en el computador que hacerlo a mano. Con el Facebook, aunque lo tiene abierto no le va muy bien “A mí todo el mundo me manda vainas por ahí y me dice, pero hasta allá si no llego para saber bien cómo es eso”. Su habitación es un micro templo que habla por sí solo inundado de álbumes, papeles, sobres, fotografías, premios y demás reconocimientos rindiéndole culto a una vida como la que pocos han tenido. De vez en cuando los recuerdos se embolatan los unos entre los otros, como sucedió con las fotografías junto a Sally Field y Michael Douglas que de momento no logra ubicar pero él jura que existen. Yo le creo.

Por @enriquecart

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