Juegos de paz
Opinión

Juegos de paz

El conflicto puro y los problemas de cooperación pueden convertirse en oportunidades de construir paz desde la cotidianidad, desde las políticas públicas o desde el diseño institucional

Por:
abril 25, 2016
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Hay dos tipos de situaciones en las que las personas suelen encontrarse, y que pueden convertirse, tanto en momentos de profundización de la conflictividad social, como en oportunidades de construcción de paz desde la cotidianidad, desde las políticas públicas o desde el diseño institucional.

Usando la Teoría de Juegos, podemos aprender a reconocer y comprender mejor estos diversos tipos de situaciones, y podemos explorar soluciones creativas.

Un primer tipo de situaciones es el del conflicto puro. A este tipo de situaciones se le llama Juegos de Suma Cero, porque lo que gana una persona es lo que pierde su contrincante.

Por ejemplo, si alguien reclama la propiedad sobre una tierra y se resuelve a favor suyo dicho reclamo, ésta le será otorgada al reclamante y el poseedor que la tenía la perderá. Lo que se le suma a un jugador, se le resta al otro. Por supuesto, nadie quiere perder lo que cree o siente que es suyo; y, en general, los seres humanos tienden a valorar más las pérdidas que las ganancias, lo cual acrecienta las pasiones involucradas en este tipo de conflictos.

Cuando este tipo de conflicto no puede ser resuelto con base en criterios legítimamente establecidos dentro de un proceso legal ordinario o transicional —como, por ejemplo, cuando es imposible establecer con rigor la justicia de las transacciones que condujeron al cuestionamiento de los derechos de propiedad actuales—  la segunda mejor solución posible es la que se conoce como minimax. Esto quiere decir que se puede lograr un punto de equilibrio si se deja que los mismos jugadores traten de minimizar su máxima pérdida (o que traten de maximizar su mínima ganancia).

El ejemplo clásico de la solución minimax corresponde al clásico adagio “uno parte y el otro reparte”, tan utilizado para resolver disputas infantiles sobre un pedazo de pastel. En tales casos, la justicia de la solución recae sobre los mismos jugadores: seleccionados al azar, uno de ellos decide cómo partir el pastel, y el otro decide quién se queda con cuál trozo.

Un segundo tipo de situaciones es el de los problemas de cooperación. Este tipo de situaciones se conocen como Dilemas de Prisioneros, y surgen cuando hay conflictos de interés entre las personas.

Una situación de conflicto de interés ocurre cuando cada jugador tiene fuertes incentivos para aprovecharse de la cooperación de los otros, pensando que cómodamente puede evadir el costo de hacer su parte, y que en todo caso podrá disfrutar del fruto del trabajo de los demás. Por supuesto, si todas las personas involucradas en una situación de este tipo piensan igual, la cooperación nunca va a producirse, y se obtiene así un gran problema de acción colectiva: cuando todos deciden no hacer lo que les corresponde, nadie obtiene los beneficios de la cooperación.

Así, la ineluctable lógica de la desconsideración implicada en los Dilemas de Prisioneros, da cuenta de fenómenos cotidianos y recurrentes: la terrible contaminación sonora producida por quienes quieren poner su ruido por encima del ruido de los demás. Las montañas de basuras que emergen de cada uno de los papelitos o vasitos plásticos que cada quién no tuvo problema en arrojar a la calle porque, en su inconsciencia social, pensó que qué importaba tan solo un papelito o un vasito plástico. La sobreexplotación de recursos públicos o naturales por parte de todos y cada uno de los que se dijeron a sí mismos que quitarle un poquito a los demás no produciría un impacto perceptible. Los trancones causados por quienes buscan salir del trancón pasando por encima de los demás.

En otras palabras, una sociedad en la que se enseña y se aprende que “el vivo vive del bobo”, termina convirtiéndose en una trágica sociedad de bobos que se creen vivos.

 

Una sociedad en la que se enseña y se aprende que “el vivo vive del bobo”,
termina convirtiéndose
en una trágica sociedad de bobos que se creen vivos

 

La solución clásica ante este tipo de situaciones es la instauración colectiva de un Estado capaz de imponer sanciones a quienes incumplan los términos de un contrato social que les permita a todos perderle el miedo a depositar su confianza en los demás, y que desincentive la desconsideración y el abuso de poder. Sin embargo, esta no es la única solución posible.

Otras soluciones al problema del orden social son de índole más anárquica, humana y colectiva.

Una de ellas es la promoción de una cultura del “Toma y Daca”, que permita la evolución natural de la cooperación entre seres humanos, sin la necesidad de una autoridad centralizada que los vigile y los castigue. El surgimiento de una cultura así requiere que todas las personas perciban que comparten un futuro juntos, que se animen a ser amables (a cooperar en la primera jugada), que no le tengan que tener miedo a enfrentar los abusos y la desconsideración de los otros, y que aprendan a perdonar. Otra es la organización comunitaria de la acción colectiva, para la protección de los recursos comunes, una alternativa que ha probado ser más eficiente y sostenible que la imposición de soluciones injustas e ineficientes, como la privatización y la burocratización.

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