Juanpis González, un gomelo que no le hace daño a Álvaro Uribe
Opinión

Juanpis González, un gomelo que no le hace daño a Álvaro Uribe

Ante la ausencia de humor político, los colombianos han abrazado al personaje creado por Alejandro Riaño, y hasta hay algunos diciendo irresponsablemente que se ha convertido en sucesor de Jaime Garzón

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septiembre 19, 2019
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Desde que mataron a Jaime Garzón se acabó el humor político en Colombia. Hubo intentos como la franja Francotiradores que terminó siendo censurada durante el primer gobierno de Álvaro Uribe, pero el asesinato de Garzón dejó en claro que acá los chistecitos a los poderosos podrían salir muy caros. Con los años emergieron remedos como las lamentables columnas de Daniel Samper Ospina en Semana, todas iguales, escritas como si tuviera una plantilla que usara cada domingo. Samper Ospina forma parte del establecimiento y seguramente si no fuera hijo de quien es nunca hubiera dejado de ser el muchacho eterno que cuenta chistes malos en los ajiacos familiares. Ahora, ante la ausencia de humor político, los colombianos han abrazado con fuerza a Juanpis González, el personaje creado por Alejandro Riaño.

Antes de Juanpis la carrera de Riaño languidecía. Su stand up en Netflix es de lo más malo que ha podido subir la plataforma. Riaño creó su personaje no como un acercamiento antropológico que permea los estamentos de poder como más de un estudiante de Ciencia Política de los Andes está empecinado en creer sino porque Riaño es un esclavo de los estereotipos y los estereotipos en un país sin tradición de humoristas inteligentes pegan. Por eso es que en Sábados Felices todavía ganan los que imitan de manera ramplona a homosexuales, negros o ñeros. A Riaño le queda muy fácil hacer de gomelo, el método Stanislavsky en este caso es bastante sencillo: tan solo recuerda quien ha sido toda su vida y sale a flote el personaje. Al principio le servía para hacer videítos ramplones como estos, donde su humor directamente no le hacía daño al poderoso sino que ridiculizaba a los pobres, a los costeños, una asquerosa tradición de lo que acá en la capital llaman humor cachaco mi chino:

 

Sin embargo fue Pacifista, inspirado en el cómico argentino Diego Capusotto y su personaje de Micky Vainilla, un imitador de Hitler que quiere hacer pop para divertirse, quien potenció a Juanpis González y le ha dado la relevancia política que lo ha convertido, en un par de meses, en el sucesor de Jaime Garzón. Imagínense pues la falta de criterio y el atropello a la razón.

No niego que tenga entrevistas divertidas, las primeras fueron muy buenas. La que le hace a Abelardo De la Espriella es magnífica y la de Timochenko, ayudado por la falta de sentido del humor de un mamerto fanático como el que luce el excomandante guerrillero, sirvió para dejarlo en evidencia, de resto lo de Riaño es básico, es una fórmula trasnochada que en el país se viene usando desde los ochenta cuando Diego Álvarez encarnó con acierto al hijo del Doctor Andrés Patricio Pardo de Brigard en Don Chinche. El gomelo de Riaño, subiéndose al cable de Ciudad Bolívar y criticando a los pobres es de una obviedad supina que, sin embargo, le alcanza para ser el rey de la comedia política en un país donde se mata o se censura al periodismo inteligente con una facilidad pasmosa.

Sí, al doctor Uribe lo de Riaño le tiene sin cuidado. Por ahí sus huestes se alcanzaron a alebrestar cuando hizo la parodia del MacCallan de De la Espriella celebrando el regreso de la guerra, pero fue solo Twitter, nada que ver con la vida real. Incluso muchos uribistas creen que de verdad Juanpis González existe y algunos están de acuerdo con sus preceptos. Ahí están son los otros, los pichoncitos de izquierdosos, los que no conocen el humor, comparándolo de manera irresponsable con Jaime Garzón solo porque le llegaron un par de amenazas por redes sociales. Son tantas las ganas de ver mártires que ya hasta se los están imaginando. No señores, cuando a Alejandro Riaño le lleguen las amenazas reales regresará a Miami o las toldas del sabeamierdismo de las que nunca ha dejado de ser un militante.

El asesinato de Jaime Garzón lo seguimos pagando veinte años después. Trastocó todo, no solo la escala de moralidad sino la del humor. Ahora a cualquiera llaman comediante político. Pero acá está prohibido el humor político. Ya no matan a los comediantes, han descubierto que es más seguro y más barato comprarlos para que sean intrascendentes, mansitos, inofensivos como Daniel Samper Ospina o Alejandro Riaño.

 

 

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