Juan Pablo, Mario y Margarita

Juan Pablo, Mario y Margarita

"Son las voces extrañas e impertinentes de una generación de muchachos que ya no encuentran su lugar en este mundo de canallas, para la que el único tiempo posible es el pasado"

Por: Osmen Wiston Ospino Zàrate
junio 20, 2017
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Juan Pablo, Mario y Margarita

Juan Pablo es un ser invisible en los tantos metros cuadrados que cobran sentido bajo el nombre tortuoso, hipócrita y sofisticado de aula de clase. Juan Pablo siente que su presencia es etérea e insuficiente para el resto de los mortales que caminan erguidos. Personajes melancólicos que de vez en cuando miran abajo para tirarle una moneda. A partir de ese momento Juan Pablo se convierte en el símbolo inescrutable del fin de una era. Un pedazo de historia en donde los estudiantes eran sujetos críticos, reflexivos, pensantes, controversiales, irónicos. Mejor dicho, eran todo lo que los docentes no pudieron ser porque el miedo, la sumisión y las creencias hacían parte del ADN del respeto y la obediencia, que como para variar, le habían impedido ser invitados a la ceremonia de la felicidad. De un momento a otro el sentido de las palabras respeto y obediencia, tan publicitadas en otros tiempos, traducían tristemente ese concepto terrorista y cobarde que algunos denominan con suficiente pavor con el nombre de venganza.

En aquellos tiempos aciagos la hierática fantasía educativa creo un personaje sombrío de carne y hueso que habla, se mueve y actúa como si fuese un o una docente. Se inventó también a un adulto en miniatura que debía hacer y hacer tareas insufribles, ejercicios abusivos, y sí, que tuvieran una afición innegociable: repetir y repetir. Hacer y repetir son una especie de verbos del diccionario de la sumisión que achican efectivamente el camino para lucir banderitas en el pecho.

Juan Pablo observa la banderita tricolor en el pecho luminoso de William. Su rostro representa la intensa precariedad por la que pasan los estudiantes de estos tiempos. Para él la bandera de Colombia implica que la selección de fútbol jamás ganará el campeonato mundial que se jugará en la enigmática Rusia. Sin importar que los separadores de las avenidas del país se atiborren de camisetas de pésima calidad, a pesar que los periodistas de WINSPORTS incendiados de patriotismo nos sigan vendiendo oleadas de utopías que estupidizan de nacionalismo una verdad que hace parte de la melodía de los sueños incumplibles.

Mario, Juan Pablo y Margarita son bichos de otro ecosistema que colocan en tensión el resto del reino educativo. Son las voces extrañas e impertinentes de una generación de muchachos que ya no encuentran su lugar en este mundo de canallas, para la que el único tiempo posible es el pasado, y que quedarán, irremediablemente, fuera, aislados y rezagados. El aula de clase tiene de todo y carece de todo. Tiene televisores inteligentes, cámaras con tecnología de punta, video beam de última generación, aires acondicionados, enseres de buena calidad, libros interesantes para cada estudiante, alimentación y transporte. La lucha contra el hambre y la deserción se está ganando.

Pero, siempre hay un pero, que es de más envergadura que lo que está por fuera de ese, pero. La intimidación es un recurso lingüístico eficiente, la amenaza no es una metáfora literaria, los castigos no hacen parte solamente de la Novela Crimen y castigo, las calificaciones son una especie de condena inmodificable que lapida socialmente al estudiante. No se puede pensar por sí mismo, para eso están los libros hipersagrados, pero tranquilos, que no cunda el pánico, que si se pierde una asignatura, ¿pierden?, se puede aprobar con la traída de una llanta, una planta ornamental o asistir a un ritual religioso. Heme aquí el aula de clase, bienvenidos, se lee por todos los lados.

Los docentes de esta aula de clase no existen en ninguna institución educativa, estoy seguro. Por tanto, este texto es ficción pura, quiero que lo sepan, son fantasías que acostumbro a escribir solo para tironear las neuronas, para no entender, y que me importe un c..., los 9 casos de factorización que me atormentaron en el pasado. Para crear en mi lógica enrevesada una matemática chusca, y creer en medio de esta bufonada narrativa, que por fin, ni más faltaba, 5 por 8 es 58. Quiero creer, de vez en cuando, que mamarle gallo al barbudo Aurelio Baldor es un pasatiempo relativamente interesante. Es posible que ese o esa docente, se encuentre, de pronto a punto de pensionarse, y no entienda que el mundo cambió mientras él o ella “dictaban” clases, y los muchachos que intentaba formar, sin que él o ella se diera cuenta, le dieron click en la tecla “eliminar” para que la felicidad fuese completa.

A Juan Pablo, Mario y Margarita y al profesor Antonio ya nadie los puede ayudar más. En ese instante comienza para ellos el camino vertiginoso hacía el desamparo que los llevará inexorablemente a dormir en la banca de un parque solitario en una ciudad tercermundista y fría. Las tantas batallas intimas que libraron cuando uno percibía el mundo desde la enseñanza y los otros pretendían la felicidad desde las florituras del aprendizaje fueron una estafa estrepitosa.

Los cuatro se miran con extrañeza, no es un odio recetario, no hay espíritu de venganza, nadie quiere recordar lo que pasó ciertamente, charlan sin acudir al espejo retrovisor de las culpas mutuas. Antonio tiene 80 años y disfruta poco con los recuerdos que le arranca de vez en cuando a una demencia progresiva, que le hace ver la vida que tuvo como si fuera un cortocircuito. Se apoya con visible torpeza en un bastón de aluminio y madera que le permite trasladarse todos los días a la banca de cemento del parque. Ahí se reúne con zapateros confusos, prostitutas irredimibles y locos estrenando discurso a las 4 de la tarde, llueva, truene o relampaguee.

El lunes le habló a Juan Pablo, a Mario y a Margarita de 3 estudiantes que ayudó a formar en Valledupar. Las lágrimas que brotan de sus ojos verdes advierten que la vejez ablanda todo. Los jodía, - dijo con voz quejumbrosa-, porque los quería, y saben qué, ellos pensaban que yo quería el mal para ellos, - tose y escupe- simplemente éramos de tiempos distintos, y ahora lo entiendo. – Mira el mundo y le parece más pequeño que nunca- Ojalá estuviesen aquí, para decirles, mil disculpas muchachos, estuve equivocado siempre, pero no me arrepiento de nada.

Los muchachos observaron los pasos vacilantes del viejo profesor cuando se alejaba. Se miraron entre sí. Sonrieron con amargura, con ironía creciente, con sorna, sin capitular, sin perdonarle los malos ratos. Entendiendo que los tiempos hace que las personas piensen distinto, comprender que eso no los hace ni buenos, ni malos, pero nojoda, estar tranquilos, absolutamente convencidos, que es posible que hayamos estado equivocados siempre, pero que al igual que el viejo profesor, no nos arrepentimos de nada.

Por mucho tiempo nos creímos diferentes, pero al final, terminamos pareciéndonos en todo.

Juan Pablo, Mario y Margarita se alejan con pasos vacilantes. Ya no sonríen, no ironizan con nada, no saben que es la sorna, capitularon en todo, viven de los malos ratos. 3 bastones de aluminio y madera apoyan el largo camino de retorno del parque al ancianato donde esperan con furiosa impaciencia la llegada de la muerte. 

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