Juan Farfán, el niño que corría a lomos de un burro

Juan Farfán, el niño que corría a lomos de un burro

"Es el gran maestro del canto llanero araucano, sus canciones han traspasado fronteras. Sus pasajes sentimentales se escuchan a lo largo y ancho del mundo"

Por: Nelson Pérez
agosto 02, 2017
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Juan Farfán, el niño que corría a lomos de un burro
Foto: musica.llanera.com

La sabana huele a mastranto. El cielo, al atardecer, se besa con el vuelo las garzas, y sonríe, pareciera que sonriera.

En esa misma sabana, por una de las ventanas del recuerdo se ve, a lomos de un burro, a un niño que viste franela, tucos y pies descalzos. Los  morichales se aprendieron su voz:

“Voy a cantarles un corrido muy mentado

Lo que ha pasado allí en la hacienda de la flor

La triste historia de un ranchero enamorado

Que fue borracho, parrandero y jugador...”

Así, entre versos a todo pulmón que se iban con la brisa de la tarde, entre ir a buscar becerros o darle vuelta al atajo, nació y fue creciendo el amor de Juan Farfán por la música, por el canto.

Juan Fernando Farfán Carrillo nació en el corregimiento de Caracol, municipio de Arauca. Su infancia la pasó en la finca Los Caracaros. Allí aprendió las labores del llano, lidió con bestias, bregó con el ganado y se hizo fuerte con una peinilla en las manos, valiente patroneando una canoa y hábil pescando con arco y flecha.

De allí, de Caracol, salió rejendiendo pajonales, cruzando caños y esteros, calcetas y mastrantales. Salió en el caballo que le obsequió Manuel Vicente, su taita. Le llevó al mundo entero, con sus versos, fragancia de la sabana, el perfume de la palma y el trinar de los turpiales…

Su formación musical la hizo a pulso, entre parrandos en las veredas cercanas. Escuchando cantar a los viejos al ritmo de guitarros. Cantando con los jovencitos de su edad.

Una tarde, después de llevar el ganado al pueblo, y por las cosas fortuitas de la vida, se supo que el maestro del arpa, David Parales Bello, necesitaba un coplero para poderse presentar en  el Festival Araucano de la Frontera. "Por ahí está el pollo de Caracol" fue el run run que le llegó al maestro. Y el pollo le resultó bueno. El mejor.

De eso hace tanto y algo de años (1968) que por primera vez se subió a una tarima a medirse con versos a genios del canto como Rafael Martínez Arteaga, El Cazador Novato, y el mismísimo Juan de los Santos Contreras, el inmortal Carrao de Palmarito. Y no le fue mal, solo por ellos dos fue superado. Y el Llano fue testigo del nacimiento artístico del araucano más grande que haya tenido el folclor.

David no pudo estar más alegre y se lo llevó a Villavicencio, donde otra vez se enfrentó con El Carrao, con la diferencia de que allí sí obtuvo el primer lugar. Y ya no hubo vuelta  atrás, la música fue su único modo y razón de vida.

De Villavicencio pasó, junto al conjunto de David, a Bogotá, y allí entre serenatas, toques en bares, restaurantes y cuanto sitio les ofrecía trabajo, estuvo dos años, volviéndose grande, aprendiendo.

Fueron tiempos duros: ningún crecimiento es sencillo. Hubo días de hambre, días de nostalgia y, sobre todo, días de mucho extrañar a su llano. Pero es bien sabido que toda adversidad conlleva a la evolución, y eso pasó con Juan Farfán: una mañana, bajo el sol capitalino, pero con el pensamiento que atravesaba los cerros y se posaba en las sabanas de Caracol, escribió su primera canción: Como buen hijo del Llano.

El frío bogotano fue cambiado por el sol caracoleño, y Juan volvió a su Llano, a la vacada. Pero no por mucho, pues su fama de buen coplero lo llevó al festival de Barinas, Venezuela. Allí fue el ganador del pueblo, pero el segundo según las preferencias del jurado. Y otra vez la adversidad le dio un premio mejor: le ofrecieron hacer su primera grabación…“Como buen hijo del Llano” la tituló, y con ella inició un nuevo camino en su canto, camino que a la fecha no deja de recorrer, de liderar.

Hoy en día Juan es el gran maestro del canto llanero araucano, sus canciones han traspasado fronteras. Sus pasajes sentimentales se escuchan a lo largo y ancho del mundo, su estilo no pierde vigencia.

A pesar de los homenajes, de la historia, de la leyenda que ya es, el Maestro Juan Farfán conserva el toque sencillo, humilde y cordial del llanero campesino. Vive en Arauca, en una casa amplia, con la calidez y la alegría que de seguro tienen todas las casas caracoleñas.

En su voz, su principal orgullo, se nota el sentimiento del recuerdo cuando habla de la infancia, la nostalgia que han dejado las huellas de amores mal correspondidos, pero sobre todo, la sabiduría de un hombre que ha trasegado por la vida entre carencias y comodidades.

De las buenas anécdotas recuerda que nunca lo tumbó un caballo, y entre risas narra la historia en la que el papá lo mandó a buscar cualquier cosa en la sabana, y él ensilló un padrote, caballo bellaco que por machiro todos lo respetaban. Y entrando en una cañanda empezó a corcovear, “Metió mano. Echó a brincar entre sereno y remolinia’o, y cómo sería lo corcoveador que bajó por el barraco, se metió en la cañada y salió al otro lado y hasta que volvió a subir el barranco paró los brincos… pero no me tumbó”... Y no para de reír.

En Colombia, en los llanos, Juan es de los más grandes artistas. En Arauca le pusieron su nombre a la doble calzada que va desde el hospital hasta la Brigada XVIII del Ejército. Ese hace parte de los mejores homenajes que se le han hecho a su carrera, es para él una forma de inmortalizarlo, aunque le hace falta un busto, que los visitantes vean una representación del folclorista más valioso que ha tenido la tierra del Joropo, si hay alguien que lo merezca, si hay alguien que sea digno de ser representado por medio de una escultura, ha de ser él (y este, entonces, sin pudores, es un mensaje para usted, Doctor Ricardo, Gobernador).

Actualmente está trabajando en su próxima grabación, donde le cantará al Llano, a su folclor y a su gente, a los que aman sus canciones y no cesan de escucharlo, ellos, su pueblo, son su mayor orgullo, su Gramy, y aunque los otros dos grandes del folclor ya lo obtuvieron (Cholo Valderrama y Reynaldo Armas), él no lo necesita, él tiene la grandeza que le han dado los años en el arpa, los aplausos de los llaneros que lloran con sus pasajes sentimentales y la seguridad de que ser artista es un don que Dios le da a algunos hombres, y que no hay premios o listados que puedan contra ello.

Juan Farfán, un aplauso para usted, maestro. Gracias por ser araucano, por ser de esos llaneros de los que ya muy pocos salen, siga orgulloso de su raza, y no deje de defender su sangre; a su estilo, con su vestir sencillo, y, sobre todo, siga siendo sentimental, como siempre, desde pequeño. Que los morichales y los garceros, en esas charlas sobre hombres legendarios, dirán ¡Que viva el cantor de los llanos orientales!, y recordarán a ese niño que a lomos de un burro cantaba a Antonio Aguilar, y sonreirán, como el cielo, ellos también sonreirán.

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