Juan Antonio Roda, un intelectual único
Opinión

Juan Antonio Roda, un intelectual único

El artista que encontró el manejo de su pincelada única y la conducción del color, dibujante y grabador sin límites, el mejor abstracto de su generación

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junio 24, 2017
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Juan Antonio Roda nació en 1921 y falleció en Bogotá, Colombia en el año 2003. Una autodidacta genial que quería ser escritor pero fue un pintor con la personalidad pictórica, que tenía la nacionalidad de un español, que estudió la pincelada de Velázquez hasta que encontró el manejo de su  pincelada única y la conducción del color y, un dibujante y grabador sin límites. Mil veces mejor que el brillo de Alejandro Obregón, pero le quitaba visibilidad social el hecho que siempre fue un hombre reservado, preocupado por la literatura y las artes plásticas y la pedagogía. Llegó a vivir a Colombia en 1955 y acá construyó su hogar.

 

Juan Antonio Roda, Felipe IV

 

Desde siempre tuvo la vocación neta de ser pintor figurativo que realizaba retratos. Estudió la cara de Felipe IV en 1965 y mientras lo pintaba hacia un paralelo entre Velázquez y Mozart. “Un punto de refinamiento, entre la sutileza y la poesía”. Lo miraba con alguna tristeza porque ya era un viejo triste y decadente. Después de la visita de una exposición del inglés Francis Bacon en 1968, su pintura cambió y se volvió claustrofóbica de donde salieron la serie de Cristos. Durante esta época hubo, como siempre, muchos autorretratos.

Pero lo más importante, es cuando cambia de rumbo y cuando pinta El Escorial que trabaja sobre el tema del famoso edificio herreriano construido en 1562.  Ellos dieron pistas seguras para la obra de Roda. Había llegado la abstracción para quedarse en su mundo de libertad racional y emocional. Pero donde la literatura era su guía y, en donde el manejo del color llegó a lo sublime.

 

Juan Antonio Roda, El Escorial

 

Como consecuencia de El Escorial, también vinieron en términos abstractos la serie de las Tumbas en 1963, donde el dibujo y la pintura fueron su repertorio pictórico tan interesante como caótico.  En la pincelada, lo importante era la resonancia del color. No buscó el orden del ritmo, sino la coherencia magnética con el trópico. Así también se fue liberando mientras pintaba flores, o montañas mientras miraba a través de las ventanas de Suba (lugar que en esa época era alejado sector de Bogotá). Con el transcurso del tiempo y la vida, se transformó en el mejor abstracto de su generación.

 

 

Más conocemos sobre su obra gráfica cómo fue su comienzo de El retrato de un desconocido donde él mismo se camufla en primera persona y donde las zonas de la imagen en el grabado se distribuyen en rectángulos o cuadrados. La línea frágil en la pintura se convierte, en esta técnica, en el argumento contundente.

En los Autoretratos nada que ver con el hombre común: él se contempla mientras se autodevora.

 

Juan Antonio Roda, de la serie Delirios de las monjas muertas

En 1972 viene la serie La sonrisa de Ana en donde que retoma a Leonardo con su Monalisa renacentista. Después, y que ahora están de moda porque el Banco de la República, cincuenta años después, resultó tener una buena colección de los retratos de las Monjas muertas. Luego llegaron Los amarraperros.  Siempre amenazados por la realidad. Como lo estamos hoy.

 

 

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